Montevideo, 5 septiembre de 2021.- Desde el encierro, tras las rejas que en 1971 separaban a más de 100 guerrilleros del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) de su libertad, un túnel hecho a fuerza de cálculos y varillas transformadas en taladros permitió un histórico escape en un año clave de la historia reciente uruguaya.
«Lo importante era la decisión que teníamos todos, la conciencia de que teníamos que salir de alguna manera porque había que continuar la lucha, ese fue el mensaje de la fuga, vivíamos en la cárcel pensando en lo que estaba ocurriendo afuera, en los compañeros que estaban luchando», así resume Jorge ‘Tambero’ Zabalza cuál fue el sentimiento para diagramar lo que llamaron operación «El abuso».
En tiempos complejos, con varios años de estancamiento económico, un Gobierno democrático pero con una gestión fuertemente represiva surge el MLN-T, un «movimiento político en armas», como lo define a Efe el escritor Mauricio ‘Ruso’ Rosencof.
La creatividad para idear planes y herramientas, sobornos a los guardias, y un secreto herméticamente guardado entre más de 100 personas, fueron parte de las claves que permitieron, hace ya cinco décadas, que los tupamaros.-junto a unos pocos presos comunes que ayudaron- se fugaran por un túnel que atravesó tres pisos de la prisión y una calle para poder salir en la casa de una señora con la que algunos incluso compartieron un té.
«UN MENSAJE DE LUCHA»
A través de diferentes operativos -algunos de ellos con mucho impacto-, entre los que se incluyeron robos de bancos, secuestros, fusilamientos, este grupo fue desarrollando en la década del 60 una guerrilla urbana que lo enfrentó duramente con el Gobierno del entonces presidente Jorge Pacheco Areco, del Partido Colorado (PC-centroderecha).
«En el marco de la represión del 68, la violencia política y la crisis, van a pasar a tener más acciones de propaganda armada, algunos eventos como secuestros a dirigentes políticos, empresarios y crece el MLN hasta posicionarse como una guerrilla urbana», explica a Efe el profesor de historia Gabriel Quirici.
La fuga fue en un año clave porque eran las elecciones presidenciales. Pacheco Areco quería la reelección -algo que no estaba en la Constitución uruguaya y necesitaba una mayoría especial que no consiguió- mientras que en frente estaba el líder del Partido Nacional (PN, centroderecha), Wilson Ferreira, y también eran las primeras elecciones del Frente Amplio (FA-izquierda).
Quirici destaca que los tupamaros le habían asegurado a Ferreira y al FA que no iban a desarrollar operaciones de gran impacto, una especie de «tregua», para permitir que los comicios sucedieran de manera natural. Sin embargo, si ganaba el PC -como finalmente lo hizo José María Bordaberry, quien en 1973 daría el Golpe de Estado- volverían a las armas.
Con todos los líderes presos en la cárcel de Punta Carretas -que hoy se transformó en un centro comercial-, comenzó la peripecia para buscar un escape. Pocos meses antes dieron un primer golpe cuando 38 mujeres del movimiento también se fugaron de otra prisión. Pero el objetivo no era la libertad para irse a otro país o quedarse en la clandestinidad, sino que la fuga tenía «un mensaje de lucha», como estampa Zabalza.
Él, junto a Servando ‘Pocho’ Arbelo, Jorge ‘Inge’ Manera y Julio ‘Viejo’ Marenales fueron los encargados de dirigir la Comisión Aspirina para evaluar cuál sería la mejor forma de escapar del recinto carcelario.
Según recoge el libro «Comisión Aspirina: historias de hombres libres en cautiverio» del periodista uruguayo Samuel Blixen, las ideas de fuga fueron decenas, desde las más disparatadas como conseguir un camión cargado de TNT que estallara sobre uno de los muros de la prisión para permitir el escape, hasta treparse por las paredes y colocar colchones en la calle hacia donde pudieran saltar.
«Se consideró que era un derecho luchar por la libertad», sentencia Zabalza y recuerda a varios de sus compañeros que colaboraron en esta fuga, entre los que estaba el que sería presidente de Uruguay entre 2010 y 2015 José Mujica.
EL AIRE ANARQUISTA
La tarea no era sencilla y parecía una misión casi imposible. Los cálculos del ‘Inge’ y la creatividad de los que fabricaban herramientas para quitar la cal con la que se asentaban los grandes ladrillos de hormigón del penal eran fundamentales.
Rosencof, que considera como «el triunfo del ingenio» lo que hicieron sus compañeros dentro de la prisión, explica que el único antecedente de un escape de esta envergadura fue la de un grupo de anarquistas que se escapó por un túnel en la década del 30.
El aire faltó durante toda la excavación pero aquellos anarquistas que escaparon tiempo atrás finalmente fueron su salvación porque cuando apenas les ingresaba oxígeno, su túnel se cruzó con el de los anteriores fugados y se abrió una bocanada de aire que los salvó.
La claustrofobia de ese angosto hueco, la ansiedad o el miedo a ser descubiertos estuvo presente durante todo este tiempo pero fundamentalmente en aquella madrugada del 6 de septiembre de 1971.
Al salir, luego de calmar a la mujer de la casa con charlas y té -que el propio Zabalza le hizo cuando dejó el túnel-, comenzó una nueva etapa para el MLN-T, la vuelta a la lucha que, finalmente, un año después serían derrotados por las Fuerzas Armadas y encerrados tiempo antes del comienzo de la dictadura cívico-militar (1973-1985).
Federico Anfitti