Violencia en el fútbol: un contraste entre Cali y Medellín

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Por “Florentino Ariza”

«El fútbol es el primer deporte del mundo, es el deporte más atractivo para todos los continentes. Si yo tuviera que decir por qué sucede eso, es porque no siempre ganan los poderosos», Marcelo Bielsa .

En 1989 Medellín afrontaba una de sus más cruentas guerras. Bombazos en lugares públicos, redadas de dudosos carros en las esquinas de los barrios que se despachaban a más de un joven inocente y la declarada guerra a muerte entre los Carteles de Medellín, Cali y Norte del Valle silenciaban las risas de la ciudad de la eterna primavera y convertía en un verdadero campo de batalla las periferias de la ciudad.

El 31de mayo de ese año, Medellín se vistió de gala para ver por primera vez en la historia del fútbol colombiano a Atlético Nacional salir campeón del continente. Colombia fue vista ese día desde otra mirada. No fueron los capos del narcotráfico los que robaron titulares, ni las bombas ni la guerra entre los grupos armados; fueron los «Puros criollos» los que lograron regalarle una alegría a este pueblo en una época difícil de olvidar para los medellinenses.

Así es el fútbol. Sus problemas sociales y los factores de violencia que lo rodean no es culpa del mismo deporte ni de la pasión, son problemas sociales y políticos arraigados a otras dinámicas mucho más estructurales, porque, como aseguró Diego Maradona el día que asesinaron a Andrés Escobar Saldarriaga: «La pelota nunca se mancha».

A finales de los años 90 emerge en las principales ciudades de Colombia el fenómeno de las llamadas «barras bravas». En 1997 nacerían en Cali las barras del Barón Rojo Sur, leal al América de Cali, y el Frente Radical Verdiblanco, leales al Deportivo Cali. Lo mismo pasaría en Medellín, con la fundación en el mismo año de la barra Los del Sur, seguidora de Atlético Nacional de Medellín y en 1998 tendría nacimiento, la barra la Rexixtencia Norte, seguidores del Deportivo Independiente Medellín.

Imagen tomada de El Espectador

Las barras populares en Colombia (como estas prefieren ser llamadas) tendrían su inspiración en las barras de los equipos de los países del Cono Sur. En ese sentido, las barras Los Borrachos del Tablón, de River Plate; La Doce, de Boca Juniors; la Guardia Imperial, de Racing; y la Gloriosa Butteler, de San Lorenzo, se convertirían en los referentes populares de los barristas en nuestro país, imitando sus canticos, sus costumbres, su cultura y hasta sus mismas prácticas, violentas y pedagógicas. Todos unos elementos inspiradores que a diferencia de lo que se cree, no parten de los Hooligans de Inglaterra, sino de las barras argentinas, que impulsaron en el continente toda una cultura futbolera que se ha replicado en  los diferentes países.

Si en Colombia, de la mafia hemos heredado una cultura violenta y unas formas poco amigables de resolver los conflictos, difícilmente esto no se verá reflejado en los estadios del país. En estos escenarios confluyen todas las clases sociales y todas las culturas que conviven en nuestra sociedad. Lastimosamente, en nuestro país no hemos contemplado una cultura de paz, ni en los estadios ni en el mismo seno de la sociedad.  Más de medio de siglo de conflicto armado ha edificado unos imaginarios violentos dentro de los colombianos, y el fútbol, como fenómeno de masas, también ha sido testigo de ello.

En Medellín y Cali el fenómeno de la violencia en los estadios ha cobrado víctimas mortales. Para el Valle de Aburrá, específicamente, las épocas más dramáticas se presentaron a principios de los años 2000. La efervescencia y el apogeo del barrismo en la ciudad involucraron a muchos jóvenes de estratos bajos y los atrajeron al estadio en donde encontraron una identidad en algún combo de las barras populares. Los problemas de drogadicción y alcoholismo, sumados a la rebeldía juvenil manifestada en las masas, produjeron enfrentamientos en el Estadio Atanasio Girardot y sus alrededores.

