Mantener las protestas sociales como una “fiesta” y vencer “el tono de reproche” y “rechazo” de algunos sectores es la propuesta del profesor y senador Antanas Mockus a quienes han protestado en las últimas semanas en el país.
Después de varios meses alejado de la opinión pública, en medio de su tratamiento médico, Mockus aceptó hablar con EL TIEMPO sobre las movilizaciones sociales y sus causas.
Para el congresista, las marchas demuestran el “agotamiento” de los “métodos tradicionales de comunicación” entre ciudadanos y gobiernos”, lo cual se da, según él, por la corrupción y el “atrincheramiento” de las élites. “Está en nuestras manos seguir reforzando, desde la pedagogía, la creencia ciudadana inviolable de que lo público es sagrado”, dijo.
¿Cuál es su percepción sobre los reclamos sociales y las marchas que se han vivido en las últimas semanas?
En las últimas semanas ha habido una evolución muy positiva a favor de la diferencia entre protesta pacífica y formas de protesta que rozan con el uso de la violencia. Esta violencia ha recibido, incluso, un nombre nuevo: ‘vandalismo’, que recupera algo de la raigambre religiosa de la palabra ‘saqueo’, acompañado de sacrilegio consciente, perpetrado por bárbaros contra templos romanos. ¡Ojo! El vandalismo podría terminar convirtiéndose en un deporte irracional en el cual la gente destruye sin piedad bienes públicos por su valor simbólico o material.
Para usted, ¿qué implica esto?
En algunas sociedades destruir bienes públicos es sinónimo de sacrilegio, especialmente porque el profanador conoce el valor sagrado de lo que profana. Ante esta situación, está en nuestras manos seguir reforzando, desde la pedagogía, la creencia ciudadana inviolable de que lo público es sagrado. El proceso de paz con las Farc incluyó un acuerdo en torno al abandono de las formas más tradicionales de lucha armada.
¿Ahora hay otras formas de protestar, de exigir?
Básicamente, las Farc se despojaron de sus armas a cambio de una democratización no solo legal, sino también cultural. Implica proteger a los desmovilizados y dejar definitivamente atrás el asesinato, incluido el de líderes sociales, y otras manifestaciones de una guerra degradada: desapariciones forzadas, secuestros y masacres.
¿Qué indica el descontento social visto en las calles?
El agotamiento de los objetivos y los métodos tradicionales de comunicación entre ciudadanía y gobiernos. La descentralización parecería condenada al fracaso. La principal causa de ese fracaso está en la corrupción y el atrincheramiento de las élites más calificadas (que le tienen pereza a la lucha política) y que en realidad solo se puede ganar si se libra día a día, palmo a palmo. Esto sin duda sucede porque el mejor negocio para muchos políticos es compartir el desprestigio de la política.
¿Por qué las nuevas generaciones han sido las protagonistas de estas movilizaciones?
Porque los jóvenes tienen códigos de comportamiento más abiertos, más dispuestos al cambio, están más abiertos a lo nuevo y están dejando atrás los vicios de la corrupción. No han querido conocer el desencanto que las generaciones más antiguas ya conocieron y están encontrado nuevas formas de comunicación entre la sociedad civil y los gobiernos. Los jóvenes nos han demostrado que toda protesta tiene un potencial de fiesta.
¿Es un tono bien distinto?
Lograr que este contenido lúdico o esa connotación festiva predomine y venza el tono de reproche, de rechazo y haga prevalecer la fiesta es, tal vez, el sueño de cualquier grupo de activistas.
¿Por qué es vital rechazar la violencia?
Mientras más auténtico sea el rechazo a la violencia y a su instrumentalización, más espontánea y más contundente será la protesta. Hemos visto en estos días expresiones artísticas colectivas: guardia indígena en la 7.ª, música clásica intercalada con música contemporánea en el parque de los Hippies, y el rumor creciente de miles de golpes de muy diversas cacerolas que invitan a deliberar sobre asuntos públicos, sobre asuntos políticos.
¿Para usted, esto es trascendental?
Sí. Celebro la actitud de la inmensa mayoría de los colombianos que se manifestaron en paz y encontraron de manera creativa la forma de ser escuchados. A protestar, sí, pero con cuidado, con cariño.
¿Cómo ha visto la posición del Gobierno Nacional?
Veo que varias sociedades –y en particular la colombiana– parecerían estar alejándose del modelo en el cual las primeras confrontaciones de un gobierno nuevo eran ‘atendidas’ con negociaciones en las que el Gobierno imponía una línea dura y las concesiones eran bastantes discretas y el énfasis se ponía en los riesgos.
¿Qué espera que salga de la ‘conversación nacional’ que está impulsando el Gobierno Nacional con diferentes sectores?
Una experiencia exitosa de combinación entre discusión honrada y productiva y una reactivación del potencial emancipatorio de la Constitución del 91. Hay una corriente que apunta en esa dirección, se llama patriotismo constitucional.
¿En qué consiste?
Consiste en convenir reducir la influencia emocional de conceptos como patria, nación, e invitarnos a compartir el entusiasmo con lo que más claramente nos une. La base del entendimiento futuro entre los colombianos está en esas reglas que ya nos hemos dado vía Constitución. ¿Esta vez qué nos une más? Los derechos constitucionales y, muy especialmente, la incorporación de esos derechos en la cultura. Donde hay ley debe crecer con mucha fuerza la norma social, la regulación cultural.
En este contexto, ¿cómo queda la implementación del acuerdo de paz?
El proceso de paz dejó un gran vacío. Acordar un texto de trescientas diez páginas con un gran carácter técnico de por sí es un gran logro. Ahora el reto es cumplirlo. Y en una condición nueva: un gobierno que –justa o injustamente– es percibido como débil.
Tomado de El Tiempo