Leópolis (Ucrania), 2 jun- Un nuevo centro en Leópolis ayudará a cien niños desplazados y con problemas de autismo, especialmente vulnerables frente a la guerra, a superar la pérdida de sus hogares y a integrarse en la sociedad a pesar de las muchas dificultades provocadas por la invasión rusa.
«La atención temprana es esencial para estos niños de entre 2 y 7 años y muy importante para su desarrollo. La guerra no puede impedir que les ayudemos», dice a EFE Olena Nikolaienko, de la organización caritativa «Futuro para Ucrania».
A menudo estos menores no pueden hablar, no sienten sus cuerpos y se lastiman fácilmente a sí mismos, explicó Nikolaienko.
El centro Levchyk Spectrum, abierto por la fundación hace tres meses, ha estado proporcionando terapia gratis para 25 menores desplazados y busca donantes para ampliar su actividad.
Para muchas familias, que perdieron sus fuentes de ingresos por la invasión, el centro se ha convertido en el único lugar para conseguir estabilidad en medio del caos de la reubicación y la guerra, explicó a EFE su principal responsable, Anna Perekatiy.
«Para estos niños la estabilidad es muy importante. La pérdida del hogar y las nuevas condiciones en alojamientos muchas veces abarrotados disturban su sueño y su alimentación y causan muchos otros problemas», añadió.
El centro proporciona seis horas de clase semanales para cada menor, incluidas tres horas de terapia ACA (Análisis Conductual Aplicado), que se basa en ciertos comportamientos y que enseña a los niños cómo responder adecuadamente a ciertos estímulos.
«También enseñamos a los familiares cómo interactuar con los niños en casa porque necesitan una estimulación constante para abandonar sus esquemas y desarrollarse», añadió Perekatiy.
En una de las estancias, llena de juguetes y herramientas didácticas, Victoria Suvorova contempla cómo su hija Olia, de tres años, juega con un terapeuta. Su hijo de 15 años, Igor, se entrena con un logopeda en una estancia cercana.
Olia fue la primera de la familia que se despertó tras oír las explosiones cuando Rusia atacó su ciudad natal de Mykolaiv. Igor reaccionó contento, porque al principio pensó que era el ruido de fuegos artificiales. Su madre tuvo que mostrarle la destrucción para hacerle entender el peligro.
«Igor tenía ya sus propios miedos y la guerra trajo explosiones, sirenas y todas las noticias horribles. Ya entiende que llegó el enemigo, que destruyó muchos edificios y que mataron a su padre, que se alistó como voluntario en el Ejército cuando comenzó la invasión», cuenta Victoria.
Cada vez que salta una alarma u oye un sonido fuerte el niño dice: «vamos, a vestirse y al sótano», dice su madre.
Igor sueña con tener su propia cama una vez que se acabe la guerra.
En Mykolaiv la familia tenía su propio apartamento y una vida estable. Ahora alquilan un pequeño apartamento en Zhovkva, una localidad cercana a Leópolis (oeste) donde la vida es más barata y donde viven con las dos abuelas de los pequeños.
La mayoría de los edificios cerca de su casa en Mykolaiv fueron alcanzados por los ataques rusos y su casa se salvó milagrosamente, aunque volver allí ni se lo plantean, dice Victoria.
«Nadie puede decir qué va a pasar. Nos quedamos aquí porque los niños tienen la ayuda que necesitan y cualquier cambio sería malo para ellos», explica.
A Olia le sobra la energía mientras está con el terapeuta en la habitación de los juguetes y las herramientas para su desarrollo.
«Lo que hacemos ahora es intentar que empiece a hablar. Esperamos lograrlo animándola a que repita lo que hacemos», dice la madre.
Cuenta que sobre todo lo que quiere es que sus hijos sean autónomos cuando crezcan y por eso es por lo que pide tanto de ellos.
«Tardé diez años en aceptar que mi primer hijo tenía autismo. Pero amo a mis hijos. Y me quieren de una manera incondicional, así que soy una madre feliz», resume Victoria.
Por Rostyslav Averchuk