Redacción Análisis Urbano
El integrante de las Farc que fue indultado por el gobierno colombiano, no fue capturado en Támesis, Antioquia y tampoco fue pocas horas después de que la esquirla de una granada se le incrustara en una pierna, como narra Iván Gallo en Wilson Antonio López, el guerrillero al que la libertad se le volvió un infierno, un artículo lleno de imprecisiones, publicado en las dos orillas.
Wilson fue capturado en una finca agrónoma de Envigado, donde trabajaba como capataz, junto a su mujer e hijo, cultivando la tierra, cuidando el ganado, y sosteniendo y aseando la vivienda que, debe aclararse, no es de su pertenencia. No era prófugo de la justicia, y ya había sido juzgado por rebelión y puesto en libertad. La esquirla de la granada sí se le insertó en la pierna, pero no fue en el 2014, a los 44 años; sucedió cuando tenía 17, y fue en Naín, corregimiento del municipio cordobés Tierralta: días después de un combate entre un grupo guerrillero y el Ejército, el explosivo quedó tirado en un matorral. Wilson podaba el sector con un machete cuando impactó con el artefacto.
La explosión casi lo mata y le dejó de recuerdo una lesión en su pantorrilla derecha, pero 27 años después esta ya estaba cerrada: la razón por la que casi pierde la pierna es una infección que adquirió en la cárcel por las pésimas condiciones de salubridad del lugar, y porque no recibió atención médica mientras estuvo allí. Tampoco era sólo un repartidor de propaganda de las Farc. Su ingreso al grupo insurgente no fue por curiosidad: los paramilitares asesinaron a casi todos sus hermanos y a sus tíos, luego quisieron reclutarlo pero él se negó, por eso lo persiguieron y lo iban a asesinar; la guerrilla lo auxilió. Así es la dinámica de la guerra. Esta es la historia de Wilson.
El menor que fue desplazado
En 1987, Wilson Antonio López Tuberquia era menor de edad y trabajaba en una finca en la vereda Naín de Tierralta, Córdoba. Como muchos jóvenes de la época, él no estudiaba y se dedicaba al trabajo labriego de una pequeña propiedad que pertenecía un señor llamado José Durango. Wilson quiso comprársela por lo que reunió la plata y se la entregó que aceptó la compra, sin embargo, Durango no legalizó los papeles debido a que el joven aún era menor de edad.
A Wilson le permitieron quedarse en la finca y le prometieron que al cumplir los 18 le traspasarían los papeles de propiedad. No obstante, días antes de que eso ocurriera, un grupo de Autodefensas Campesinas llegó a buscarlo a su vivienda y le ordenaron reclutarse al ejército paramilitar: “si no vas a ser de nosotros, o te vas o te matamos, pero no te vamos a entregar los papeles de la finca”. Esto lo hacían, supuestamente, porque iban a “limpiar el pueblo de guerrilleros”.
La amenaza se la hizo directamente de Manuel Carrillo, comandante paramilitar a cargo del control territorial de Tierralta y subordinado de Carlos Castaño, y como Wilson se negó, a los tres días le llegó “la boleta” en la que le daban 25 horas para irse de la finca y de la vereda, de lo contrario iba a ser asesinado. El chico, aún menor de edad, fue desplazado de su tierra y partió a buscar oportunidades a Medellín, radicándose en la comuna 13 de la ciudad.
El acercamiento a las Farc
Wilson se quedó en la ciudad hasta que cumplió 20 años pero nunca se adaptó a ella; extrañaba el campo, por ello regresó a su tierra. Esta vez partió para Saiza, vereda aledaña a Naín, también en Tierralta, Córdoba. Pero cuando llegó se dio cuenta que los paramilitares habían asesinado a dos tíos, un poco mayores que él, y les habían quitado la finca que poseían en esa tierra.
A Wilson le dijeron que sus tíos Isaías Tuberquia y Jorge Tuberquia habían sido asesinados por no reclutarse a las autodefensas, además, le advirtieron que debía marcharse de Saiza porque los paramilitares también habían dado la orden de “acabar con todos los Tuberquia”.
