¿Todo es según el COLOR del cristal con que se mire? ¿Fue un ataque racista la golpiza a Dairon?

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El racismo pervive. No nos llamemos a cuentos. En los estadios de Europa insultan a los jugadores negros. El 1 de marzo de 2019 un policía apuntó su arma a un negro que recogía basura en el patio de su propia casa en Colorado, Estados Unidos. En agosto de 2012, Fernando Delgado, un concejal de Marsella, Risaralda, calificó como “cáncer nacional y mundial” a afrodescendientes, desplazados e indígenas; fue condenado en noviembre pasado por racismo, convirtiéndose en la primera condena por racismo en el país. Un diputado antioqueño en mayo de 2012 aseguró que invertir dinero en Chocó era “como meterle un perfume a un bollo”. Hace tres semanas, en Medellín, una estudiante universitaria no subió al Uber que solicitó, porque el conductor era negro. De esta última historia, tan cotidiana, nos reservamos las pruebas, por seguridad.

Pero no son solo los negros el blanco del racismo. También lo son los judíos, los gitanos, los musulmanes, los chinos, los latinoamericanos y hasta los colombianos, en cualquier país que se encuentren.

Este viernes, un australiano de 28 años, Brenton Tarrant, ingresó armado a dos mezquitas en Nueva Zelanda, asesinó a 49 musulmanes y dejó heridos a otros 48. Dijo que era un supremacista y que la raza blanca es superior y debe dominar a las demás.

El racismo es tan antiguo como la humanidad. Es fruto de una doctrina de apropiación que validó la existencia de razas superiores e inferiores, que avaló la explotación del hombre por el hombre.

En una entrevista concedida al diario El País, de España, el camerunés Joseph Achille Mbembe declara que la asignación a las personas de origen africano como “negros” fue “un proceso histórico, el cual tuvo como objetivo la construcción de sujetos de raza y cuerpos de extracción desde el parámetro de la blanquitud occidental y europea”.

Agrega que “la construcción de esta categoría racial se llevó a cabo con éxito a través del principio de raza, que es definido como una forma espectral de la división y de la diferencia humana susceptible de ser movilizada con fines de estigmatización y de exclusión, de segregación por las cuales se busca aislar, eliminar y en efecto destruir físicamente un grupo humano”.

Con los términos “negro” y “raza”, durante el siglo XIX, trataron los blancos de tener una “transcripción sociobiológica efectuada para justificar los sistemas de plantación y esclavización que ocurrieron a la par de la modernidad occidental y como base de esta”.

Durante el siglo XX se erigieron movimientos políticos de comunidades afrodescendientes, como el movimiento “Negritud”, que se empeñaron en cambiar el uso racista de la palabra “negro”.

El racismo es una realidad. Y cambiar la palabra negro por el eufemismo “afrodescendiente” no hará desaparecer el racismo. Además, no es tan acertado, porque aunque en África el 85 % de la población es subsahariana (negra), la restante es de piel blanca y sus hijos también son afrodescendientes.

Antes de abordar el caso de Dairon Córdoba Martínez, dejamos claro que para nosotros el uso del término “negro” no es el problema, es la carga de racismo que se imprime a esa palabra la que es tan molesta, tan indebida, tan reprochable cuando el contexto es de odio. La actitud despectiva, la forma de decirlo, el “tonito”, en frases como “ah, es que negro tenía que ser”, “negro hijueputa”, “negro que no la caga a la entrada la caga a la salida” tienen un alto contenido de desprecio, de odio, de daño, de ánimo destructivo.

Lo sabemos muchos, para quienes decir “negro” no es peyorativo. A nuestros amigos que son afrodescendientes los llamamos “negros”, de cariño. “Negro, vení tomémonos algo”, “negro, ¿ya estudiaste para el examen?”, “negro, ayúdame con esta tarea”, “ey, negro, cuídate pues, hasta mañana”.

El caso Dairon Córdoba Martínez
El pasado viernes 8 de marzo el joven Dairon Córdoba Martínez fue agredido en el barrio Campo Valdés. Le dijeron negro ladrón, negro hijueputa y otras ofensas más mientras le daban patadas, puños y lo golpeaban con cascos de motocicleta. En ese momento, la versión que se propagó entre los “justicieros” del barrio era que Dairon había robado algo: un celular, un dinero, algo, y había que castigarlo por eso. Buscaban en sus bolsillos, pero no encontraban nada. Hasta intentaron subirlo a una moto: “subíte o querés que te pelemos aquí”, le gritaban. Al final lo dejaron marchar.

Alguien grabó la grotesca escena y la subió a las redes. Miles de comentarios despectivos se agregaron al video avalando la indebida y reprochable reacción de la comunidad.

Pero días después, su esposa explicó que Dairon no era ningún ladrón, que por el contrario a él le robaron, el ladrón se hizo víctima y el afectado se convirtió en victimario, al que nadie creyó porque era negro.

