Bruselas/Nueva York, 17 diciembre.- Cuatro años de Donald Trump, quien llegó a considerar la disolución de la OTAN, cimiento del orden mundial de posguerra, hacen que los miembros de la Alianza Atlántica reciban la elección de Joe Biden como un respiro, aunque saben que los desafíos a los que se enfrentan sus socios obligan a una nueva estrategia.
La presidencia de Biden, que se inaugura el 20 de enero, supondrá un cambio para la relación de Washington con la OTAN, no tanto en el fondo como en las formas y el tono, tras casi cuatro años en los que Trump ha puesto en duda el compromiso de Estados Unidos con la defensa colectiva y en los que sus críticas y retórica han generado ansiedad en la Alianza.
Durante su mandato, Trump ha reclamado de forma bronca a los aliados europeos que aumenten su gasto en Defensa hasta, al menos, el 2 % de sus respectivos PIB -un compromiso adoptado antes de su presidencia- y tampoco han faltado anuncios unilaterales sobre retiradas de tropas de Afganistán o Alemania.
A VUELTAS CON EL PRESUPUESTO
Según Wolfgang Ischinger, presidente de la Conferencia de Seguridad de Munich, «es importante darse cuenta de que para los europeos era muy fácil estar resentido por las decisiones de Trump y era fácil decirle ‘no’ a peticiones como la de aumentar el gasto de defensa al 2% (del PIB), pero será mucho más difícil decírselo a Joe Biden».
Aunque los peores temores de la OTAN, incluida una salida estadounidense de la organización o el fin de la cooperación efectiva con los aliados, no se han materializado, sí han obligado a replantear el rol de la Alianza en un mundo con un EEUU aislacionista y otros rivales expansivos como China.
«Incluso si en términos prácticos la OTAN realmente no sufrió tanto durante la presidencia de Trump, en términos psicológicos, de ansiedad dentro de la institución, hubo costes reales», asegura el vicepresidente del German Marshall Fund, Ian Lesser.
Fabrice Pothier, desde la consultora Rasmussen Global, fundada por el exsecretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen, reconoce que es «una paradoja» que sobre el terreno las contribuciones de Estados Unidos a la Alianza con Trump hayan sido «muy sólidas»: «nunca se ha visto más presencia y actividad de EEUU en y alrededor de Europa».
En cualquier caso, la irrupción paquidérmica de Trump ha obligado a una reflexión europea sobre la relación transatlántica, con Francia abogando por una mayor independencia en asuntos de seguridad del socio norteamericano y con Alemania a favor de recuperar el terreno perdido con Washington.
«Creo que hay una conclusión general extraída por la mayoría de líderes europeos, con pocas excepciones, como la ministra de Defensa alemana (Annegret Kramp-Karrenbauer), de que no podemos poner todos nuestros huevos en una cesta», afirma Pothier, jefe de planificación política con los dos últimos secretarios generales aliados, Jens Stoltenberg y Rasmussen.
DEFENSA EUROPEA
En noviembre, Kramp-Karrenbauer dijo que «las ilusiones sobre la autonomía estratégica europea deben terminar» y que los europeos «no serán capaces de sustituir el rol crucial de América como proveedor de seguridad».
El presidente francés, Emmanuel Macron, no tardó en mostrar su «profundo desacuerdo» con ella.
Europa debe «asumir una mayor responsabilidad en materia de Defensa», pero no puede pretender emanciparse de Estados Unidos, le respondió la ministra alemana.
Ian Lesser destaca que «dejar de tener a Estados Unidos implicado en un sentido formal en la seguridad europea habría puesto del revés la estrategia alemana y presentado todo tipo de desafíos extraordinarios».
En Alemania «ha habido una reticencia histórica a contemplar ese tipo de posibilidad», dice.
El jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell, ya ha avisado de que la llegada de Biden a la Casa Blanca no significa que Europa pueda «paralizar» sus iniciativas de defensa, pero ha recalcado que incrementar su autonomía no implica alejarse de otros aliados.
Desde la OTAN, Stoltenberg ha dado la bienvenida a los esfuerzos de los Veintisiete, si bien ha resaltado que la UE «no puede proteger a Europa» sin el vínculo transatlántico y que solo «en torno al 20 % del gasto en Defensa» de la Alianza procede de países de la Unión.
La propia OTAN también ha puesto en marcha un proceso de reflexión tras las declaraciones de Macron sobre la «muerte cerebral» de la Alianza.
CHINA, RUSIA Y TURQUÍA
El primer resultado ha sido un informe de expertos que propone a la OTAN reforzar su papel político, además de prestar más atención a China, para ser relevante en la próxima década.
Inspirado por ese documento, el secretario general planteará propuestas sobre el futuro de la organización a los líderes de la OTAN en la cumbre que celebrarán en Bruselas en 2021 y que podría ser unas de las primeras participaciones internacionales del presidente Biden.
Pothier espera que la nueva Administración esté «bastante interesada» en un rol más global de la Alianza que no solo incluya a China, sino también una relación más estrecha con países de la región, como Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur o Japón, o incluso de Latinoamérica, como Colombia.
La OTAN y el resto de actores internacionales esperan ver cuál es la estrategia de Biden con China, para la que pide un rol más multilateral; con Rusia, que a juzgar por el nombramiento de Tony Blinken como secretario de Estado pondrá los intereses de Europa por delante; y Turquía, un socio de la OTAN autoritario y que juega un rol ambivalente en el Mediterráneo.
«Lo que está claro es que no vamos a volver a donde estábamos antes tras cuatro años de America First. Además, Europa no es la misma tras el Brexit y la desdemocratización en Polonia, Hungría o Bulgaria. Hay otras prioridades como reforzar las relaciones con Canadá y México», explicó en una reciente conferencia Mary Sarotte, del Centro Henry A. Kissinger de Asuntos Globales de la Universidad Johns Hopkins.
En opinión de Anna Grzymala-Busse, directora del Centro Europa de la Universidad de Stanford, lo que Europa y la OTAN esperan del nuevo Gobierno estadounidense es «que vuelva a ser predecible y consistente», aunque regresar a lo que había antes de Trump es «imposible».