La paz entre pandillas colombianas por dentro, «optimistas pero con miedo»

FECHA:

Buenaventura (Colombia), 17 diciembre de 2022.- El segundo al mando vigila desde una calle aledaña de Buenaventura el acto en el que participa la comunidad controlada por los «Shotas», su pandilla. Con bajo perfil, celebra lo que tiene maravillado a todo un país: una tregua entre bandas criminales que cumple tres meses sin homicidios en una de las ciudades más violentas.

Nacido y criado en Buenaventura, uno de los mandos de los «Shotas» confiesa a EFE que ante «la falta de oportunidades, uno escoge el camino equivocado», explicando cómo él y cientos de jóvenes pasaron a engrosar estas bandas que sembraron el terror en el mayor puerto de Colombia, situado en el Pacífico.

«Buenaventura toda la vida ha estado rodeada de grupos que se la han querido tomar», detalla el pandillero para justificar que «no hemos hablado de dejar las armas porque llega otro grupo y nos acaba». De momento, están «optimistas» pero sin dejar atrás el miedo de volver a las balaceras.

En Buenaventura, el 81 % de sus habitantes vive en la pobreza y más de 100.000 personas han sido víctimas del conflicto armado, según cifras de la Comisión de la Verdad.

La paz en Buenaventura era casi una utopía para estas dos bandas, los «Shotas» y los «Espartanos», que antes de ser rivales fueron hermanas. «La Local», como se llamaba, se había hecho con el control en los últimos años de Buenaventura, una ciudad que había visto pasar a todos los que llevan armas en Colombia.

Primero estuvo la guerrilla de las FARC y a principios de este siglo llegaron las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) que fueron responsables de la muerte de más de 1.000 personas entre 2000 y 2001 en la zona. En 2004, comenzó la desmovilización de las AUC y aparecieron nuevos grupos armados.

El Clan del Golfo, dos disidencias de las FARC y la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) siguen teniendo presencia en la zona rural.

Fotografía de archivo que muestra unos casquillos de balas en el barrio Juan XXIII de Buenaventura (Colombia). EFE/ Ernesto Guzmán Jr.

El casco urbano, sin embargo, era territorio pandillero. «Antes éramos uno solo», pero una noche de diciembre hace dos años, en lo que iba a ser una reunión de los líderes de «La Local», «hubo una ruptura interna por diferencias entre los líderes», cuenta, y así surgieron «Shotas» y «Espartanos».

PRIMEROS PASOS

Después de 21 meses de enfrentamientos, de balaceras y de asesinatos diarios, los que algún día fueron amigos decidieron arrancar con «diálogos exploratorios, un acercamiento» que tenía, según el pandillero, a la comunidad en el centro. «Que esto mejore para la comunidad, la vida humana», pensaron.

Al ser preguntado por los motivos por lo cuales él y tantos otros jóvenes acaban en las pandillas, el líder de los «Shotas» habla de un «abandono del Gobierno» que ha hecho que no haya buena educación ni salud, «que no haya fuentes de ingresos», y en palabras del pandillero «un pueblo ignorante es un pueblo pobre».

Entre calles sin pavimentar y carencias, el barrio San Francisco, que junto con otras zonas de la ciudad era impenetrable hace unos meses, se sumergió en una espiral de violencia para la que será necesaria «mucha ayuda psicosocial» para los más de 1.600 jóvenes que están implicados en este proceso de paz y para toda la comunidad.

Precisamente «los muchachos» fueron otro de los motores de la paz. «La gente se cansa, la zozobra de la familia, no viven tranquilos», confiesa el integrante de los «Shotas», quien también admite que la comunidad los «tiene como enemigos».

Esta tregua, sin embargo, pende de un hilo. Es el fruto de un acuerdo entre las propias bandas, donde la institucionalidad tanto estatal como local ha jugado un papel mínimo y donde el obispo de Buenaventura, Rubén Darío Jaramillo, ha tenido la iniciativa desde el comienzo.

Tras la llegada del Gobierno y la instalación de la mesa de diálogo formal, entre recelos y escepticismo por un proceso que se sabe volátil, la institucionalidad pidió a las bandas abstenerse de hablar con la prensa.

A pesar de que han insistido en que este proceso será el espejo en el que Colombia se mire para lograr la «paz total», no se han conocido detalles de cómo evolucionará ni de las intenciones del Gobierno, que se ha negado a responder preguntas al respecto.

TODO A LA PAZ

La apuesta de las bandas está clara: todo a la paz, «estamos dispuestos, tenemos toda la disponibilidad», insiste el líder de los «Shotas». De ello es muestra la «comunicación» que mantienen, avisar cuando unos van al territorio de los otros.

No quieren más «noches sin dormir», y se muestran «muy optimistas pero con miedo». Le piden al Gobierno inversión social y que se tengan en cuenta a los «muchos presos, muchos de ellos civiles, que están encarcelados» acusados de ser pandilleros sin serlo.

«Empezamos como el 20 de septiembre y el índice de homicidios se redujo un 99,99 % en muertes directas de nosotros», subraya el pandillero al hacer balance de estos meses en los que también ha habido «un 80 % más de tranquilidad en la población». Igualmente «han disminuido los hurtos y extorsiones».

«Que el Estado no abandone Buenaventura» es la última petición de los «Shotas» al Gobierno para poder dejar las armas y devolverle la esperanza y paz a una maltratada ciudad.

Laia Mataix Gómez

EFE

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