Reclamo unánime desde el exilio afgano en EE.UU.: «Washington debe ayudar más»

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Washington, 29 de agosto de 2022.- Mohammed tenía cuatro años cuando él y su familia, afgana, se mudaron a EE.UU. a mediados de los ochenta. Llegaron en busca de seguridad y, un año después de la salida estadounidense de su país, su reclamo es compartido por muchos exiliados: Washington debe hacer más para ayudar a su comunidad.

Él nació en Karachi, Pakistán, adonde sus padres se mudaron en un primer momento debido a la guerra afgano-soviética, pero motivos económicos y políticos les hicieron poner rumbo a Estados Unidos, el único país del que ahora tiene el pasaporte.

Trabaja en Nueva York, en el sector administrativo, y prefiere no citar ni su puesto ni su apellido para no poner en riesgo a la familia que todavía conserva en Afganistán y que no pudo irse del país cuando los talibanes volvieron al poder en agosto de 2021 tras su fulgurante campaña militar y con la retirada de las tropas estadounidenses como telón de fondo.

«Algunos tienen negocios allí y no podían simplemente hacer las maletas y salir», cuenta en entrevista telefónica con Efe.

No fueron los únicos. «La vasta mayoría de los millones de afganos no tienen esa oportunidad», añade.

Mohammed ayuda a afganos que sí se han refugiado en Estados Unidos y que llegan con la urgencia encontrar trabajo y legalizar su situación, más allá de los dos años que concede el permiso humanitario a quienes colaboraron con misiones estadounidenses o que eran especialmente vulnerables.

«La forma en que Estados Unidos puede cumplir su promesa es protegiendo a todos aquellos con los que se comprometió», dice con la sensación tanto de que el país como el resto de la comunidad internacional, un año después de la evacuación, ha olvidado a Afganistán.

Joseph Azam, presidente de la junta de la Fundación Afgano-Estadounidense, lamenta no tanto la salida estadounidense en sí, sino la forma precipitada en la que tuvo lugar: «Todo el mundo, incluso los afganos que apoyaban la misión, eran conscientes de que Estados Unidos no se podía quedar para siempre».

Azam, abogado y experto en anticorrupción, pisó suelo estadounidense, también en los ochenta, con un año y medio. El periplo de su familia pasó previamente por la India y Alemania y les costó unos cinco años tener los papeles en regla.

«Estados Unidos es mi casa, la única que conozco. Me gustaría poder llevar a mis hijas, que tienen cinco y tres años, a que conozcan mis raíces y su cultura, pero no creo que sea posible», lamenta.

Tras el cambio de poder en Afganistán, Estados Unidos admitió con el permiso humanitario a unos 76.000 que se vieron forzados al exilio. Pero en cuanto abandonan las bases militares, denuncia Azam, el Gobierno federal «no ha hecho lo suficiente» a su favor.

ESPERANZA EN EL CONGRESO

La llamada Ley de Ajuste Afgano, presentada este mes por senadores demócratas y republicanos, prevé conceder la residencia legal a esas decenas de miles de afganos y dado que es una iniciativa bipartidista sus impulsores confían en que sea aprobada por el Congreso sin grandes obstáculos, este otoño o el próximo enero.

«Nadie decide dejar su país, su familia y sus seres queridos sin motivo», apunta Kawser Amine, que trabaja como organizadora de refugiados en la Coalición por los Derechos Humanos de los Inmigrantes (CHIRLA), con sede en California, y llegó a Estados Unidos en 2019 con su marido y su hija.

No estaban a salvo en Afganistán porque su pareja trabajaba como editor de video para el Ejército estadounidense y ella era activista en favor de los derechos de las mujeres.

La Administración del demócrata Joe Biden, asegura Amine, debe dar solución a los cerca de 18.000 afganos que solicitaron una Visa de Inmigrantes Especiales y que aún no han visto tramitado su caso.

Y también, según añade Fereshtah Ganjavi, que llegó como refugiada en 2011, aumentar en 2023 la cuota estadounidense de admisión de refugiados, de los 125.000 de todo el mundo en el ejercicio fiscal 2022 hasta los 200.000.

Ganjavi, de 34 años, colabora con la ONG We are all America y ha fundado una suya, Elena’s Light, que toma el nombre de su hija mayor y espera ofrecer a mujeres y niñas refugiadas un futuro «brillante» gracias a la educación.

Asentada en su país de acogida, pide no cerrar los ojos y que se siga ayudando a su país de nacimiento: «No importa quién esté al frente del gobierno. Las personas son personas. Imagina que fuera tu familia».

Marta Garde

EFE

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