Niñas trabajadoras domésticas: una realidad invisible en Latinoamérica

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Redacción América, 28 de julio de 2022.- Disfrutar la infancia o terminar los estudios siguen siendo asuntos irrealizables para millones de niñas en Latinoamérica. Muchas de ellas, tanto de ciudades como de áreas rurales, deben asumir prematuramente el rol de adulto en su propio hogar o ir a otra casa como trabajadoras domésticas, una realidad «tan evidente como invisible» en la región.

«Ser trabajadora doméstica siendo niña es muy duro. Yo estaba con la escoba en la mano y lloraba, lavaba los trastes y lloraba. Lloraba en todo momento porque extrañaba mi pueblo, mi familia, mis hermanas», dice a Efe Reinalda Chaverra, originaria de Tutunendo, en el departamento del Chocó, el más empobrecido de Colombia y uno de los más afectados por el conflicto armado, al recordar que a los 12 años fue enviada por su madre a otra ciudad para cuidar a los hijos de un familiar.

El caso de Reinalda es uno de muchos en Latinoamérica, donde, según ONU Mujeres, el trabajo doméstico es una de las dimensiones menos reconocidas de la contribución femenina al desarrollo y a la supervivencia de los hogares, la economía y la sociedad.

Estimaciones de 2020 de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) apuntan a que unos 160 millones de menores en todo el mundo – entre ellos 63 millones de niñas- realizan trabajo infantil, de los cuales 7,1 millones se encargan de labores domésticas.

En Latinoamérica, 8,2 millones de menores entre los 5 y los 17 años trabajan y, aunque se sabe que las niñas y adolescentes mujeres son las que realizan en mayor proporción tareas del hogar y de cuidados, remunerados o no, las cifras brillan por su ausencia.

«Es un tema tan evidente como invisible en la región: sabemos que existe, pero no conocemos la realidad, no sabemos lo que sucede, cómo funciona en los países», señala María Kathia Romero Cano, experta de la Secretaría Técnica de la Iniciativa Regional América Latina y el Caribe Libre de Trabajo Infantil, al explicar que las naciones de la región carecen de estadísticas o estas están desactualizadas.

«LA VIDA ME ROBÓ LAS OPORTUNIDADES»

Desde los 9 años, antes de ser llevada a trabajar a una casa lejos de su hogar, Reinalda se encargaba del cuidado de sus 4 hermanos y de labores domésticas en su natal Tutunendo, un caserío en el oeste de Colombia enmarcado por una abundante selva y ríos cristalinos.

«Lo que más recuerdo de esa etapa es que la vida me negó, me quitó, me robó la oportunidad de estudiar. Esa era mi meta, lo que yo anhelaba era estar ahí, aprendiendo como otros niños, con sus uniformes bien bonitos, pero mi mamá me decía que si yo estudiaba quién iba a cuidar a mis hermanitos», rememora.

Esta experiencia la comparte con Marciana Santander, una paraguaya que desde los 7 años se quedaba al cuidado de sus hermanos mientras su mamá iba a trabajar y quien poco a poco fue asumiendo más y más tareas en la parcela de la familia, ubicada en La Colmena, al sureste de Asunción.

«A los 11 años ya trabajaba en nuestra chacra (granja) y en una ajena para ganar una plata para ayudar porque ya éramos 12 hermanitos. Casi no podía estudiar, ni pude terminar la primaria», relata Santander, actual secretaria general del Sindicato de Trabajadoras del Servicio Doméstico de Paraguay.

Investigadores y organismos como ONU Mujeres han concluido que esa sobrecarga de labores domésticas y asignación de tareas de cuidado de familiares o de otras personas comienzan en la primera infancia y aumentan cuando las niñas llegan a la adolescencia.

Cifras de la ONU confirman, por ejemplo, que las niñas entre 5 y 9 años gastan 30 % más de su tiempo ayudando en la casa que los niños de la misma edad, un porcentaje que asciende al 50 % cuando tienen entre 10 y 14 años.

Dependiendo del país, entre las tareas más comunes asignadas a las niñas están cocinar o limpiar la casa, ir a buscar agua o leña, lavar ropa y cuidar otros niños.

