Estado Karen (Birmania), 23 abr – Decenas de jóvenes birmanos cansados de los escasos logros de las protestas pacíficas contra la junta militar, se unen en las últimas semanas a adiestramientos militares con las guerrillas étnicas que llevan décadas levantadas en armas contra el Estado birmano.
«La verdad es que debería estar relajándome con mis amigos», dijo a Efe Ko Chin Paung (nombre ficticio), un estudiante de 22 años, antes de dar una calada a un cigarro artesano en su refugio de la jungla en el Estado Karen, cerca de la frontera con Tailandia, donde decenas de jóvenes llevan semanas recibiendo una formación militar.
Este enamorado del rap, conocido entre sus amigos por sus camisetas jamaicanas de Bob Marley y su larga melena, nunca imaginó que abandonaría su cómoda vida de Rangún en casa de sus padres para tomar las armas por la libertad de su país y planea atacar con explosivos en algunas de las principales ciudades.
Desde que el general Min Aung Hlaing encabezó el pasado 1 de febrero el golpe de Estado militar y arrestó a los principales líderes democráticos, incluida la nobel de la paz Aung San Suu Kyi, miles de birmanos, en su mayoría jóvenes, tomaron las calles para desafiar a la junta.
Sin embargo, al cabo de unas semanas, cuando el número de muertes a manos de la junta iba en aumento – ya supera las 700 -, cada vez más jóvenes se cansaron de la implacable represión de las fuerzas de seguridad y buscaron alternativas a las manifestaciones.
«Creo firmemente que tenemos que responder con las armas, no más protestas pacíficas, por eso estoy aquí», dice Paung, que mientras estuvo en Rangún, la ciudad más poblada, no se perdió un día de protestas y resistió en primera línea los ataques de las fuerzas de seguridad con gas lacrimógeno y granadas de aturdimiento.
Según pudo constatar Efe, al menos 40 jóvenes, la mayoría de las dos principales ciudades del país, Rangún y Mandalay, llevan semanas recibiendo una formación militar en diferentes campos de entrenamiento del Estado Karen.
El Estado Karen está controlado por la Unión Nacional Karen, uno de los grupos insurgentes de minorías éticas que representan más del 30 % de los 54 millones de habitantes del país y que han luchado contra el Gobierno birmano durante décadas con la reivindicación de una mayor autonomía.
INTERVENCIÓN INTERNACIONAL
Los manifestantes piden desde hace semanas algún tipo de intervención internacional contra los militares, que justifican el golpe de Estado por un supuesto fraude en las elecciones del pasado noviembre, en las que ganó con una enorme ventaja el partido encabezado por Suu Kyi, como ya hizo en 2015, con el aval de los observadores internacionales.
En un primer momento Paung creyó, al igual que muchos jóvenes, que la ONU intervendría con sus fuerzas de paz (los cascos azules) para restaurar la democracia y arrestar al general Hlaing y sus súbditos, pero el Consejo de Seguridad se ha limitado a denunciar la violencia sin condenar expresamente a los uniformados y sin aprobar sanciones.
Algunos representantes del gobierno civil, formado como alternativa a la junta militar con parlamentarios electos, han pedido algún tipo de intervención militar internacional, pero por el momento los uniformados solo han recibido sanciones económicas de potencias occidentales como Estados Unidos, la Unión Europea y Reino Unido, lo que ha llevado a Paung y otros jóvenes a tomar las armas.
«Pensé que ya bastaba de las putas protestas pacíficas mientras sufríamos disparos con munición real y veíamos a nuestros amigos morir delante de nuestros ojos», dice.
LA DUREZA DEL ADIESTRAMIENTO
Tras tomar la decisión, dar el paso no fue sencillo: le llevó tres días ir de Rangún al territorio controlado por la guerrilla étnica y encontrar un contacto que le ayudara a inscribirse al adiestramiento militar, en el que aprendió junto a una veintena de jóvenes, entre otras cosas, cómo fabricar dispositivos explosivos improvisados.
«Nos llevan a un lugar cuya localización no conozco exactamente. Conocimos a soldados armados hasta los dientes que nos adiestraron. Aquellos días fueron los días más felices, pero también los más duros de mi vida», relata.
Tras completar aquel primer curso intensivo, en el que aprendió a manejar explosivos, a disparar con armas de precisión y recibió instrucción sobre habilidades de mando, tiene la opción de continuar su adiestramiento para convertirse en soldado con todas las letras, pero no cree que le dé tiempo.
«Ya he terminado el curso intensivo. Ahora estoy preparado para poner en aprietos al Ma Aha La (juego de palabras que convierte las iniciales del general Min Aung Hlaing en un insulto). Me gustaría convertirme en un soldado de verdad, pero me temo que no tenemos mucho tiempo», dice.
DESGARRO FAMILIAR
Hijo único, su partida ha provocado un desgarro familiar, especialmente con su madre, que vive angustiada por el futuro que le espera, mientras que su padre decidió dejar que eligiera su camino y aprobó su decisión de abandonar la ciudad.
«Solo le tenemos a él. No puede imaginar lo preocupada que está su madre por su único hijo. Discutimos casi a diario por haber permitido que fuera al campo de adiestramiento. Tengo que dejarle hacerlo, dejar que gane esta batalla porque nosotros, en 1988, no pudimos terminar con esta dictadura. Su madre lo entenderá algún día; al menos eso espero», dice a Efe el padre de Paung.
El progenitor del joven se refiere a las revueltas de agosto de 1988, cuando los militares reprimieron a sangre y fuego protestas multitudinarias que reclamaban un sistema democrático tras más de dos décadas de gobierno militar.
Mratt Kyaw Thu