Las familias dejaron de ir al estadio y los controles de seguridad instaurados por las pasadas administraciones no fueron suficientes para contener las turbas rojas y verdes. A diferencia de lo ocurrido aquel 31 de mayo de 1989, el fútbol no era para entonces en la ciudad de Medellín sinónimo de alegría y de orgullo, sino de miedo y preocupación.

El clásico paisa se había convertido en la excusa perfecta para la agresión al contrario. El saldo después de cada partido, era de muertos y heridos. Hecho que conllevó a que la administración de Aníbal Gaviria suspendiera la entrada visitante al clásico antioqueño. Con esto se mitigó la violencia, pero quedaba ese sinsabor de no vivir la fiesta en paz como en épocas de antaño. Jugadores e hinchadas se mostraron nostálgicos por aquellos años en los que no se contaba con el jugador #12 en la tribuna. Los colores verde y rojo que adornan cada ocho días las gradas del «Coloso de la 74», brillaron por su ausencia cuando se daba el pitazo inicial del clásico paisa.

Ahora, y luego de un trabajo pedagógico emprendido por los líderes de las barras Los del Sur y la Rexixtencia Norte, acompañados de las autoridades en la ciudad y de los mismos clubes, el clásico paisa, volvió a abrirle sus puertas a rojos y verdes en el mismo escenario. Como antes. Como cuando Medellín no dejó que desapareciera Nacional y prestó su nombre y sus jugadores a su rival de patio.

Es cierto que el fenómeno de la violencia en los estadios está lejos de ser erradicado del todo, pero en Medellín se han dado grandes pasos. Hay que reconocerle el esfuerzo al alcalde Federico Gutiérrez, quien contra viento y marea decidió invitar de nuevo a las dos hinchadas antioqueñas a que convivieran en paz en el clásico antioqueño. Al concejal del Movimiento Político Creemos, Daniel Carvalho, también hay que agradecerle su trabajo con los líderes de las barras; al Deportivo Independiente Medellín y al Club Atlético Nacional.

Mientras nuestra ciudad da grandes pasos para recuperar el espectáculo deportivo en paz, en Cali, el fenómeno parece agudizarse. El pasado miércoles 24 de mayo, mientras se disputaba el clásico valluno por la copa Águila, las barras del Barón Rojo Sur y el Frente Radical Verdiblanco, protagonizaron una batalla campal en las gradas y césped del estadio Pascual Guerrero. El hecho bochornoso se sumó a una serie de enfrentamientos que se presentaron ese mismo día antes y después del partido, en las inmediaciones del máximo escenario deportivo de los caleños.

Piedras, puñales y hasta armas de fuego fueron utilizadas por las dos barras de Cali para enfrentarse. Las sanciones fueron recibidas por ambas hinchadas y también se vieron perjudicados sus respectivos equipos para las fases finales de la Liga Águila.

El alcalde de Cali, Maurice Armitage, quién decidió implementar la misma estrategia ejecutada en Medellín, al abrirle las puertas del clásico valluno a las dos hinchadas, debe de entender que todo es un proceso y que la ciudad aún no está preparada para tal evento. Las amenazas entre las dos barras y el rifirrafe entre las mismas presentado en los últimos días evidencian lo anterior.

Recordemos el robo de trapos hecho por el Frente Radical Verdiblanco a la barra Rexixtencia Norte, en su bodega en los bajos del estadio Atanasio Girardot, y las fuertes amenazas emprendidas por el Barón Rojo Sur a los hinchas de Nacional el día que se iba jugar en el Pascual Guerrero el partido entre Atlético Nacional y Cortuluá, colgando hasta banderas en los puentes con mensajes que se leían como «muerte a los panaderos».

A Armitage no solo hay que recordarle estos hechos, también se le debe advertir sobre el trabajo pedagógico previo que habría que hacer antes de abrirle la entrada a las dos hinchadas caleñas a un mismo escenario deportivo. El diálogo mancomunado y el compromiso de los equipos es otro de los asuntos fundamentales en los que se debe de trabajar antes de.

Fuente: http://www.elcolombiano.com/deportes/futbol-colombiano/sanciones-a-cali-y-america-por-pelea-de-hinchas-en-el-pascual-guerrero-MA6604817

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