Una foto de recuerdo por si muero en la selva del Darién

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Necoclí (Colombia), 26 de septiembre de 2021 – Hudson y otros haitianos matan el tiempo en Necoclí jugando al dominó con compañeros de viaje venezolanos mientras esperan que llegue el día en que puedan embarcar rumbo al Darién, la peligrosa selva que les separa de Centroamérica y de su anhelo de conseguir una vida mejor.

Muchos de ellos llegaron hace días, incluso semanas, desde Chile o Brasil, como parte del éxodo que ha emprendido la ruta al norte, rumbo al «sueño americano», y que se encuentra en Colombia, en el primer represamiento, el primer campamento improvisado en Necoclí (oeste), en el que les tocará quedarse unas semanas.

Waldi Joseph salió de Chile porque a pesar de tener trabajo su familia no podía ir a vivir con él porque no le daban papeles; Jean Robert estaba feliz en Brasil, pero el salario no le daba para mantener a sus cuatro hijos y su esposa.

«¿Tú sabes lo que se siente cuando tu hijo te pide dinero y no tienes? Mis hijos no me tienen respeto porque cuando me han pedido, no he tenido para darles», explica angustiado a Efe Jean Robert.

Por eso decidió dejar Brasil con toda su familia y hasta la frontera ecuatoriana todo transcurrió sin problemas, pero ahora cree que con las 17.000 personas esperando a cruzar la frontera colombiana con Panamá y los cupos restringidos a 500 personas que pasan al día, le tocará esperar más de un mes en este pueblo del golfo del Urabá.

Nunca antes se habían registrado cifras tan altas de personas intentando cruzar el Darién. El millar que pasó en enero, en junio se multiplicó por diez y en agosto hicieron la travesía 25.000 personas.

En lo que va de año, las autoridades panameñas calculan que se han adentrado en la selva -o han salido de ella porque no hay cifras de cuántas personas se quedan en el camino- 70.000 migrantes, de los cuales más del 60 % son haitianos y si se añade a sus hijos, nacidos en Chile o Brasil, se alcanza el 71 % del flujo.

«Todo el mundo sabe la situación que está pasando Haití», justifica Jean Robert.

Los que cruzaron en los meses pasados son los mismos que ahora están siendo deportados de Estados Unidos, después de ingresar de forma irregular, o han sido desalojados del campamento improvisado a las orillas del río Bravo, en el puente que conecta Ciudad Acuña (México), con Del Río (Texas).

LA CALMA ANTES DE LA SELVA

A la mayoría de haitianos reunidos en Necoclí, a 3.500 kilómetros en línea recta de ese otro punto, cuando se les pregunta, dicen que su destino no es Estados Unidos; primero México y luego ya se verá.

Jean Robert señala que quiere ir «al país que nos dé oportunidades porque uno solo quiere vivir mejor. Si me das oportunidades aquí, yo me quedo aquí».

Migrantes acampan hoy, en Necoclí (Colombia). EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda

«Si me das documentos, mis hijos pueden ir a la escuela, yo me quedo aquí», agrega.

Para llegar a México, les quedan por delante cinco países, pero además una selva que habita las pesadillas de quienes pasaron por ella.

«Todo va a salir bien», confía Jean Robert. Algunos bromean y se toman con desaire lo que viene después. Hudson y un compañero venezolano, que duerme en la carpa contigua, piden una fotografía.

«Tómanos una foto, ¿y si me muero en el camino? Será una linda foto de dos amigos que murieron en el camino», dice con una lúgubre sorna el venezolano.

A MERCED DE GRUPOS ILEGALES

Saben bien a lo que se enfrentan; les han contado de las muertes, que las violaciones sexuales están disparadas, que les van a cobrar jugosas coimas, que son días andando, que se pueden quedar atrás; del calor, la lluvia, la falta de comida y agua.

«De aquí a Panamá puedes encontrar hasta tres filtros de ‘guerrilleros’ pidiendo dinero», relata a Efe el venezolano, refiriéndose a los paramilitares y grupos criminales que controlan el tráfico de migrantes y el narcotráfico que circula en la única parte del continente por la que no pasa la carretera Panamericana.

«Al que no lleva dinero para pagar a los mafiosos, para pagar la vacuna, lo dejan», añade. Hudson lo llama «seguro de vida», y cuesta hasta 100 dólares, pero en la selva todo se paga: cobran por día, por llevar las maletas, por llevar a los niños, por ir por la ruta más corta…

Y continúa: «Si tienes una nena de 14 años, entre cuatro o cinco hombres, la violan», asegura. Y no es desacertado. Hay una «aceleración de los casos», según Médicos Sin Fronteras (MSF), que tiene una clínica donde atiende a las mujeres abusadas al otro lado de la frontera.

En junio atendían un caso por día, más o menos, y a principios de septiembre llegaron a atender a ocho diarios. El último informe que tienen, del 7 de septiembre, contabiliza 207 casos en los últimos cinco meses, pero calculan que ya deben estar en 230.

«Lo que me duele más es que nosotros pasamos por Bolivia, Perú y Ecuador y caminas libre. Solamente acá este quilombo; un desastre», apunta Hudson.

Irene Escudero

EFE

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