Sergio Jaramillo, ex Alto Comisionado de Paz del gobierno Santos (2012-2017), dijo en exclusiva para el periódico El Tiempo que la decisión de Iván Márquez, Jesús Santrich y el Paisa, entre otros, de regresar a las armas es un acto de cobardía, pues rompen “el principio sagrado de la no repetición” y se ponen del lado de quienes acallan las voces con el cañón.
Añade que ninguna guerrilla antes había recibido más garantías y que “los anuncios que hicieron la semana pasada Iván Márquez y su banda constituyen la más grave crisis en años del proceso de paz. Con ello hizo trizas el pacto fundamental que está detrás del Acuerdo Final”.
Agrega que con serenidad se debe enfrentar esta crisis y propone una ‘tregua política’ para la paz: que los funcionarios del Gobierno, los congresistas, los estudiantes, los ciudadanos del común, todos, hagan una pausa en la discusión de la paz, rechacen las armas en la vida pública y busquemos “soluciones concretas a esta crisis”.
Acá está la transcripción completa de su artículo publicado por el periódico El Tiempo.
Las crisis son el pan de cada día en un proceso de paz. Pero su desenlace depende enteramente del manejo que se les dé. Recordemos por ejemplo el secuestro del general Alzate en noviembre de 2014, el primer general de la República en manos de las Farc. Podría haber terminado con un baño de sangre y con un proceso roto si se hubiera lanzado la operación de rescate en la que insistía el Ministerio de Defensa, pero se resolvió felizmente en menos de 36 horas con un par de llamadas y con buena coordinación en el marco de la negociación.
La regla de oro de las crisis se llama: serenidad. No tambalear, no amarrarse a un solo curso de acción y no dar por sentado anticipadamente ningún resultado, siempre buscando la luz al final del túnel. Si se maneja de esa manera, y también, por supuesto, con inteligencia y con absoluta determinación, la energía de la crisis se puede encauzar para dar un salto hacia adelante. Si, por el contrario, la actitud es la de un semicírculo de curiosos ante un grave accidente de tránsito, la energía se va para otro lado y cualquier cosa puede suceder. Por eso quiero decirles a quienes en Colombia están dedicados a la construcción de la paz: ¡no desfallezcan!
Sin duda, los anuncios que hicieron la semana pasada ‘Iván Márquez’ y su banda constituyen la más grave crisis en años del proceso de paz. Pero también una oportunidad para aclarar las cosas (se separa la cizaña del trigo) y para consolidar la paz. Confieso que desde que fue extraditado Marlon, su sobrino, hace un año largo, me levantaba cada dos o tres días esperando ver la fotografía de ‘Márquez’ en camuflado. Ese día llegó, y partió las aguas.
En un acto de singular egoísmo y torpeza existencial, ‘Márquez’ decidió pasar de ser el hombre que dirigió la negociación del fin de un conflicto de medio siglo a ser el jefe de una banda dedicada a vivir de las drogas (de “las economías ilegales”, como dijo) y de la impostura ideológica, que llama a los jóvenes excombatientes a que abandonen la extraordinaria oportunidad que tienen de rehacer sus vidas, pierdan todos los beneficios jurídicos y se hundan con él. Porque está perfectamente claro que su única motivación es estar fuera del alcance de la justicia, y para eso montó su incoherente y disparatada pieza de teatro.
Con ello hizo trizas el pacto fundamental que está detrás del Acuerdo Final: “Ustedes dejan las armas y nosotros les garantizamos la participación política”. El Gobierno cumplió plenamente con su parte con el Acto Legislativo 003 de 2017. Fue necesaria una reforma constitucional para poder garantizar 10 curules en caso de que no pasaran el umbral, facilitar la creación de un partido y garantizar la financiación de las campañas (generosamente: con alrededor de 8.000 millones en 2018).
Más garantías políticas no ha recibido ninguna guerrilla. Los miembros del partido Farc han sabido hacer uso de ellas con responsabilidad y sentido de patria.
Pero en lugar de asumir su curul en el Senado y dar la pelea de las ideas, Márquez cobardemente recurre a las armas, rompe el principio sagrado de la no repetición y se pone del lado de quienes acallan las voces con el cañón: de los asesinos de líderes sociales, de los asesinos de candidatos, de los asesinos de quien fue su propia gente. De los que le cierran los espacios de la democracia en las regiones de Colombia.
