Santana, pionero y leyenda

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Madrid, 11 de diciembre de 2021 – Nunca dio sensación Manolo Santana de ser un tipo distante, con ese aspecto lejano que muchas veces deshumaniza a la estrella, que endurece al ídolo, que desnaturaliza al ser humano. Todo lo contrario.

Hasta el final, hasta los últimos momentos en los que enaltecía cualquier acto con su presencia, transmitía sencillez y afabilidad, siempre con una sonrisa. Siempre dispuesto a formar parte de cualquier acto en el que se le requiriera, para dar lustre, impulso o estabilidad a aquello que tuviera que ver con una raqueta.

Sus últimos actos de servicio estuvieron alrededor del Mutua Madrid Open, un torneo al nivel de los mejores e instalado desde hace años en su ciudad natal. Con traje y corbata ejerció de director en las primeras ediciones, y después, más recientemente, como presidente de honor. Aun así, siempre estuvo ahí. Presente, activo. Afable con cualquiera. Con la templanza que da la experiencia, la grandeza que proporciona el éxito y el respeto ganado por su personalidad y trayectoria.

La sombra de Manolo Santana, que dijo adiós este sábado de diciembre, a los 83 años, en Marbella, donde tenía fijada su residencia habitual, perdura alrededor de las moles de cemento de la Caja Mágica, un centro de tenis en Madrid elevado para grandes momentos cuya pista central tiene puesto su nombre.

En los tiempos recientes, en las últimas ediciones antes que la pandemia interrumpiera la normalidad, Manolo Santana transitaba por las zonas comunes, se asomaba por el área de prensa, asistía a partidos.

Más de alguna vez debió pensar Santana en pleno trasiego competitivo en todo lo que había cambiado la que fue su profesión desde aquellos tiempos en los que le dio por tomar la raqueta y abrir el camino en España a un deporte entonces menor. Con fama de elitista, arrinconado por el fútbol y el baloncesto y del que solo había noticias desde el extranjero.

Eran las Copas de Europa del Real Madrid, los éxitos de Ángel Nieto en motociclismo o los triunfos de Pedro Carrasco en boxeo. No era tierra de deportistas individuales entonces España, que sobrevivía por la expectación del fútbol, por la selección.

No le importó a Santana especializarse en un deporte copado por estadounidenses y australianos en un momento del país complicado y con un desarrollo respecto a Europa menor. Emergió desde abajo, como cuando ejerció como recogepelotas en un club de tenis para descubrir cualquier resquicio de cualquier pista.

En su primer año en serio ya ganó el Campeonato de España. Fue el primero de los setenta y dos torneos que ocupan un palmarés a la altura de los más grandes. Nada paró a Santana, en plena ebullición en la década de los sesenta, sus mejores años, cuando se instaló entre los mejores del mundo y cuando fue reconocido como número uno del mundo, algo solo logrado por unos pocos en España: Juan Carlos Ferrero, Carlos Moyá y Rafael Nadal en el tenis masculino.

Fue en esos diez años cuando explotó su potencial. Sorprendió al mundo. Un español campeón en torneos del Grand Slam. Dos Roland Garros, un Abierto de Estados Unidos y, sobre todo, Wimbledon.

Londres le disparó. Con el escudo del Real Madrid en el pecho de su polo, Santana triunfó para reivindicar el poder europeo en un torneo grande y en una superficie imposible entonces: la hierba.

Conchita Martínez, Rafael Nadal y Garbiñe Muguruza volvieron a plasmar mucho más tarde un nombre español en el All England Club.

Únicamente la Copa Davis se le resistió a Manolo Santana, que se colgó un oro olímpico en México 1986, aunque entonces la raqueta formaba parte del programa de exhibición.

Fue Manolo Santana el que abrió el camino. Sus éxitos no fueron en balde. El deseo por imitar al ídolo iluminó el panorama de muchos. El número de pistas comenzó a crecer y las superficies a variar. Las licencias a emerger. Santana, y después Andrés Gimeno y Juan Gisbert. Y a continuación, los éxitos de Manuel Orantes, la trayectoria de Jose Higueras… Más tarde, los Sergi Bruguera, Emilio Sánchez Vicario, Alberto Berasategui. Y un poco más, Carlos Moyá, Juan Carlos Ferrero, Alex Corretxa, Albert Costa.. Una y otra generación.

Y la explosión con Rafael Nadal. «Gracias por lo que hiciste por nuestro país y por marcar el camino de tantos. Siempre fuiste un referente».

Manolo Santana no ha dejado la raqueta hasta el final. Compitió como veterano, fue entrenador. Dirigió al equipo español de Copa Davis en nueve años durante dos etapas y tuvo el reconocimiento internacional en el Salón de la Fama del Tenis.

Tres años atrás, cuando alcanzó los 80 años, el público de Madrid se rindió a la leyenda. Saltó a la pista que lleva su nombre en la Caja Mágica después de que Nadal ganara al argentino Diego Schwartzman. Se unió a aquel homenaje el Real Madrid, que le hizo entrega de una camiseta blanca con el dorsal de su edad a la espalda. Una tarta, velas y una afición entregada.

Fue aquél uno de los últimos actos de servicio de Santana ante el gran público, donde sintió su calor. Al lado de Rafa Nadal, dos de los más grandes embajadores del deporte español. Siempre estuvo dispuesto. Siempre presente. Genio, pionero e innovador.

Santiago Aparicio

EFE

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