La cultura rescata al río Grande de Colombia de un pasado de violencia

FECHA:

Honda (Colombia), 18 agosto de 2021.- A las seis de la mañana los pescadores de Honda, en el centro de Colombia, salen a buscar su sustento en las orillas del río Magdalena, el principal del país, una faena con la que reivindican este cauce, enturbiado por el conflicto armado, como un río de vida y esperanza.

En el Río Grande de la Magdalena, que atraviesa el país de sur a norte, han flotado los cuerpos, enteros y desmembrados, de más de 300 víctimas de desaparición forzada, y su figura serpentina sigue el rastro de los periodos más sangrientos de la violencia en Colombia.

Esa imagen contrasta con el ímpetu de los pescadores que se adentran en la corriente para atrapar con cóngolos y atarrayas peces como el bocachico, nicuro, bagre o capaz que luego venden en los restaurantes y a compradores que llegan de otros lugares del país.

En el río trabajan todo el año, por vocación y por necesidad, pero la mejor temporada es la de la subienda de los peces.

«Yo pesco en una subienda y puedo conseguir cuatro o seis millones de pesos (entre 1.030 y 1.540 dólares), eso lo ahorra uno para el resto del año. Los pescadores le agradecemos todo al río Magdalena», dice a Efe Henry Salcedo, que ha dedicado 35 de sus 55 años a la pesca.

Los pescadores no temen a la fuerza del río porque, según dicen, desde que nacieron el agua ha marcado su destino. Todos se han tenido que ganar el derecho, por herencia o compra, de pescar en la ribera, en puestos que se rotan entre 12 personas hasta finalizar el día.

«Esto es como unas vacaciones. Uno puede pescar por ahí cuatro horas y ya, no se cansa. Cuando no hay nada a veces duramos tres o cuatro días sin coger pescado, pero ya es parte de la rutina», relata por su parte Alfonso, sentado en una roca mientras espera su turno.

Una joven fue registrada al visitar las instalaciones del Museo del Río Magdalena, en Honda (Tolima, Colombia). EFE/Mauricio Dueñas

CAMBIAR LA NARRATIVA DEL CONFLICTO

El Magdalena, un cauce de más de 1.500 kilómetros de longitud que nace en el Páramo de las Papas, en el suroeste colombiano, y entrega sus aguas al océano Atlántico en Bocas de Ceniza, cerca de Barranquilla (norte), es desde los 80 una gran fosa común.

En sus faenas los pescadores han encontrado en sus aguas los cadáveres de personas asesinadas y desaparecidas, principalmente por grupos paramilitares.

La guerrilla de las FARC también fue responsable de algunas de las 320 víctimas contabilizadas por el Centro Nacional de Memoria Histórica, aunque el registro total podría ser más alto.

El río se tragó muchos cuerpos y los pescadores, que terminaron haciendo la tarea de las autoridades y arrastraban hasta la orilla los que encontraban flotando, muchas veces preferían dejar pasar los cadáveres para no perder tiempo en trámites en la Policía.

Quienes han sido testigos y víctimas de esa violencia inspiran hoy las obras del Museo Contemporáneo del Río Magdalena, que hace seis años historiadores, antropólogos e investigadores se aventuraron a transformar la relación del país con el río.

Una familia fue registrada al visitar las instalaciones del Museo del Río Magdalena, en Honda (Tolima, Colombia). EFE/Mauricio Dueñas

EL RÍO DE TODOS

«Esta ha sido una apuesta museográfica, pedagógica y de compromiso con el río, con Colombia, para presentarle a los colombianos una necesidad enorme que encontramos de restablecer el vínculo del río con todos los ciudadanos, un río que en muchas veces ha sido despreciado, visto como cochino, zona de violencia, zona pobre», relata a Efe Germán Ferro, director del museo.

El museo, junto con la cultura y la memoria como agentes restauradores de la narrativa sobre la violencia, han convertido a Honda, una localidad con el encanto del Caribe pero encerrada entre las montañas del interior de Colombia, «en un referente nacional».

«Hemos querido cambiar el relato (…) El río es una experiencia total de la vida cultural, del proceso civilizatorio, y antes de pensar en los problemas hay que conocer el río, hay que emocionarnos», asegura Ferro al defender que el Magdalena «tiene muchos problemas pero es un río que también está vivo».

La arquitectura colonial de Honda, sus caminos empedrados y portones de tonos pastel que recuerdan a la caribeña Cartagena de Indias han ayudado mucho al propósito de cambiar la narrativa.

«Lo más emocionante que ha pasado es que vienen personas de diferentes partes del país que no tenían ninguna noción del río y salieron sorprendidos y emocionados de saber que tenemos tanta riqueza, tanta diversidad. Nos enseñaron que el río es parte del pasado, pero no nos han enseñado que el río es nuestro presente», expresa la antropóloga Eloisa Lamilla.

Al pie del río, este pueblo patrimonio atrae turistas que visitan el museo para conocer la cultura de un lugar que busca sobresalir pese a las historias de familias que todavía buscan a sus víctimas en la corriente del Magdalena.

«Quería venir al museo por revisar todo el tema identitario de la zona. Me gusta mucho y siento que está todo alrededor de lo que pasa en el Magdalena y no solamente el trabajo de los pescadores, que también me parece bonito», dice Angélica González, una de las turistas.

Klarem Valoyes Gutiérrez

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