La frustración y desespero que sentían los cientos de venezolanos y colombianos atrapados de lado y lado de la frontera los hizo tomar decisiones drásticas, “no podemos quedarnos aquí”, repetían.
Si bien es cierto, los puentes internacionales se encontraban cerrados y custodiados por autoridades de migración y fuerza pública, las viejas trochas que se han vuelto tan recurridas en los últimos años se convirtieron en la esperanza de aquellos que ya no soportaban la zozobra de pensar que quedarían atrapados sin ninguna provisión.
Frente a este panorama y a pesar de la fuerte presencia de la Policía y el Ejército Nacional, los pasos por las trochas se hicieron incontrolables para la fuerza pública, pues por allí cientos de personas lograron retornar a sus sitios de destinos.
No todos contaron con la misma suerte, algunos fueron vistos por las autoridades -que evidentemente lograron custodiar ciertos pasos- y tuvieron que devolverse, pero esto no sucedió con todos.
El extenso paso peatonal logró ser burlado por los trocheros que se aprovecharon de la situación para cobrar mucho más de lo acostumbrado.
Por todo lo anterior, se deduce que no tendría un efecto real el cierre de los sietes pasos fronterizos si no existe un fuerte control en los pasos ilegales, pues esto estaría acrecentando la criminalidad y exponiendo aún más a la ciudadanía a un flujo de personas sin ningún tipo de control sanitario.
Tomado de La Opinión