El tema del racismo afloró. Colectivos antirracistas, la concejala Daniela Maturana (#TodosSomosDairon), la Alcaldía de Medellín, medios de comunicación, todo el país -y hasta aquellos que lo insultaron en redes sociales y luego borraron sus vituperios- ahora lo apoyaban.

El miércoles 13 de marzo, la Alcaldía realizó un acto de desagravio en el que Dairon expresó que no le guardaba rencor a quienes lo golpearon, cuestionó la educación que se imparte en los colegios y pidió que no se tomara la justicia por mano propia.

Al día siguiente, jueves 14 de marzo, salió a la luz pública otro video en el que se observa a Dairon tomar un artículo de la nevera de un supermercado y guardarlo en uno de los bolsillos de su pantalón. Es descubierto por los empleados del lugar, que al parecer lo quieren golpear con un fuete, pero Dairon escapa y es cuando la turba lo persigue y lo agrede.

Dairon apareció en los noticieros admitiendo que quiso tomar algo para sí sin pagar por ello y pidió perdón. El colectivo en redes reaccionó de nuevo, muchos justificaron sus insultos iniciales, atacaron a quienes defendimos a Dairon y se convirtieron otra vez en los portadores de la razón. Seguramente esa noche pudieron conciliar el sueño.

¿Quién cometió un delito?
No hubo provecho, utilidad o finalidad buscados por el presunto autor del delito de hurto, consagrado en el artículo 239 del código penal colombiano, aunque en el video se perciba una intención orientada a apoderarse de la cosa mueble ajena, una botella de licor, según describieron los empleados del supermercado. No se consuma el hurto, entonces, porque Dairon no saca de la esfera de dominio de la víctima la cosa y, por tanto, no la incorpora a la suya. De hecho, el verdadero dueño o su representante tuvo la oportunidad de recuperarlo al reclamárselo sin encontrar resistencia en el señalado. Si quien se apodera de un bien, lo consume, lo enajena, saca el provecho descrito en el supuesto de hecho penal, se constituye en una conducta típica, antijurídica y culpable que requiere de la aplicación de la consecuencia jurídica descrita en la norma.

Moralmente es una conducta reprochable, sí. Pero ello no justifica el ataque del cual fue víctima Dairon. Aplicar justicia corresponde al Estado. El artículo 302 del código de procedimiento penal colombiano indica lo que debe hacer un ciudadano común y corriente en caso de sorprender a una persona en flagrancia: “Cuando sea un particular quien realiza la aprehensión deberá conducir al aprehendido en el término de la distancia ante cualquier autoridad de policía…, que pondrá al capturado a disposición de la Fiscalía…”, que podrá liberarlo si “de la información suministrada o recogida aparece que el supuesto delito no comporta detención preventiva”. A esa aprehensión se le denomina arresto ciudadano. La figura es constitucional (Artículo 32 de la Constitución Política). Así que ni en las leyes ni en la norma superior se lee “golpearlo hasta que llegue la Policía”, o “asesinarlo por sospecha”. Eso es justicia por mano propia y es castigada penalmente.

Sobre esta conducta violenta cada vez más recurrente en Colombia, Jairo Libreros, experto en seguridad, asegura que los linchamientos reflejan el profundo descontento social por la justicia, por la inseguridad. La gente no llama a la autoridad, no protesta, no se pronuncia y prefiere actuar por mano propia, lo que es totalmente inapropiado y antijurídico.

Dairon sí es víctima
El artículo 111 del código penal colombiano se refiere a las lesiones personales: “El que cause a otro daño en el cuerpo o en la salud, incurrirá en las sanciones establecidas…”. Y los numerales 6 y 7 del artículo 104 del mismo código se refieren a la sevicia y a la indefensión e inferioridad como circunstancias de agravación punitiva.
Por lo tanto, aquellos que se observan en el video sujetando a Dairon y golpeándolo sí cometieron un delito. Además intentaron subirlo en una moto para llevarlo a otro sitio. ¿Para qué?

Ahora, la conducta de los empleados del supermercado es reprochable a todas luces, moralmente incorrecta y hasta ilegal. Registrar a un ciudadano es una acción que solo pueden realizar las autoridades legalmente instituidas (Artículo 2, inciso 2, Constitución Política), (Artículo 159 del Código de Policía, registro a persona) y no lo pueden hacer agentes de tránsito, vigilancia privada ni ningún representante de la comunidad. También parece, según se ve en el video, que quieren golpearlo con un fuete, pero no lo hacen. En este sentido es menester aclarar que en Colombia no son punibles las intenciones, los deseos o pensamientos.

Racismo
La discusión sobre si Dairon hurtó o no hurtó no debe desviar la atención sobre las expresiones racistas que utilizaron los indignados y autoproclamados justicieros ciudadanos. Llamarlo “negro hijueputa” es claramente una agresión racista. No se puede ocultar. No le dijeron “maldito ladrón” o “ladrón de mierda”, aunque se escuche que le gritan “rata”. De hecho, algunos se preguntaban: “¿Por qué le estamos pegando?”.