La historia demostró que, efectivamente, en Córdoba y Urabá, una de las familias que más puso muertos a manos de los paramilitares fueron los Tuberquia, a quienes estigmatizaron a lo largo de estos territorios como amigos y colaboradores de la guerrilla. Entre los Tuberquia asesinados se cuentan a Wilmar y Elkin Tuberquia, asesinados también en Saiza en 1999, en la masacre que desplazó a la vereda completa; Arnulfo Tuberquia, desaparecido por hombres al mando de Don Berna en 2002 en el caserío La Unión de San José de Apartadó; y a la familia de Alfonso Bolívar Tuberquia Graciano, a quien asesinaron y desmembraron junto a su esposa y sus dos hijos de 2 y 5 años de edad, en la famosa masacre de San Josesito de Apartadó, cuyos victimarios fueron las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
A estas se suman las muertes a inicio de los años 90 de Jesús Antonio Tuberquia, que también fue asesinado en Saiza por los paramilitares y Abel Antonio Tuberquia, asesinado por hombres al mando de Ramón Isaza; ambos hermanos de Wilson. Por esto, y porque le dijeron que a él también lo iban a matar, Wilson volvió a desplazarse de Tierralta, pero no regresó a Medellín sino que se fue a donde una tía en Dabeiba. Allí fue donde conoció a la gente de las Farc.
En uno de las fincas que trabajaba las Farc, Wilson se encontró a los guerrilleros, quienes le preguntaron quién era. Él, que ya tenía 21 años, les contó quién era y los subversivos respondieron que ya sabían de dónde venía y que eran conocedores de que los paramilitares estaban asesinado a la familia Tuberquia. Le ofrecieron protección y Wilson, que ya llevaba mucha familia asesinada, aceptó.
Wilson aclaró que no sabía de armas y que no le interesaban, entonces los guerrilleros le ofrecieron ser miembro y ejercer como líder político en Dabeiba, Ituango y Urabá. Así fue como pasó a ser parte del frente 18 de las Farc y duró 8 años en la parte política, más no armada, de esta guerrilla.
En una serie de viajes que hizo a Medellín, conoció a quien hoy es su esposa, y como en Dabeiba se enfermó, partió a la capital antioqueña a radicarse y casarse abandonando así la vinculación subversiva.
A los 30 años, junto a su esposa, inició una nueva vida en Medellín, ciudad a la que se vino a trabajar como obrero de construcción porque no tenía muchas opciones ya que no sabe ni leer ni escribir. Se ubicaron en una casa de bareque, lata y cartón en la periferia del barrio Santo Domingo, luego de una lluvia fuerte, una avalancha tumbó su casa y la de 24 familias más, perdiendo así todo lo que tenían.
Vuelve a ser desplazado en la ciudad
Las 25 familias, víctimas del deslizamiento del año 2003 en Santo Domingo, fueron auxiliados durante 4 años con 200 mil pesos mensuales y en 2007 la mayoría fueron reubicadas en unos apartamentos construidos como viviendas de responsabilidad social en el barrio Acevedo del municipio de Bello, entre ellas la de Wilson.
El 15 de febrero de 2010, luego de más de 11 años de no trabajar para las Farc, especialmente porque en Medellín no conocía a nadie y el trabajo en obras casi no le daba tiempo, además porque ya sólo le interesaba sacar adelante a su familia, a las 4:30 de tarde, Wilson fue capturado en el apartamento de Acevedo luego de que llegaba de trabajar.
Un desmovilizado de las Farc que conoció cuando era joven en Tarazá, supo que Wilson vivía en Medellín y lo señaló, entonces, en un operativo que contó con más de 70 hombres, y que fue acompañado por la fiscal Ana María Palacios, fueron a buscarlo.
La fiscal, el ayudante, y cinco militares del Batallón Pedro Nel Ospina, irrumpieron en su apartamento; los militares lo tiraron al suelo y le pusieron el fusil en la cabeza, escena que presenciaron su esposa y sus dos hijos de 2 y 9 años. La niña, la mayor, casi muere ahogada porque sufre de taquicardia y el evento le causó un ataque en el que no podía parar de gritar que iban a matar a su papá.