En esa decisión veo la mano de Jesús Santrich. Porque si bien el compromiso de Márquez con la paz se puede discutir (lo vi entusiasmado en los campamentos alentando a sus hombres a dar el paso al desarme y a una nueva vida), la falta de compromiso de Santrich siempre fue transparente. Al menor problema amenazaba con tirar la toalla y retomar el fusil que nunca cargó: Santrich era un panfletista de las Farc que pasó una década llenando internet de propaganda desde el campamento de Márquez en Machiques en Venezuela, mientras los guerrilleros morían en combates en las selvas de la Macarena.
Tal vez por eso en los cuatro años que lo traté directamente en La Habana no le oí expresar más de tres o cuatro veces preocupación alguna por la suerte de “la guerrillerada”, como sí oí muchas veces a Mauricio el Médico, a Pablo Catatumbo, a Pastor Alape o a Carlos Antonio Lozada. Un narcisista radical engolosinado con sus propias ideas y con su propia imagen, Santrich es un hombre que nunca le puso el pecho a la guerra y que cuando es capturado (en las circunstancias que fuere) por delitos posteriores a la firma del Acuerdo, prefiere lanzarse a una huelga de hambre antes que enfrentar la ignominia de su culpa, y cuando las Cortes le brindan todas las garantías de un Estado de derecho para defenderse, prefiere escapar a medianoche por una ventana como un ladrón de pueblo. Santrich regresa a su origen, a llamar a los jóvenes a la violencia desde algún lugar de Venezuela, para encubrir su vergüenza. Me pregunto si en alguna parte ha habido un guerrillero más cobarde que este.
Todo lo anterior parece una ilustración premeditada de la famosa frase “la historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa” –el vodevil de ‘Márquez’ y ‘Santrich’– si no fuera porque con ellos están media docena de comandantes de campo de mucha experiencia y mucho arraigo, que deben llevar un buen tiempo prendidos a sus celulares tratando de traerse a su gente y que representan un riesgo mayúsculo para la paz y la seguridad nacional. Quien desestime ese riesgo no sabe nada de lo que pasó en la guerra. Añadamos que cuentan con el respaldo casi abierto de Venezuela.
Estamos entonces ante el equivalente de un enorme desastre natural, cincuenta veces más grave que el taponamiento de la vía al Llano, con la única diferencia de que si se actúa con rapidez, se puede revertir. Hay una ventana de tiempo, porque una banda criminal como la que anuncian no se monta de un día para otro. Pero el reloj ya está corriendo: Walter Mendoza, un comandante de más de 60 años, anunció que regresaba a su antigua zona en el Cauca. El éxito en el manejo de una crisis depende también de la capacidad de estructurar “el tiempo real”.
¿Qué hacer? Lo primero es recordar que, con su decisión de retomar las armas, ‘Márquez’ literalmente cruzó la raya y se salió de la cancha. Los que quedamos adentro tenemos que hacer una pausa, dejar de dar patadas y entender que en estos momentos es infinitamente más importante manejar esta crisis bien que cualquier diferencia política. No podemos caer en otra Patria Boba, que no fue otra cosa que privilegiar las guerras intestinas sobre el objetivo estratégico de la independencia. La situación no es muy distinta dos siglos después con la paz.
Dejemos para otro día, como han alentado varios periodistas, el juicio de responsabilidades sobre el origen de esta crisis. Son cristalinas (la de ‘Santrich’ en primer lugar), pero no hay tiempo para mirar atrás. Ahora hay que sumar y apuntar en una misma dirección. Dejemos también de lado la garrotera política y miremos en qué puede contribuir cada quien desde su posición para resolver esta crisis. Nadie tiene que renunciar a sus convicciones ni moverse de donde está. Solo tiene que poner por encima de todo el bien de la Nación. Yo estoy listo a ayudar (desde afuera, por supuesto).
Por eso propongo una ‘tregua política’ para la paz. Que los funcionarios del Gobierno, los congresistas, los estudiantes, los gobernadores y alcaldes, las víctimas, los empresarios, los sindicatos, las iglesias, las organizaciones de la sociedad civil, los periodistas, los agricultores, las comunidades en los territorios, los excombatientes en proceso de reincorporación y los ciudadanos del común hagamos una pausa en la discusión de la paz, rechacemos de tajo las armas en la vida pública y nos dediquemos a buscar soluciones concretas a esta crisis.
