Rosario, Santa Fe, Argentina
Rosario es una ciudad que no entiende de límites. Todo lo que acontece en ella deambula de extremo en extremo, como si se tratara de una adolescente que siempre intenta corromper las normas. No cuenta con la templanza que acarrea la madurez. No existe el término medio, no hay grises.
La ciudad está abrazada por el río Paraná, uno de los más anchos del mundo, pero a su vez sus puertos son los menos controlados. La pasión de los hinchas de fútbol con Rosario Central y Newell’s Old Boys (sus dos grandes equipos, el gran clásico) difícilmente pueda ser comparable en otras latitudes al igual que el nivel de violencia con el que conviven sus simpatizantes, triste atractivo turístico.
Visiblemente destacable también son sus poetas, escritores, artistas callejeros, su fuerte impronta cultural, del mismo modo que son inocultables los índices más altos en cuanto a marginalidad y criminalidad, superando la media nacional con más de 24 muertes en un mes y más de mil en cuatro años.
La paz que en algún momento supo tener esta ciudad pueblo, que no tuvo fundador, en la que en algunos barrios todavía los comercios bajan las persianas a la hora de la siesta, se traspasó al extremo de vivir con miedo y paranoia, desde que en 2012 cayó el ex Jefe de Policía de la provincia de Santa Fe, Hugo Tognoli, por encubrimiento a un narcotraficante y cobro de coimas para liberar zonas donde se comercializaba la droga.
A partir de este momento, el negocio de la venta de estupefacientes comenzó a ser disputado entre dos bandas: la familia Cantero (alias Los Monos) en zona sur y los Bassi en la zona norte de Rosario. La guerra entre ambas facciones fue desencarnada y las muertes proliferaron sin límites de horario ni geográfico, desde la zona más marginal hasta en pleno microcentro. Atentados por doquier en mano de sicarios que generaban acción y reacción entre las bandas, como una guerra sin fin, indetenible. De nuevo Rosario saltando entre los límites: vivir o morir.
Ambas bandas fueron desbaratadas por la indefectible situación de que muchos de los integrantes terminaron muertos y otros por acción policial se encuentran presos con juicio oral a la vista. No obstante, el nivel de violencia se trasladó directamente a la delincuencia, donde un simple robo termina con el fusilamiento de la víctima sin razones sensatas. Algunos son parte de la consecuencia que conlleva el consumo de drogas, otros por la marginalidad propia del sistema que excluye más de lo que incluye. El combo es explosivo.
“Rosario Sangra” fue el título con el que 20 mil vecinos salieron a las calles en protesta de mayores medidas de seguridad en dos oportunidades. Muerte, corrupción, miedo, bronca, inacción policial y judicial son algunos de los ítems que los manifestantes destacaron en las dos marchas que se llevaron a cabo con dos semanas de diferencia. El sector político sintió el cimbronazo de una importante porción de la sociedad y comenzó a tomar medidas al respecto, aunque para muchos sea tarde, nunca está de menos el “más vale tarde que nunca”.
Rosario, hasta el momento, no cuenta con cocinas de cocaína, pero sí se encuentra en el centro del país siendo una ubicación ideal en la ruta de tránsito del narcotráfico, ya que la droga ingresa por el norte del país, pasa por la ciudad y se distribuye a través de sus puertos y otras vías. Con nuevas torres exuberantes en la zona norte de Rosario, un casino monstruoso en su ingreso sur, junto con puertos liberados de todo control, generan un coctel ideal para el lavado de dinero narco y también sojero.
Cuando uno es adolescente cree que camina solo y todo el mundo está en su contra. Rosario, Medellín; Argentina, Colombia; no son el problema y tampoco son islas aisladas ajenas a una civilización global, sino que son parte de un flagelo mundial. El narcotráfico es el segundo negocio internacional más redituable luego de la venta ilegal de armas. No hay soluciones locales para problemas globales.
En la adolescencia la creatividad florece por los poros. Es necesario que Rosario logre madurar para asumir la problemática con la que convive, pero sin perder esa capacidad creativa para resolver situaciones combinando las herramientas que tiene al alcance de modo de producir respuestas diferentes a las conocidas. “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, afirmó Einstein.
Con similar lucidez, José Hernández en su épico libro Martín Fierro señaló: “Los hermanos sean unidos, porque ésa es la ley primera”, y claramente es lo que deben entender los países de Latinoamérica para erradicar de una vez el cáncer del narcotráfico, ya que de otra manera seguiremos siendo hermanos adolescentes celosos los unos de los otros, y en el “divide y reinarás” terminan ganando los del negocio blanco.
Ignacio Pellizzón tiene 27 años, es Licenciado en Periodismo y Comunicación. Escribe sobre problemáticas sociales en diario Clarín, también colabora en diario La Capital sobre temas económicos y además es cronista de calle en radio SI 989.
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