Buenaventura, de pastizal para ganado a tesoro biológico en Ecuador

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Más de 700.000 árboles, miles de aves, innumerables anfibios y reptiles, lobos y cerdos de monte, entre otras especies, cohabitan en la reserva de Buenaventura, en el sur de Ecuador, en lo que antes era un gran pastizal que alimentaba al mejor ganado del país.

En 1999, la Fundación de conservación Jocotoco compró las primeras 200 hectáreas en la provincia de El Oro, y marcó el inicio de una «buena aventura» de reforestación que ahora suma 2.700 hectáreas.

Allí, unos 600 kilómetros al sur de Quito y unos 60 de la frontera con Perú, hay ahora inmensos árboles y plantas con hojas tan grandes que pueden cubrir por completo a una persona de mediana estatura.

La reserva de Buenaventura es la única que protege especies de las ecorregiones de Tumbes y el Chocó en el sudoeste ecuatoriano.

UN TESORO POR DONDE SE LO MIRE

La reserva «es uno de los tesoros que tiene la provincia de El Oro y un área núcleo» de un corredor ecológico aún en ciernes, con el que se pretende proteger a cientos de especies, dijo a Efe Byron Puglla, director de las reservas del sur de la Fundación.

En sus casi 3.000 hectáreas, la reserva protege a 361 especies de aves, de las cuales 15 están globalmente amenazadas, y es el hogar de variedades únicas y en peligro como el perico de Orcés, el tapaculo de El Oro, el gavilán dorsigrís y el perico cachetigrís.

En un rango altitudinal que va desde los 400 hasta los 1.800 metros, en la reserva hay felinos, osos perezosos, ardillas, hurones, ranas, nutrias y monos aulladores de unos 80 centímetros de altura, que lanzan sonidos parecidos al de los perros.

Y si de sonidos se trata, el pájaro paraguas, hereda su apodo de «toro» del sonido que emite, similar al de aquel robusto animal.

ESCASAS MANCHAS DE PASTO

El camino principal que cruza la reserva es como una larga y ondulante serpiente plagada de vegetación desde la que emanan diferentes trinos de pájaros y un constante canto de cigarras que no deja un segundo el ambiente en silencio.

Desde lo alto, se aprecia un frondoso paisaje verde, en el que se distinguen con claridad las zonas adquiridas por Jocotoco de aquellas «pintadas» solo con pasto, que tienen otros dueños.

La influencia tumbesina (norte del Perú) y la del océano Pacífico han creado un microclima algo húmedo en la reserva, lo que la hace rica en orquídeas y bromelias.

Y donde antes había pastizales, ahora hay árboles de hasta 15 metros, de 27 especies nativas, como cedros y guabos, que crecen en el rango de temperatura entre 14 y 26 grados centígrados.

La reserva protege uno de los parches más extensos de bosque nublado piemontano de la estribación occidental de los Andes del suroeste de Ecuador.

Varias especies endémicas y amenazadas comprenden la flora de la reserva de Buenaventura, que los expertos esperan extender con el tiempo a unas 5.000 hectáreas.

VARIEDAD Y ABUNDANCIA

El entrenado ojo de los ornitólogos, biólogos y guardaparques distingue en Buenaventura pájaros, insectos y otros animales donde otros solo ven árboles y hojas.

«¡Mira, un tucán! ¡Ahí, cerca del árbol donde está el halcón, que se prepara para comerse al colibrí», decía a Efe un integrante de la Fundación en una terraza del «Umbrelabird Lodge», mientras entraba campante, por entre los pies de los turistas, un amigable coatí (mamífero con pinta de oso hormiguero).

Y poco más allá otro anuncio: «Una serpiente mudó su piel», comentaba un experto de Jocotoco señalando el cuero del animal a un lado de la terraza. ¿Y el resto?, preguntó una asustada mujer. «En el techo debe estar, durmiendo. En la noche salen», le respondió.

Buenaventura es un paraíso para los amantes de las aves, que se llaman a sí mismos «pajareros», y pruebas de ello es que aletean por todos lados, en variado color y tamaño.

En el lodge revolotean decenas de colibríes -la mayoría negros y azules- alrededor de bebederos, mientras cantos de todos los espectros delatan desde los árboles la existencia de otras aves.

Avanzar por los senderos de la reserva es toda una aventura.»¡No te muevas!». «¿Por qué?». «Mira allá», escuchaba una visitante antes de seguir con la mirada el frenético vuelo cercano de un colibrí azul violeta cola de raqueta de cinco centímetros, mientras pocos pasos más allá cruzaba una guatusa, y más lejos, un cerdo de monte.

Y ya en ese punto, abrumada con tanta variedad de flora y fauna en donde hace dos décadas dominaba el pasto, la visitante zanjó entre risas: «Mejor díganme qué no hay aquí. Será más corto».

EFE.

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