Me dirán: usted es un ingenuo. ¿No entiende que estamos a casi un mes de elecciones? ¿No entiende que la banda de ‘Iván Márquez’ es el regalo del Niño Dios para la derecha radical? Y yo digo: ¿Qué importa? Todo eso es poca cosa al lado del riesgo de regresar a donde estábamos.
Las cartas están sobre la mesa. Si el Gobierno las sabe jugar, todos lo apoyaremos y la paz y la seguridad saldrán fortalecidas, que son los dos carriles por los que el Gobierno tiene que andar.
En materia de paz, el foco debe estar en tres poblaciones. En primer lugar, por supuesto, en los hombres y mujeres en proceso de reincorporación. Ha habido avances importantes y las condiciones básicas están garantizadas, pero se requiere un plan de choque de acompañamiento para mantener la tranquilidad (visitas de los funcionarios del Gobierno, de las comisiones de paz del Congreso, de la cooperación internacional, etc.) y sobre todo mucho más apoyo a los proyectos productivos. Junto con las diferentes agencias que trabajan en desarrollo rural, los empresarios del país están llamados a volcarse sobre los ETCR para ofrecer acompañamiento técnico y abrir canales de comercialización. Esto no da espera. También hay que resolver con creatividad el problema de las tierras para la reincorporación.
En segundo lugar están las víctimas, que han sido el alma de este proceso. De todas las traiciones cometidas por ‘Márquez’ y ‘Santrich’, ninguna es tan repugnante como la traición a las víctimas, después de todos los compromisos que adquirieron cara a cara frente a ellas en las audiencias de La Habana. Las víctimas se deben movilizar para exigir sus derechos, y el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición debe fortalecer su despliegue, sus acciones y su efectividad en los territorios (acelerando la búsqueda de desaparecidos, por ejemplo). Lo mismo debe hacer la Unidad de Víctimas.
Y en tercer lugar están las comunidades. Aquí, el Gobierno tiene una enorme ventaja, porque ya concluyó el proceso de planeación participativa de los 16 Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (Pdet), que cubren todos los territorios más afectados por el conflicto (más de una tercera parte del país). Participaron más de 250.000 personas, incluyendo 17.000 delegados de un grupo motor dedicado a hacer los planes. El siguiente paso es acelerar la formulación de los planes concretos sobre la base de las propuestas y sobre todo de los Planes Nacionales del Acuerdo Final, que son la carne de los Pdet: planes de educación y salud rural, infraestructura y adecuación de tierras, productividad, formalización laboral, etc.
Es en estos territorios donde se va a jugar el futuro de la paz y de la seguridad. Si la gente ve que se les está cumpliendo, se convertirán en espacios privilegiados de legitimación de las instituciones y de reconciliación (ya trabajan en ellos hombro a hombro comunidades, víctimas y excombatientes), y también en un enorme muro de contención contra las nuevas bandas, no solo la de ‘Márquez’, y contra la coca.
Si, por el contrario, pasa el tiempo y no pasa nada, el efecto será exactamente el contrario.
De nuevo, el Ministerio de Hacienda tiene que tratar esta crisis como lo que es, el equivalente de un enorme desastre natural, y sacar recursos de donde no hay para irrigar los Pdet y llenar en lo posible los espacios en los territorios, en especial en el oriente. Los ministros también se tienen que meter al barro y enfilar sus esfuerzos en esa dirección.
Por último, está el discurso. Un compromiso claro del Gobierno de que se va a implementar el Acuerdo en los territorios, como lo hizo el comisionado Ceballos la semana pasada y lo han hecho otros funcionarios, es obviamente el discurso que deja sin piso a ‘Márquez’. Ojalá el Gobierno continúe en esa dirección. Y ojalá la sociedad entera diga con una sola voz: ¡fuera las armas! Hay que recuperar el primer y el principal objetivo del acuerdo de paz: la protección de la vida humana, que tan groseramente ha quebrantado ‘Iván Márquez’.
Tomado de El Tiempo