“Necesito que Timochenko entienda mi sufrimiento y llore conmigo”: Ingrid Betancourt

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Artículo publicado por La Nueva Prensa el 4 de octubre del año 2021.

Por Diana López Zuleta (@dianalzuleta)

Colombia, 16 octubre de 2021.- La voz de Ingrid es suave, meliflua; su rostro, luminoso; el hablar, pausado; el tono, asertivo y firme, como la entereza de su carácter. Ingrid es esbelta: luce el cabello dorado cobrizo, viste una chaqueta negra de corte americano; en el cuello lleva una cadena con un dije en forma de cruz. Sus gestos son siempre como su voz: sedosos, sosegados.

(Puede leer: Íngrid Betancourt aún no sabe si está preparada para ver a sus secuestradores)

El encuentro se da en un salón del Hotel Hilton, en el norte de Bogotá. Es la una de la tarde. Afuera, varios guardaespaldas custodian a Ingrid, que ha regresado al país para presentar Una conversación pendiente (Planeta, 2021). Es paradójico que, mientras en Colombia debe andar siempre escoltada, su vida en Francia —luego de haber soportado años de secuestro y angustia— es apacible: cultiva un jardín en el que cosecha manzanas y cerezas, riega flores, cría dos gallinas, cuida a Flor, su perrita. Vive en medio de la naturaleza, sin la zozobra permanente de amenaza.

—Yo quisiera que los colombianos pudieran vivir con esa tranquilidad, y por eso tenemos que cambiar este país —reflexiona.

A lo largo de la entrevista, su voz se quiebra en un hilo al hablar de su padre, que falleció cuando ella estaba en cautiverio. La narración de cómo se enteró de su muerte, algunos meses después, estremece: estaba en la selva y, un día, unos guerrilleros llegaron con verduras empacadas en hojas de periódicos. Ella pidió que se las prestaran para poder leer algo.

“Nos las arreglamos con Clara para alisarlas y ordenarlas cronológicamente; nos las repartimos, y comenzamos a leer —relata en el libro—. En una de ellas, me llamó la atención la fotografía de un sacerdote frente a un ataúd. Cuando leí el pie de foto, descubrí horrorizada que el muerto era mi papá (…) Durante unos minutos larguísimos sentí que me ahogaba”.

—Yo no puedo hablar de él sin que… —suspira—. Tengo una vena abierta —dice, con los ojos vidriosos—. Él habita en mi espacio mental y lo llena. Me hace mucha falta.

Una conversación pendiente es un diálogo extenso entre Juan Manuel Santos e Ingrid Betancourt, moderado por el periodista Juan Carlos Torres. En él se narran episodios importantes como el proceso 8000, el asesinato de Luis Carlos Galán, el magnicidio de Álvaro Gómez, la Constitución de 1991, la Operación Jaque, el acuerdo de paz y el plebiscito, entre otros.

Ingrid no solo tuvo que sortear el secuestro y las torturas de las FARC, sino las calumnias del entonces presidente Andrés Pastrana y de la cúpula militar que la acusaron de haber propiciado su propio secuestro.

“Fue luego de la elección de Uribe que comprendí que mi secuestro era un activo para las FARC y un alivio para la clase política”, dice en el libro.

La siguiente es la entrevista que ha sostenido con La Nueva Prensa:

Diana López Zuleta: El libro tiene un epígrafe de Borges que es bellísimo: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Quiero hacerte una doble pregunta: ¿qué es para ti la memoria y el tiempo? Y lo pregunto porque el tiempo para una persona que ha sido secuestrada es percibido de forma distinta.

Ingrid Betancourt: El tiempo es la eternidad, en el sentido en que cada momento que vivimos es un pedazo de eternidad, y eso lo vamos grabando en nuestra memoria, y la memoria es la conexión con esa eternidad que hemos vivido; y la muerte es el paso definitivo hacia la eternidad, entonces el tiempo es, realmente, sobre lo que reposa la existencia. Nosotros somos seres de tiempo, existimos en el tiempo.

