Las Farc: Relato de un náufrago

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En los tiempos de guerra ningún guerrillero fariano estaba pensando en su realización personal. El rebelde pertenecía a una guerrilla que bien o mal luchaba por una causa. Un fin. Unos entendían mejor que otros lo que significaba esa causa. La causa era superior a la vida misma. Por ella se mataba. Por ella se moría. Para él o ella la guerrilla lo era todo. Lo resolvía todo. Lo proveía todo. La guerrilla era el sucedáneo de la familia. Los lazos de afinidad eran más resistentes que los vínculos de sangre. Cuando acabó la guerra el guerrillero volvió a pensar en él. Puede que la jefatura de las FARC no haya previsto esta circunstancia.

Las guerrillas del siglo pasado guardaban entre sí un listón de valores muy parecido. Vivían en un mundo paralelo. Desde el perímetro campamentario veían al mundo exterior con cierta hostilidad. Las FARC no fueron la excepción. Jon Lee Anderson describe con claridad en su libro Guerrillas el submundo de los alzados que eligen matar o morir por el ideal que se aloja en sus cabezas. La jefatura de las FARC fue a La Habana con la idea de transformar a Colombia mediante un acuerdo. Pensaron, ingenua o románticamente, que el acuerdo iría a cambiar la suerte de millones de colombianos. La suerte de los guerrilleros quedó en un segundo plano. Gravísimo error.

Las FARC fue una organización minimalista en el tratamiento de la cosa política. Era básicamente una estructura ejecutora de planes. Para organizar al mundo rural no se necesitaba una sofisticada y moderna retórica. La mayoría de cuadros eran hombres de acción. Capaces de sortear complejas situaciones organizativas, logísticas y militares. La audacia política era vista con recelo. Una formulación política intrépida podía ser interpretada como la actividad de un topo o un quintacolumnista. Esa suspicacia hizo que en la vida interna de las FARC hubiera poco tráfico de ideas. Las células políticas se reunían para discutir las menudencias del día. Gravísimo error.

El déficit político de las FARC se hizo notorio cuando abandonaron la vida selvática. De la noche a la mañana florecieron toda clase de ideas. Sensatas, pueriles y extravagantes. Del sentido común se pasó al barullo ideológico. Las rencillas personales entre los mandos, aparcadas durante la guerra, brotaron de muy mala manera. Señalamientos. Intolerancia. Mezquindad. Acusaciones. Fanatismo. Divisiones. Manipulación. El momento actual de las FARC podría visualizarse a través de La vida de Brian, la legendaria película cómica protagonizada por los Monty Python.

Cuando se producen tragedias naturales la peor parte la sufren los que no tienen. Cientos de excombatientes de base son los más perjudicados del caos que viven las FARC. Desilusión y muerte. Los acuerdos de paz son los que son. No hay vuelta atrás. Es clavo pasado. No hay manera de corregir la Historia tal como lo hacían Tony y Douglas, los protagonistas de El túnel del tiempo, la serie de culto de los sesenta. El barco está haciendo agua por las grietas. Los únicos que pueden calafatear el barco en altamar son los que van a bordo. Tripulación y viajeros. Están muy lejos del puerto. El gobierno no irá a auxiliarlos. Los excombatientes de las FARC saben sobrevivir en las condiciones más adversas. Es un buen momento de aplicar en la política lo aprendido en los tiempos de adversidad.

Tomado de Semanario Voz

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