Buenos Aires, 22 de septiembre de 2021.- Analía Kalinec descubrió con 25 años que el padre que la mimaba en su infancia era también responsable de delitos de lesa humanidad durante la última dictadura argentina, y ahora plasma su testimonio en un libro en el que denuncia sus crímenes y confronta la idea de que los hijos deban lealtad a sus padres.
«Cuando atendí el teléfono y mi mamá me contó que mi papá estaba preso, no entendí nada. Fue sobre fines de agosto de 2005». Tres años después y tras un proceso de alto costo emocional, Analía Kalinec asume la condición de genocida de su padre, el ex policía Eduardo Kalinec, conocido como el «Doctor K», condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad.
En una entrevista con EFE, Analía Kalinec, maestra y psicóloga de 41 años, explica cómo fue el proceso de escritura de su libro «Llevaré su nombre», publicado recientemente por la editorial Marea, en el que rompe el silencio y denuncia los crímenes de su padre.
Tres años antes de la detención de su padre comenzó a escribir una especie de diario íntimo para el día en que tuviera hijos, ubicando el inicio de la historia en el momento en que conoció a su marido.
Después de que su padre fuera detenido pasó de una primera etapa de ignorancia a otra de negación, «como mecanismo de defensa ante algo tan disruptivo de la imagen de un padre genocida», y luego a una pulsión de saber y de «alzar la voz».
¿POR QUÉ PAPÁ ESTÁ PRESO?
En 2008 asume «la condición de genocida» de su padre y advierte que esto «no es algo íntimo de una familia, sino que tiene que ver con hechos sociales que afectaron a toda una sociedad y a toda una humanidad al tratarse de crímenes de lesa humanidad».
Aunque entiende que no es responsable de los delitos que cometió su padre, explica que algo de su «inconsciente no lo quiere entender y sigue operando con esa necesidad de como querer compensar algo del daño que ellos han generado».
Este libro es «una necesidad vital de buscar mi lugar y de denunciar los crímenes de mi papá y de confrontar esta idea tan instalada de que los hijos deben lealtad al padre. Uno como hijo también tiene el deber moral y la obligación de repudiar los crímenes del padre, de repudiar al padre si éste no se arrepiente de sus crímenes. Doy testimonio de esto».
ALZAR LA VOZ
En 2017, Analía Kalinec formó junto a otros hijos de represores el colectivo «Historias Desobedientes», un movimiento pionero en el mundo para alzar su voz en contra de sus padres por sus actuaciones durante el terrorismo de Estado.
Actualmente, son 150 miembros en Argentina, un número pequeño, agrega, si se piensa que ya hay más de 1000 genocidas juzgados con sentencia, más todos los juicios que están en proceso y todos los genocidas que han muerto impunes.
«Somos muy poquitos en proporción a la población de hijos e hijas y familias de genocidas», añade.
Este movimiento se ha extendido a otros países como Chile y Brasil, donde también se han conformado colectivos de «Historias Desobedientes», y en los últimos meses se han contactado con este grupo desde Uruguay y Paraguay.
«Historias Desobedientes» está actualmente en un proceso de institucionalización en Argentina, y una de sus principales demandas es que como familiares de genocidas se les permita declarar en los juicios contra sus progenitores, lo que está prohibido por el Código penal argentino, salvo que el delito haya sido cometido contra el hijo o un familiar de igual grado.
Por ello, han presentado un proyecto de ley para que estos artículos se modifiquen.
Analía Kalinec considera que este libro es solo un cierre parcial de una etapa y que se sigue escribiendo puesto que su padre aún está vivo, y la demanda que interpuso contra ella para que, por causales de indignidad, sea excluida de la herencia de su madre fallecida en 2015, sigue abierta.
«Aprendí a vivir sabiendo que hay cosas que no tienen respuestas. Hay una pregunta obligada e insistente hacia mi papá acerca del destino de los desaparecidos y de los bebés nacidos en cautiverio que sigue sin respuesta», señala.
«Sigo esperando un gesto de humanidad por parte de este padre genocida», concluye.
Carmen Jiménez