D.L.Z: A propósito del tiempo, nunca dimensionaste cuánto duraría tu secuestro. Hay una anécdota que cuentas, cuando fuiste a una reunión en el Caguán y el Mono Jojoy te lanzó una frase premonitoria: “La próxima vez que vengan tengan cuidado, porque vamos a empezar a retener políticos”. Y tú dijiste, en modo de broma, “espero que no a nosotros”. ¿Cómo ves esto a la luz de hoy?

I.B: Esas cosas son muy violentas porque, obviamente, cuando él me dice eso, yo estoy sentada y tengo a mi lado a Tirofijo, y me volteo y le digo: “Manuel, ¿esto es en serio?”, porque era una amenaza, y dice: “No le pare bolas, olvídelo, eso nunca va a suceder”. Entonces, cuando a mí me secuestran, yo tengo eso en la cabeza, y pienso, de alguna manera, “ellos me van a liberar rápidamente porque hay una promesa hecha por Manuel Marulanda”, pero no fue así.

D.L.Z: Y esto se extendió por años. Yo me pregunto ¿por qué vuelves a un país que te hizo daño y que todavía te juzga porque solamente ven y creen una sola versión?

I.B: Sí, esa es una realidad, pero Colombia no es solo los que me juzgan mal, Colombia es la cantidad de personas que yo podría ayudar. Lo que me arraiga a Colombia son las caras de tantas personas que han atravesado mi vida con tantas necesidades y la frustración de no haber podido cambiar esos destinos, a sabiendas de lo que es estar del otro lado, porque el secuestro me pasa para el otro lado. Yo me vuelvo una de esas caras sin caras, una de esas personas que ya no son personas.

D.L.Z: Precisamente, la no persona es el eje central de tu tesis de doctorado en teología. Cuéntame un poco sobre esto y la relación con el trabajo social que ha hecho tu madre con el albergue infantil.

I.B: La experiencia que viví con mi mamá, desde muy niña, es de esas cosas que forman parte de mi identidad. Yo nací en una familia que tiene la conciencia de la pobreza muy fuerte. Mi papá no tenía plata para estudiar y le tocó mirar a ver cómo se financiaba, y de ahí nace la idea del Icetex, que le va a dar posibilidad de estudios a millones de colombianos. En el caso de mi mamá, se dedica a recoger niños de la calle —en ese momento los llamaban gamines—, que eran niños que llegaban de la violencia, con cuadros familiares destrozados. Esos niños, frente a la violencia familiar, preferían armar como unas especies de tribus, vivían bajo los puentes y comían de las sobras de los restaurantes, y mi mamá se dedica a darles un hogar, una familia, un papá, una mamá, una escuela, es decir, realmente crearles un entorno social que les diera la oportunidad de ser lo que ellos querían ser. Ahora, yo conozco muy de fondo el tema de la no persona es con la experiencia del secuestro, ahí es cuando a mí me convierten en una cosa, donde yo veo que a mí me tiran las sobras, donde me maltratan, me humillan, no existo, ni me miran, no me hablan. Y yo siento que nosotros en Colombia tenemos el país dividido en dos, es una esquizofrenia social, en el cual tenemos una gente donde estamos los que estamos aquí sentados, viviendo con comodidades, con un mundo mirando hacia el exterior, con futuro, con esperanza, y estamos sentados sobre el dolor de millones de colombianos que están pidiendo que se les reconozca sus derechos, que no los vemos, no existen para nosotros, son totalmente ajenos a la prosperidad del país, y para mí Colombia es esa otra Colombia.

Cada momento que vivimos es un pedazo de eternidad

D.L.Z: ¿Crees que en Colombia hay un problema más grande que la corrupción?

I.B: Claro, la pobreza, pero es que están ligados, es decir, hay pobreza en Colombia porque hay corrupción. Los recursos de todos nosotros —que son los recursos del país, porque los grandes ricos del país viven de los recursos de la nación— quedan desviados en cuentas en el exterior de personajes que usan el poder que se les da, el cuarto de hora de poder, para hincharse de opulencia, una cosa obscena. Asistimos a un saqueo de Colombia y hay que pararlo, y para pararlo hay que ser muy firmes, porque la corrupción es un ave que nace cada cuatro años de sus cenizas. Cada cuatro años la gente está indignada, no quiere más corrupción, cada cuatro años estamos hasta la coronilla de los políticos que nos han envenenado la vida y cada cuatro años volvemos y elegimos a otro que nos monta nuevas caras con el mismo sistema, con el mismo carrusel de contratos y de abusos de poder, y no salimos de esto. Ahora, yo creo que precisamente la pandemia y la paz nos dan la posibilidad de buscar una cosa diferente, y yo por eso me voy a pelear hasta el último espacio que tenga de fuerza en mi corazón por esta Coalición de la Esperanza en la cual creo.

