Pie de Pató (Colombia), 8 dic – La abuela de Diana Patricia Orejuela murió sin saber de qué. No hubo un diagnóstico porque no hay médicos en su comunidad aislada de Colombia. El centro de salud más cercano está a 4 horas por el río y, a veces, cuando llegan les mandan de vuelta sin poder determinar exactamente qué les sucede.
La situación se repite en el selvático Chocó, en el noroeste de Colombia, donde comunidades afro e indígenas como la de Orejuela, Puerto Córdoba, un pueblo de casas montadas sobre un afluente del río Baudó, viven sabiendo que una mujer que necesite una cesárea puede que no llegue al hospital de la capital, Quibdó, a más de un día de distancia.
A veces, dice Orejuela, cuando llegan al centro de salud de Pie de Pató, la cabecera municipal del Alto Baudó, después de varias horas en lancha por el río, no hay médico para atenderles.
«Viene hasta aquí uno, gastándose su plata y no hay médico. Es una situación demasiado dura», critica.
«Nosotros no existimos», dice a EFE esta joven de 24 años en cuya comunidad se fue la luz hace dos años y apenas volvió el mes pasado porque nadie del Estado se preocupó en arreglarlo.
Lamenta que si hubiera tenido los recursos para estudiar ahora podría ser médica «porque es muy duro ver cómo no te atienden por ser pobre».
SIN RECURSOS PARA LLEGAR
Orejuela se ha convertido en un referente en salud para su comunidad. Es a quien acuden sus vecinos cuando un niño empieza a vomitar o cuando la desnutrición acecha a los bebés.
Así, con su chaquetilla blanca que simula la bata de un médico, participa en unas jornadas de formación de Médicos Sin Fronteras (MSF) que les apoya con lo que el Estado no les da: dinero para pagar las lanchas que les bajen hasta el centro de salud de Pie de Pató y alimentación.
Aprenden sobre cuándo puede volverse grave una diarrea o qué hay que hacer con una emergencia y así, en las comunidades aisladas del Alto Baudó donde la desidia del Estado se unió al conflicto armado y la lucha de los grupos por imponer su control, la ONG y sus promotores comunitarios han conseguido sacar desde marzo más de 320 personas con emergencias para ser atendidas.
«Entramos con la idea de poder reducir la mortalidad en esas comunidades a través de formación, capacitación de agentes y promotores de salud que obviamente no van a sustituir a un médico, pero que van a poder detectar los casos más graves», resume la coordinadora del proyecto Chocó de MSF, Pascale Coissard.
La mayoría de problemas atendidos son diarreas provocadas por la mala alimentación y la contaminación del agua; problemas respiratorios por las lluvias constantes de la selva, y malaria, pero han tenido 19 casos de desnutrición y han vivido el fallecimiento de 10 niños en estos 9 meses.
También han atendido cinco llamadas de emergencia por salud mental, un tema del que apenas se habla. Se trata de personas que, empujadas por el miedo al conflicto armado, han intentado suicidarse e incluso uno ha llegado a hacerlo.
UN VUELCO EN LO HABITUAL
María July Perea ha bajado desde su comunidad, Chachajo, a Pie de Pató, en un viaje de 6 horas de lancha con un niño de 2 años que empezó a convulsionar.
«Antes ya lo había remitido por diarrea», cuenta. Lo atendieron hace unas semanas en el centro de salud de Pie de Pató y el médico recomendó internarlo en el centro de recuperación nutricional que está justo al frente, pero los padres no quisieron dejarlo ahí.
«Cuando el médico lo va a atender nos damos cuenta que el problema es la desnutrición», dice esta otra promotora, que ha dejado al niño hospitalizado con una buena evolución.
En muchas de estas comunidades, que viven históricamente con estos problemas estructurales, los encargados de brindar algún tipo de atención de salud son los jaibanás, los yerbateros o las parteras, sabedores de la medicina tradicional.
Sin embargo, en muchas de las comunidades ya nadie quiere tomar ese rol que conlleva responsabilidad y un gran arraigo a la tierra. En Puerto Córdoba, por ejemplo, la única partera se está quedando sin movilidad y temen que pronto no haya nadie para atender un parto simple.
Además, muchas de las enfermedades más comunes se deben a un cambio en el ambiente. Perea recuerda que su madre se comía las frutas directamente sin limpiar, apenas se lavaba las manos y bebían agua sin purificar, pero «vemos que todas estas cosas están afectado y ha llevado a gente hasta la muerte».
«Las aguas están muy contaminadas, pero seguimos haciendo lo mismo», relata. Y a las diarreas generadas se suma que el río, cuando crece -y lo hace frecuentemente- se lleva los cultivos que están en las riberas y a los más alejados, a las fincas metidas en la selva, los grupos armados ya no dejan acceder.
Son problemas sencillos que ahora, simplemente con la posibilidad de viajar en lancha, pueden ser atajados en el centro de salud, pero que conviven con otros estructurales, de esas enfermedades que no son tan sencillas y que los médicos del Alto Baudó no pueden o quieren tratar por falta de recursos y que hacen que personas como la abuela de Diana Patricia mueran sin saber por qué.(EFE).
Irene Escudero