La reflexión en este sentido es la siguiente. El racismo existe hoy. No se puede negar. En pleno siglo XXI miramos a la mal llamada “gente de color” por encima del hombro. Qué actitud tan despreciable. Revisemos qué tan racista es nuestra actitud hacia el contrario, hacia quien consideramos diferente. Y encontraremos que lo somos. Y mucho, tanto por acción como por omisión.

Es racista quien observa el ataque a un negro y prefiere grabar con su celular. También lo es quien cambia de acera cuando ve que por la suya viene un negro, así como el que ingresa a una discoteca en la que no aceptan negros. Si el negro hace el gol, es un calidoso, si lo bota, un indignado grita “negro hijueputa” y los demás se ríen. Esos que se ríen también son racistas. Dice el escritor uruguayo Jorge Majfud que uno no necesita ser racista para reproducir y consolidar un antiguo patrón racista y de clase, “mientras nos llenamos la boca con eso de la compasión y la lucha por la libertad y la dignidad humana”.

Una ficción enseñó a muchos lo que es el racismo en la realidad. Ocurrió en la serie El Príncipe de Bel-Air, conocida en Colombia como El Príncipe del Rap, cuyo nombre original es The Fresh Prince of Bel-Air y que se emitió entre 1990 y 1996: una comedia de la cadena NBC, protagonizada por Will Smith, un joven negro de Filadelfia.

En uno de los 148 capítulos que se produjeron, la Policía detiene en una autopista a Carlton y a Will, que conducen un Mercedes Benz, por “ir demasiado despacio”, y los llevan al calabozo, donde les toca pasar la noche. Hasta terminan confesando que son los integrantes de una banda dedicada al robo de autos de alta gama, declaración que hacen ante las cámaras de televisión, todo para lograr ser liberados.

Es hora de cambiar. No más hipocresía. Tratémonos con respeto. El racismo y la intolerancia tienen diversas manifestaciones que a veces no percibimos. La ONU ha dicho que la lucha contra el racismo es una prioridad para la comunidad internacional. A ella le recordamos que muchos afrocolombianos viven en condiciones de extrema pobreza en Medellín, sobreviven en tugurios urbanos. La discriminación campea en el sector de la vivienda no solo a nivel regional, también en todo el territorio patrio.

La violencia se concentra en zonas donde residen comunidades indígenas y afrodescendientes. El Gobierno Nacional, para luchar contra el narcotráfico, se suma a los victimarios y viola con frecuencia los derechos humanos de esas comunidades, destruyendo sus autonomías culturales y sus identidades.

El asesinato de líderes sociales va en aumento en Colombia. Los grupos de origen paramilitar los persiguen, los amenazan, los desplazan y los asesinan. Esos líderes y defensores de DD. HH. son en su mayoría representantes indígenas y afrodescendientes.

En las instituciones estatales aún están representadas insuficientemente las comunidades indígenas y afrocolombianas. Eso es racismo, racismo estatal.

Señor presidente Iván Duque, no escuchar las peticiones de los indígenas del Cauca, de la Gabarra, del Huila, de Antioquia, del Carmen del Darién, que se están manifestando para que el Estado les cumpla, es puro racismo. No pavimentar las carreteras que conducen al departamento del Chocó, es racismo.

Defendamos los derechos de los habitantes de nuestra Colombia. Blancos, negros, indígenas, mestizos, mulatos, todos somos colombianos. Luchemos por ellos, también por el que no piense igual, actúe diferente o se vista distinto.

Apunte urbano
En todo este lamentable caso de Dairon han metido mano los grupos ilegales de la zona. Hablamos de los combos que están conexos con la banda La Terraza, que comanda territorios de la comuna 3, Manrique, y de la 4, Aranjuez. Ellos ejercen el control social, autorizan linchamientos a delincuentes, asonadas a las autoridades y lideran los fleteos en toda la ciudad.

Nos cuentan nuestras fuentes, y agradeceríamos a las autoridades investigarlo, que en este caso concreto, trascendió que amenazaron de muerte a Dairon y a su familia y los obligaron a irse de la vivienda que ocupan. Lamentable.

Cuando se conoció que Dairon no había robado nada y que por el contrario había sido una víctima, los “muchachos” se dieron a la tarea de indagar por el responsable del hurto a Dairon, es decir, del causante de esa injusticia para hacerlo pagar.

Fue así como llegaron hasta los propietarios del supermercado, que no tenían la intención de mostrar el video, porque su actuar no fue el adecuado, registraron a Dairon, intentaron golpearlo y no dieron aviso a las autoridades, como corresponde.

Entonces apareció el video, uno que muestra a Dairon “robando” y que los salvó a ellos de pagar por esa “injusticia”. Subir el video a redes regresaba todo al estado de cosas anterior. Sí era un ladrón, se justificaba la “pela”, el trato racista y se levantaba el castigo para los “castigadores”. Esa es nuestra Medellín, una que se mueve al ritmo de los bandidos y que poco cuenta con vos.