D.L.Z: Según las encuestas, todas las instituciones colombianas están desprestigiadas, la gente ya no confía en ninguna de ellas…

I.B: Pero la gente sí es demócrata, y la gente sí cree en la democracia, y hoy en día veo cosas extraordinarias. Cuando yo hacía política hace 30 años, que me iba por los barrios y trataba de ir a donde estaban los jóvenes —pensando que ahí había votos de opinión—, me encontraba con un muro de resistencia, me decían: “Los políticos son todos unos corruptos, yo no voy a votar, no quiero participar en política”. Tú haces el mismo ejercicio hoy y te das cuenta de que la juventud quiere participar, no solo quiere votar, quiere que los elijan a ellos, no quiere que les den limosnas, quieren trabajar para ellos construirse su futuro, entonces la política se vuelve para los jóvenes un instrumento para lograr lo que ellos tienen derecho a reclamar y, cuando ese chip cambia —y que la política uno entiende que es el medio para cambiar el mundo—, pues entonces sí hay esperanza.

D.L.Z: A propósito, en el libro también relatas las dificultades que tuviste en la política por ser mujer.

I.B: Y las sigo teniendo. Te voy a contar una cosa para que dimensiones el tema de hoy: cuando terminamos el libro, nos llegaron las propuestas de la editorial para el título. La propuesta era Una conversación pendiente: Ingrid y Santos. Y yo dije, no, o Ingrid y Juan Manuel, o Betancourt y Santos, o Juan Manuel Santos e Ingrid Betancourt. Lo que quiero decir con esto es que, aunque parece simplemente un detalle, al final de cuentas la política está hecha de una especie de infantilización de la mujer. Es decir, a nosotras nos quitan nuestro apellido, acostumbrados a quitar el apellido de la mujer, porque nosotras en nuestro tránsito civil pasamos de ser la hija de nuestro papá a ser la esposa, y cada vez vamos cambiando de nombre, y eso nos quita nuestra identidad, entonces yo creo que en esos detalles tenemos que ser muy sensibles, porque luchar por nuestra identidad de mujer es también mandar unos mensajes en los cuales queremos igualdad de condiciones en el trato, en la manera como nos llaman. A mí me pasan constantemente cosas en que me doy cuenta de que, si fuera hombre, no me darían las respuestas que me dan, o no me juzgarían como me juzgan.

Hay pobreza en Colombia porque hay corrupción

D.L.Z: Hace poco tuviste un dramático cara a cara con tus victimarios en la Comisión de la Verdad. ¿Qué hace falta para que las FARC se humanicen y hagan una reflexión sobre lo que hicieron?

I.B: Yo creo que les hace falta un psiquiatra, y lo digo en serio. Yo creo que ellos tienen que entender cuáles fueron sus procesos de deshumanización, porque cuando uno habla con ellos, ellos le sacan a uno la retórica política, y cuando estamos hablando de reconciliación, lo que nosotros queremos como víctimas es entender cuál fue el proceso que ellos vivieron. Yo conozco mi proceso de deshumanización, lo que me hicieron, las torturas, el desprecio, los vejámenes, y la lucha por la dignidad humana, es decir, la lucha por —a pesar de ese maltrato— seguir protegiéndome en mi identidad y en mi alma, pero ¿y ellos? Ellos nunca cuentan cuál fue la infancia, qué los llevó a pensar que tenían derecho a encadenar a un ser humano, cómo les parece que puedan pasar por encima de las decisiones que se tomaron en la comandancia de hacer abortar a las mujeres, porque simplemente sus hijos no eran bienvenidos en la guerrilla, es decir, esas arbitrariedades. Cómo iban a buscar a las guerrilleras a los prostíbulos, eran guerrilleras —yo las vi—, hacían un trabajo de cargar las municiones, todo el trabajo de abrir trochas, todo el trabajo militar lo hacían igual que los hombres, pero encima de todo tenían que cumplir con la labor sexual, de servirle a los guerrilleros, entonces ¿dónde está el respeto a la dignidad de la mujer? Yo creo que ellos tienen que entrar a reflexionar sobre qué los lleva a dar órdenes que los deshumanizan a ellos y a nosotros, y eso nunca lo cuentan.

