Nueva York, 19 julio de 2021.- Dos cabezas de caballo guardan en el sur del neoyorquino barrio de Manhattan la entrada de Chess Forum, un negocio que recuerda más a un viejo desván de anticuario que a una tienda, un pequeño reino de 64 casillas que resiste a duras penas el imparable asedio de internet.
«Esto es como un parque jurásico y yo soy como un dinosaurio. Hay mucha gente que entra y me dice: ¿Todavía estás aquí? Y no sé si tomármelo como un cumplido o un insulto. La gente se sorprende de que lugares como este todavía existan», asegura a Efe Imad Khachan, el responsable de que este negocio se mantenga en pie desde que abrió sus puertas en 1995.
Tableros de madera pulida donde las piezas se deslizan casi sin tocarlas y que Imad guarda con mimo en un armario junto al mostrador, juegos de ajedrez para todos los gustos que imitan a combatientes de la segunda guerra mundial o a dioses y guerreros del antiguo Egipto.
También hay piezas hechas a imagen y semejanza de personajes de ficción como Alicia en el País de la Maravillas o un juego de marcianos contra humanos
Hay ajedreces de diseño, peones con la forma de edificios de España o rústicas tallas de madera, pero el equipo básico, con el que poder entablar una partida, un tablero plegable con sus 32 piezas de plástico, se puede adquirir por veinte dólares.
Pero no todo el local está dedicado a la venta de libros y tableros, puesto que la mitad del espacio de Chess Forum está consagrada a la práctica del juego.
Una decena de pequeñas mesas se alinean en la parte trasera de la tienda, dispuestas para todo aquel que quiera jugar una partida con un compañero o esperar a que un contrincante aleatorio acepte el reto de embarcarse en una nueva batalla, explica Imad antes de quejarse de que los ordenadores y los teléfonos móviles han ido sustituyendo a las mesas y los tableros.
Cobra cinco dólares la hora de juego a los adultos y un dólar a niños y jubilados, unos precios que, confiesa, apenas le dan para mantener el negocio abierto y que con la pandemia, que le obligó a cerrar durante cuatro meses, estuvieron a punto de obligarle a inclinar el rey y cerrar para siempre.
UNA VIDA ENTREGADA AL AJEDREZ
Imad es un refugiado palestino nacido en Líbano, que viajó a Nueva York para estudiar la carrera de Literatura, pero la vida lo acabó llevando a abrir este negocio al que se ha entregado en cuerpo y alma, privándole de lograr uno de sus mayores anhelos, el de formar una familia, pero dándole la oportunidad de encontrar una pequeña patria.
Recuerda que la primera vez que vio un ajedrez fue con cinco años y que se quedó fascinado con las palabras que usaban los jugadores, niños de su misma edad, y también con el sistema magnético del tablero en el que jugaban.
Su memoria viaja también a la guerra civil libanesa (1975-1990) y a la invasión israelí de 1982, cuando en las largas noches de combates, en casa o en refugios, recuerda a su padre jugando al ajedrez con un amigo que ponía en riesgo su vida por las calles de Beirut, únicamente para sentarse frente a un tablero.
Y se enorgullece de que el lugar que regenta hubiera pertenecido al ajedrecista Nicolás Rossolimo, que dejó su impronta en una conocida variante de la defensa siciliana, o que el maestro Fabiano Caruana jugara en su local cuando tenía 4 años.
Pero, sobre todo, de que gente de toda condición se acerque a jugar, a interesarse por el juego y también simplemente a charlar.
Los tableros están siempre disponibles hasta las 12 de la noche, pero Imad confiesa que lo habitual es cerrar bien entrada la madrugada, algo que no haría si estuviera casado o tuviera hijos, comenta, mientras un gesto de resignación se dibuja en su cara cansada.
SALVADO POR GAMBITO DE DAMA
«Yo vivo con dos trozos de pizza de 99 centavos y una lata de refresco, pero no puedes hacerle eso a un niño», dice antes de confesar que con el golpe recibido por la crisis de la pandemia, el negocio caía en barrena y ya había hecho planes para cerrar el pasado diciembre.
«Estábamos muriendo hasta que Gambito de Dama apareció (en octubre de 2020), porque nadie sobrevive con este negocio (…) De repente, 62 millones de personas vieron la serie y de ellos a lo mejor uno quería aprender a jugar al ajedrez, aumentó la demanda de libros y de tableros y piezas», cuenta.
«Gambito de Dama», la miniserie más vista en la historia de Netflix y que se convirtió en un fenómeno mundial, cuenta la vida ficticia de una niña huérfana que en los Estados Unidos de los años 50 y 60 se convierte en una gran maestra de ajedrez.
Sin embargo, es consciente de que aunque esta vez ha esquivado el jaque, el precario equilibrio del negocio puede obligarle a rendirse ante cualquier mínimo contratiempo.
«En los años 20 fue una panadería, en los 40 una verdulería, en los 70 una tienda de ajedrez y luego una imprenta. No vivimos para siempre, no sé que será cuando yo cierre, aunque puedo ver como todo se convierte en un Starbucks», dice con estoica amargura, aunque en el fondo desea que el negocio sobreviva.
EL DÍA INTERNACIONAL DEL AJEDREZ
«Creo que toda casa, sin importar cuanto talento haya, tiene que tener dos cosas: una estantería con libros de literatura, de historia, de lo que sea y un juego de ajedrez», sentencia preguntado por la importancia del ajedrez, cuyo día internacional se celebra el 20 de julio.
Para él, el ajedrez es una parte «esencial para la educación de cualquier niño porque desarrolla la imaginación».
«Frente a un tablero de ajedrez es como se crea el pensamiento original, el pensamiento creativo. El pensamiento que denominan ‘fuera de la caja’ está en el tablero y no tienes por qué ser necesariamente el próximo Bobby Fischer», declara.
Del juego, continúa, se aprende la deportividad y sobre todo a prepararse «para aceptar las consecuencias de tus decisiones».
«Antes de hacer un movimiento, piensa, y si ves un buen movimiento, no lo hagas porque siempre hay uno mejor. (…) Por supuesto, el tiempo y la vida y el tablero están en tu contra, pero piensa antes de moverte y prepárate para aceptar las consecuencias de tus decisiones», concluye parafraseando al ajedrecista y filósofo Emanuel Lasker.
Jorge Fuentelsaz