«Vivimos en una cultura que reproduce esos patrones de género que se asignan a las mujeres y a las niñas desde el nacimiento: un rol particular en la familia y en la sociedad y es el rol de los cuidados (…) Se espera que las niñas se queden en la casa a cuidar de los hermanitos, a cuidar de la casa, a hacer las tareas domésticas, especialmente si la mamá tiene que salir a trabajar», explica Denise Stuckenbruck, asesora regional de Género de Unicef para América Latina y el Caribe.

Esto, advierte Stuckenbruck, tiene un impacto muy profundo ya que las niñas ven reducido el acceso a la recreación, al juego y a la educación.

PROMESAS INCUMPLIDAS

Para Marcelina Bautista, fundadora del Centro Nacional para la Capacitación Profesional y Liderazgo de las Empleadas del Hogar en México (Caceh), uno de los efectos más complejos es que se perpetúa el ciclo de pobreza.

«Estas niñas no tienen la oportunidad de seguir estudiando, si acaso terminan la primaria, lo que quiere decir que va a ser muy difícil acceder a otro tipo de trabajo con ese nivel de escolaridad», afirma Bautista, proveniente de una familia campesina y quien a los 14 años se vio obligada a dejar a su familia y a detener sus estudios para ir como trabajadora doméstica a la Ciudad de México.

El fenómeno es muy común en Latinoamérica, donde niñas de zonas empobrecidas son llevadas con familias extrañas para trabajar en el ámbito doméstico, con la promesa de un techo, comida y, sobre todo, de mantener sus estudios.

«Acá en Paraguay hay mucha ‘criadita’ que viene del interior para estudiar y trabajar, pero esa no es la realidad. Cuando uno entra en una casa ajena no puede estudiar y si es con un pariente toca cuidar otros niños o limpiar la casa y entonces pasamos ahí nomás», expresa Marciana Santander.

Ella se refiere así al criadazgo, una criticada práctica en la que miles de niñas paraguayas son enviadas por sus familias a hogares lejanos y extraños para realizar tareas que van desde la limpieza del hogar hasta el cuidado de bebés, a cambio de comida y educación, pero en realidad las menores no asisten regularmente a la escuela y se exponen a riesgos puertas adentro, como la sobreexplotación, el maltrato y el abuso.

«Por eso, bien de criaturas y después ya grandes tampoco podemos tener acceso a un buen trabajo por falta de estudio», se lamenta Marciana, al recordar que ella comenzó a trabajar de adolescente en una casa lejos de su familia y, como solo hablaba la lengua guaraní, le costó mucho más la formación básica.

SOLUCIONES PARA LATINOAMÉRICA

Según estadísticas citadas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en Brasil, México y Perú el trabajo infantil es más frecuente en números absolutos; mientras en porcentaje de población entre menores de 5 a 17 años, Bolivia (26,4 %), Paraguay (22,4 %) y Perú (21,8 %) aparecen a la cabeza.

Los expertos advierten de la complejidad de la problemática del trabajo infantil en Latinoamérica, sobre todo de las niñas, dado los múltiples factores que implica, pero consideran que hay unas acciones prioritarias para combatirla.

Por un lado, ONU Mujeres ha instado, con carácter urgente, a diseñar políticas que ofrezcan servicios, protección social e infraestructuras básicas, que impulsen la distribución del trabajo de los cuidados y el doméstico entre hombres y mujeres y que permitan crear más y mejores empleos en el campo asistencial, así como centrarse en el enfoque de género para reducir el trabajo infantil de las niñas.

Por su parte, líderes de las trabajadoras domésticas en la región, como Reinalda, Marciana y Marcelina, piden diseñar mecanismos para impulsar el empleo decente.

«Lo cierto es que el trabajo es para los adultos y el derecho de una niña es seguir estudiando para que no se frustren sus oportunidades. Por eso, el Estado debe generar atención para las mujeres, que tengan un trabajo bien remunerado, para que sus hijas tengan la opción de seguir estudiando», sostiene la activista mexicana Marcelina Bautista.

En lo que todos coinciden es en la urgencia de llenar los vacíos de información para poder valorar con mayor precisión las decisiones a tomar y evitar que la situación de las niñas trabajadoras domésticas siga siendo invisible.

Diana Marcela Tinjacá

EFE

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