D.L.Z: Yo me preguntaba si realmente sentías como sincero el arrepentimiento de Sandra Ramírez acerca de lo que dijo: que los secuestrados estaban bien, que tenían su camita. ¿Crees que el perdón es solo un cumplimiento de los acuerdos?

I.B: Yo creo que ellos están haciendo el esfuerzo de entender, pero ellos no entienden, por eso hablo del psiquiatra, porque yo pienso sinceramente que cuando Sandra Ramírez dice “la camita y el cambuche” es probablemente porque para ella, dentro de su recorrido de vida, tener un sitio donde dormir y un techo es suficiente para sentirse colmada por la vida. Ella no se pone a pensar en lo que es el desprendimiento de los seres queridos, en lo que es que a uno lo tengan amarrado a un árbol, obligándolo a hacer sus necesidades frente a un guardia. Ella no se pone a pensar en el hecho de que uno tiene un proyecto de vida y que de un momento para otro se lo arrancan, entonces ya uno no puede construir sus sueños, en que obviamente todos tenemos horizontes de prosperidad. A mí me quitaron mis mejores años. Cuando yo salí, mis hijos no tenían lo que yo hubiera podido darles si yo hubiera estado trabajando todos esos años, es decir, son cosas que ellos pasan por encima, como si la lógica guerrillera fuera que el hecho de que ellos estuvieran luchando por el pueblo les da derecho de expropiarnos nuestra alma. Entonces, es probablemente porque ellos no tienen el contacto con su propia alma; es probable porque no tienen una reflexión sobre su libertad, sobre su vida, sobre la dignidad de ser humano, porque probablemente ya están tan deshumanizados que eso para ellos no es importante.

Diana López Zuleta e Ingrid Betancur. Foto La Nueva Prensa.

D.L.Z: También siento que de su parte ha habido muy poca verdad. ¿Crees que puede haber perdón sin haber justicia?

I.B: Perdón hay, porque el perdón le pertenece a las víctimas y las víctimas hemos perdonado; lo que no ha habido hasta ahora —y es difícil y se está construyendo porque es un camino largo— es reconciliación. La reconciliación es un tango que se baila a dos. Yo no me puedo reconciliar con el señor Timochenko si el señor Timochenko, cuando yo estoy llorando, está mirando su teléfono y leyendo sus emails, es decir, yo en algún momento necesito que entienda que cuando le estoy hablando a él, estoy hablando de lo que él me hizo a mí, es decir, él dio la orden, yo necesito que él entienda mi sufrimiento y que llore conmigo; si él no llora conmigo es porque no ha entendido lo que pasó, él está por allá en sus estatutos de la guerrilla, y en sus programas de la guerrilla, y en su mundo virtual, vive en una burbuja totalmente autista; él no ha aterrizado. Pero ese autismo de ellos con las víctimas es también el autismo que ellos tienen frente al país, ellos no están conectados con Colombia, ellos viven en una burbuja.

D.L.Z: Dices en el libro que el partido de las FARC está anquilosado, que es poco innovador y se ha quedado con las estrategias tradicionales de la política.

I.B: Para mí, ellos son el ejemplo de unos dinosaurios de izquierda, como hay dinosaurios de derecha, pero por eso en el país tenemos que buscar esos ímpetus jóvenes. La juventud trae consigo una nueva agenda, nueva visión, nuevos retos, nuevas fronteras. La generación mía quería llegar a la luna y llegamos, ahora queremos llegar más lejos, pero allí donde quiero llegar, que es la frontera de Colombia, es donde no tengamos un solo niño con hambre, es decir, que no tengamos una mujer sujeta a que un tipo venga y le pegue después de haberla tratado como su cónyuge. Aquí hay cosas muy de fondo que tenemos que ir construyendo todos, yo tengo mucha esperanza en la juventud, porque yo creo que los jóvenes están realmente entendiendo lo que son los esquemas de solidaridad, tenemos que construir una sociedad solidaria, tengo mucha esperanza en los jóvenes, tengo mucha esperanza en Colombia.