En su casa no hallaron ningún armamento, aparte de las herramientas que usaba para la construcción, pero si advirtieron que lo capturaban por rebelión. Lo trasladaron a la cárcel de Bellavista y lo ingresaron al patio 5 de los presos políticos a donde lo fue a visitar su esposa -quien no sabía de su antigua vinculación a las Farc- para contarle su nueva desgracia.
A los cuatro días después de su captura, diez hombres armados, pertenecientes a la estructura de Los Triana, fueron al apartamento a las 9 de la noche, y le dijeron a la esposa y a los hijos que –debido a que estaban de buen humor- le daban diez días para abandonar la vivienda, que con el operativo se habían dado cuenta que el marido era un comandante de las Farc y ahí no iban a permitir a nadie de la guerrilla. Le requisaron toda la vivienda y antes de partir le advirtieron que si no se iba ya sabía lo que le iba a pasar.
Aunque el apartamento lo había otorgado el Estado como medida de reparación y estaba a nombre de la esposa, la familia se vio obligada a desplazarse de su vivienda y a buscar dónde vivir. En la audiencia, a los dos días de la visita de Los Triana a su esposa, Wilson advirtió a la fiscal Ana María Velásquez de esta situación, le dijo que debido a lo exagerado del operativo su familia estaba en peligro, que estaba siendo sometida a desplazamiento forzado y que el temía que se los iban a matar; la fiscal respondió: “eso no es problema mío, dígale a ella que hable con los que mandan en el barrio”.
La familia interpuso la denuncia en Personería y trato de inscribirse como víctima de desplazamiento forzado para obtener un auxilio, debido a que la mujer estaba muy enferma y los hijos eran muy chicos, pero le negaron el apoyo porque los victimarios no eran ni paramilitares ni guerrilla. La esposa de Wilson mantuvo a los hijos a partir de frutas y restos de comida que obtenía en la Plaza Minorista.
La segunda captura
A los 4 meses y diez días de esta en la cárcel Bellavista, Wilson fue puesto en libertad y fue a recoger a su familia que estaba siendo hospedada en una vivienda de unos amigos y al poco tiempo de encontró con alguien a quien él le había servido de trabajador en el campo.
Fue así como Wilson fue a parar a Envigado, este señor, que ya conocía su trabajo, le ofreció ser mayordomo de una finca en este municipio del Valle de Aburrá y él aceptó siempre y cuando le dejaran llevar a su familia.
Cuando salió de la cárcel Bellavista, libertad que obtuvo por vía legal, él le preguntó a la abogada qué debía hacer o cuándo debía volver, pero ésta le dijo que no, que su caso ya estaba cerrado y que no tenía que regresar a nada, por esta razón, aceptó con tranquilidad y esperanza el trabajo en Envigado; alegría que le duró 4 años.
El 22 de abril de 2014, Wilson fue recapturado: vio que se acercaban cuatro señores a la finca de Envigado, entonces bajó hasta donde se encontraban para preguntarles en que les podía ayudar; fue cuando le notificaron que él estaba condenado.
¿Condenado de qué?, preguntó Wilson, y los hombres de la Fiscalía le respondieron que de rebelión y “reo ausente”, que la sanción eran 72 meses (6 años) de cárcel y que lo capturaban por no asistir a las “presentaciones”.
Wilson, sorprendido, agregó que no sabía que debía presentarse, que ni su abogada le dijo ni la Fiscalía lo citó, y ante las excusas de los representantes del ente investigativo, aclaró que él no estaba prófugo, y que era muy extraño que los fiscales no supieran a dónde llamarlo para citarlo o enviarle correspondencia pero sí sabían cuál era su residencia para ir a capturarlo.
Sin defensa que valiera, otra vez ingresó a la cárcel Bellavista y allá duró 20 meses, y allá también fue donde adquirió una infección con la que casi pierde la pierna derecha por una gangrena. Los médicos del centro carcelario le decían que era por las esquirlas de la granada de la que fue víctima a los 17, pero Wilson insistía que era imposible que 27 años después, este incidente fuera la causa de la infección; él sabía que eran las condiciones insalubres de la cárcel las causantes.
El indulto y la nueva amenaza
Debido a las terribles condiciones de su pierna, Wilson fue agregado a la lista de presos políticos que iban a ser indultados por la presidencia, en aras del proceso de paz que se lleva en La Habana con las Farc.
