París, 19 de abril de 2022.- Emmanuel Macron afrontará este domingo el reto de convertirse en el primer presidente de Francia desde tiempos del general De Gaulle en ser reelegido cuando atesoraba una mayoría parlamentaria afín, un hito que resalta el tradicional inconformismo del electorado galo.
Ninguno de sus antecesores en el cargo logró hacerlo. Desde la elección de Valérie Giscard d’Estaing en 1974, cuando puso fin a varios presidentes «gaullistas», todos los inquilinos del Elíseo han fracasado a la hora de ganar las elecciones cuando contaban con un Gobierno de su mismo color político.
Solo el socialista François Mitterrand en 1988 y el «gaullista» Jacques Chirac en 2002 consiguieron repetir en el cargo, pero en ambos casos afrontaron los comicios electorales con ejecutivos de «cohabitación», es decir, de partidos diferentes al suyo apoyados por mayorías parlamentarias adversas.
«A los franceses les gusta elegir a un rey para luego poder cortarle la cabeza», afirmó Emmanuel Macron hace cinco años, poco ates de acceder al Elíseo, una frase que, para el responsable del Observatorio de la Vida Política de la Fundación Jean Jaurès, Émeric Bréhier, resume bien «el inconformismo» de los electores galos.
«Tiene que ver también con el complejo sistema francés, donde el Ejecutivo está compartido y donde el presidente tiene un enorme peso simbólico», asegura a Efe este especialista.
Giscard d’Estaing, que durante los siete años de su mandato logró mantener una mayoría conservadora en las cámaras, perdió las elecciones en 1981 contra el socialista Mitterrand, atenazado por los efectos de la crisis del petróleo.
El primer presidente socialista de la V República mantuvo todo el poder durante cinco años, pero tras perder las legislativas de 1986 se vio obligado a ceder el ejecutivo a Jacques Chirac en la primera cohabitación.
Un regalo envenenado para el conservador, que dos años más tarde perdió las presidenciales frente a Mitterrand.
Pero volvió a perder el control de la Asamblea Nacional en 1993, por lo que, de nuevo, se vio obligado a «cohabitar» con un Ejecutivo conservador.
CHIRAC APRENDE LA LECCIÓN
En esta ocasión, Chirac no quiso cometer el mismo error y envió al frente del Gobierno a Edouard Balladour, un político con fama de tecnócrata que, pensó, no le haría sombra.
Pero Balladour atesoró una gran popularidad y, asentado en ella, decidió dar el paso y presentarse a las presidenciales de 1995, por lo que la derecha presentó a dos candidatos frente al socialista Lionel Jospin.
Balladour pagó la llamada «maldición de Matignon» (sede del primer ministro) y Chirac logró superar la primera vuelta y acabó imponiéndose.
El nuevo presidente lanzó un amplio programas de reformas que chocaron con importantes sectores de la sociedad, que hicieron saber su malestar en la calle, lo que llevó a Chirac a disolver las cámaras y vio como la izquierda, liderada por Lionel Jospin, se imponía.
Al frente de la tercera cohabitación, el socialista, coaligado con comunistas y ecologistas, lanzó varias leyes emblemáticas, como la semana de 35 horas, con lo que logró reducir el paro sin dañar el crecimiento económico.
En ese periodo, se adoptó una reforma constitucional para reducir el mandato presidencial a cinco años.
Jospin parecía lanzado a conquistar el Elíseo desde Matignon en las presidenciales de 2002. Con los sondeos a favor, el primer ministro no vio venir el desastre que se avecinaba. La izquierda acudió a aquellos comicios más dividida que nunca, lo que atomizó el voto y dejó al primer ministro fuera de la segunda vuelta.
«El electorado de izquierdas es más exigente. No le vale con que el Gobierno lo haya hecho bien, quieren más. Si baja el paro, exigen otra cosa», asegura Bréhier.
De nuevo se cumplió la máxima de que el electorado castigó al Gobierno y Chirac se clasificó para la segunda vuelta frente al ultraderechista Jean-Marie Le Pen, al que barrió en el turno decisivo.
SARKOZY SE APUNTA A «LA RUPTURA»
Muy desgastado políticamente, el presidente renunció en 2007 a presentarse a sus 75 años y dejó paso a una figura muy crítica dentro de su partido, Nicolas Sarkozy, que pese a haber formado parte de los Gobiernos anteriores se presentó como un presidente de «ruptura».
Una estrategia que le permitió desvincularse del balance del Ejecutivo saliente y vencer a la socialista Ségolène Royal.
Pero cinco años más tarde ya no pudo desvincularse del efecto de sus políticas, que los franceses le hicieron pagar en las urnas con una derrota frente al socialista François Hollande.
La popularidad del segundo socialista en el Elíseo no despegó en todo el mandato y, convencido de que su reelección estaba muy comprometida, decidió no presentarse en 2017.
Emmanuel Macron, que había sido su ministro de Economía durante dos años, fundó un nuevo partido y acabó accediendo al Elíseo.
Ahora, persigue lograr algo que nadie antes ha conseguido en cuatro décadas, frente a la misma rival a la que se impuso hace cinco años.
«Tiene más opciones de lograrlo porque la línea de ruptura ha cambiado, ya no es entre izquierda y derecha y el rechazo a la extrema derecha todavía sigue siendo importante, aunque ha bajado mucho con respecto a 2017 y, sobre todo, con respecto a 2002», señala el politólogo.
Luis Miguel Pascual
EFE