D.L.Z: En el libro cuentas toda tu lucha frente al proceso 8000, que no es muy disímil a lo que vivimos ahora: tenemos un presidente que fue financiado por el Ñeñe Hernández, un narcotraficante, tenemos a una vicepresidenta cuyo hermano fue condenado por tráfico de heroína, tuvimos a un embajador en Uruguay con un laboratorio de cocaína en su finca, también está la presidente de la Cámara, que tiene relaciones turbias. El tío del actual embajador en Washington fue condenado por narcotráfico. Yo me pregunto: ¿con qué autonomía y autoridad moral tenemos funcionarios así? ¿Cuáles fueron esos rezagos que quedaron de Samper, un presidente financiado por el narcotráfico?

Asistimos a un saqueo de Colombia y hay que pararlo

I.B: Yo creo que tú estás respondiendo la pregunta, es decir, ¿cuál es el rezago del proceso 8000? ¿cuál es el precio que ha pagado Colombia por no aplicar la justicia a un presidente que se financió, que hizo un trato con el narcotráfico para llegar a la presidencia? Los rezagos son que hoy en día los colombianos vemos como normal que el narcotráfico pague y financie las campañas, que se meta en política, que pague jueces y los mate, que desaparezcan testigos, como en el caso de Odebrecht, que los funcionarios de la justicia tengan vínculos con el narcotráfico. Por ejemplo, el abogado de Uribe, que al mismo tiempo que defiende a un expresidente de la nación, defiende también a narcotraficantes, es decir, esto no tiene presentación, pero esto también es la prueba de que este sistema que nos montaron es lo que tenemos que desbancar. Nosotros hoy en día seguimos luchando contra el proceso 8000, tenemos un proceso 8000 en cada elección, y cada elección vuelve y renace de sus cenizas como el ave fénix, y por eso, esta es la oportunidad —porque tuvimos pandemia, porque tuvimos la paz— de abrir un boquete a este sistema y de reventar estas estructuras de corrupción que nos tienen secuestrados a todos.

D.L.Z: ¿Qué piensas de la reciente carta de los Rodríguez Orejuela sobre la financiación de la campaña de Pastrana en 1994?

I.B: Lo que pienso, más allá del tema de Samper —que ya lo sabíamos—, sobre los Rodríguez, es que Andrés Pastrana, presidente que fue el que originó con sus decisiones la posibilidad de que me secuestraran a mí y que mintió para esconder sus errores, de haberme quitado los escoltas y de haber sido responsable —no culpable pero sí responsable de lo que me sucedió—, es que veo en él una línea de conducta que es siempre la misma: cuando Andrés Pastrana está en dificultades no asume lo que hace, simplemente dice mentiras, es decir, hay una inmadurez en el carácter, en el liderazgo de Andrés Pastrana que tapa todo con mentiras y creo que los colombianos ya somos muy conscientes de eso.

D.L.Z: No recuerdo si esto lo dice Santos o tú en el libro, pero se van acomodando, de alguna manera, con el enemigo. Después de todo lo que dijo sobre Uribe, aterra cómo Pastrana puede estar de esa orilla.

I.B: Esta es una de las razones por las cuales los colombianos quieren que esto se acabe, es decir, Pastrana le decía a Uribe que era un narcotraficante, un paramilitar, un asesino, de allá no lo bajaba, y un buen día lo vemos abrazándose para las próximas elecciones, entonces uno sí se pregunta qué hay detrás, tiene que haber muchos intereses, mucha plata, mucha cosa para esconder, para que ambos acepten abrazarse. Si a mí me dicen la mitad de lo que se dicen entre ellos, no quiero volver a ver esa persona nunca en mi vida; ellos no, ellos tienen esa capacidad de los dinosaurios, Tiranosaurio rex, que se comen entre sí y después hacen fiesta.

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