El 22 de enero de 2016 obtuvo el indulto en Bogotá – ciudad a la que fue trasladado un mes antes-, durante la semana siguiente fue atendido por médicos externos de la cárcel que lograron salvar su pierna, y el 27 de enero regresó a Medellín, a vivir nuevamente en la finca de Envigado con su familia.
Los medios de comunicación masiva hicieron eco de la noticia del indulto y sin ninguna prevención publicaron las fotos de los indultados en televisión, prensa e internet. Y fue así como los integrantes de la estructura paramilitar y mafiosa, conocida como La Oficina, se dieron cuenta que Wilson, al que tanto habían visto en Envigado, había pertenecido a las Farc.
El 1 de febrero, cuatro días después de haber regresado a Medellín, Wilson bajaba hacia una tienda en Envigado cuando fue abordado por un sujeto que le dijo: “nosotros a usted no lo conocíamos, lo teníamos por trabajador, pero a usted los mostraron en las noticias como un comandante guerrillero del frente 18 de las Farc, así que mire de una vez para dónde se va ir o ya sabe”.
Como no sabía qué hacer porque no tenía otro lugar a donde ir, entonces empezó a dormir en los potreros cercanos para evitar ser asesinado. Dos días después entro una llamada a la vivienda que cuida en Envigado: “Usted es Wilson López y ya sabemos que es guerrillero”, Wilson no le dejó seguir hablando y, cansado de las amenazas y las persecuciones, casi retando, sólo respondió: “si usted me llama es porque ya sabe dónde estoy”, y colgó.
Duró unos días más durmiendo y escondiéndose en potreros cercanos de Envigado, pero no soportó saber a su familia en peligro, entonces llamó a la sicóloga que le asignaron en Bogotá y reportó la situación, esta le dijo que iba a ver cómo le ayudaban.
En Medellín denunció ante organizaciones defensoras de derechos humanos y tuvo una reunión con personal de la Alcaldía Medellín y con un delegado que vino de Bogotá. Le dijeron que ya le tenían pasaje para que volviera a la capital del país, pero Wilson dijo que no pensaba dejar abandonada a su familia porque él era su único recurso.
Le ofrecieron una ayuda para arriendo por tres meses y si la paz con las Farc se firma, recibirá una colaboración de 480 mil pesos mensuales. No aceptó tener a un policía al lado porque teme que esa presencia ponga en más peligro a su familia en Envigado, pero permitió que estuvieran ubicados en un comando de policía cerca de la vivienda para que acudan a ayudar a su familia, dado sea el caso.
Él está nuevamente desplazado y separado de su familia en contra de su voluntad, la única medida de protección que aceptó para dar aviso en caso de que se encuentre en peligro es un celular que la Unidad Nacional de Protección (UNP) le ofreció, hoy, 9 de marzo, un mes después, no le ha llegado.
Las condiciones de salud de Wilson siguen siendo pésimas y su pierna ha empeorado, no tiene cómo sacar a su familia a vivir a otra parte y no tiene dinero, ni para la droga que necesita. Sigue escondido, básicamente, y le pide al gobierno que preste más atención y cuidado a su situación y a quienes van a llegar a las ciudades luego de la firma del acuerdo de paz con las Farc.
Cuando sucedió lo de su amenaza por parte de integrantes de La Oficina, de Bogotá lo llamaron y le dijeron que no podían dejar que a él le pasara algo porque era parte de un proceso reconocido mundialmente; él entendió que su seguridad como persona al Estado poco le importa, “es el costo político lo que le preocupa al gobierno, no yo; y eso no está bien”.
Wilson no se arrepiente de haber ingresado a las Farc, si no lo hubiera hecho los paramilitares lo hubieran asesinado como asesinaron y torturaron a casi toda su familia. Sólo quiere regresar al campo con su esposa y sus hijos, quieren trabajar la tierra y vivir de ella. No quiere estar acá, quiere irse de la capital antioqueña: “El proceso de paz no se está pensando para la ciudad, se está descuidando ese tema. Va a generar un problema en Medellín porque acá no tenemos cabida. Si no se hace algo, van a exterminar a las personas que lleguen y a sus familias. Esta ciudad no es territorio de paz”.
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