El coronavirus obligó a Francisco, habituado a saltarse todos los protocolos y medidas de seguridad, a parar el papamóvil para dar abrazos, tomar el mate que le ofrecen y recibir a cientos de miles de personas, a convertirse en un papa telemático.
La imagen de estos días es la del papa argentino asomado a la ventana del palacio pontifico para dar una bendición a una plaza de San Pedro completamente desierta, pero con cientos de miles de personas siguiendo el ángelus dominical por Internet.
Incluso durante la Segunda Guerra Mundial, el 19 de julio de 1943, tras el bombardeo estadounidense sobre Roma, el papa Pio XII acudió al barrio de San Lorenzo, donde cayeron más de 4.000 bombas y murieron 3.000 personas y hubo más de 11.000 heridos, para abrazar a la gente.
Salió del Vaticano con su automóvil, llegó a la zona afectada y fue rodeado de miles de personas. Se cuenta que regresó con su túnica manchada de sangre.
Con todos los viajes anulados, la única salida de Francisco fue el 15 de marzo en una Roma vacía que no se enteró de que el pontífice caminó por la céntrica vía del Corso.
Acudió a la Iglesia de San Marcello para rezar ante el crucifijo de madera que quedó intacto en un incendio en 1519 y que tres años después fue sacado en procesión por los barrios de la ciudad para invocar el fin de la peste que la asolaba, por lo que se considera «milagroso».
Previamente Francisco había acudido a la basílica de Santa María La Mayor para rezar ante el icono bizantino de la Virgen «Salus populi romani», muy apreciado por los fieles y venerado durante los siglos en tiempos de guerras, pestes o carestías.
El maldito virus no permite que Francisco, de 83 años, se acerque a los fieles, pero intenta ser cercano a ellos gracias a las tecnologías.
Son muchos las personas que han descubierto que la misa matutina de las 7.00 que el papa celebra en su residencia, Casa Santa Marta, y que estaba reservada a unos pocos, y ahora se emite en directo por el canal de la televisión vaticana y en Internet. Un consuelo para muchos católicos que ya no pueden ir a misa.
Francisco está dedicando estas misas y sus oraciones cada día a una de las categorías de personas que más está sufriendo en esta pandemia.
Las audiencias generales que congregaban cada miércoles a 25.000 personas llegadas de diferentes países, y en las que el papa ofrecía su catequesis, los saludos en diferentes idiomas y algún llamamiento respecto a situaciones particulares que suceden en el mundo, continúan.
Ya no hay oportunidad de saludar al papa, de hacerle besar a los niños u ofrecerle el mate: se celebran en la sala de la biblioteca del palacio pontificio, donde se recibe a los jefes de Estado y de Gobierno y también se emiten en directo
Es un momento frío, sin aplausos, sin bandas de música, sin las actuaciones de artistas, pero el papa sigue pronunciando la catequesis y mandando sus mensajes.
También ha anulado todas las audiencias con los grupos que se celebraban o en la Capilla Paulina o en el gran aula Pablo VI y mantiene sólo las reuniones personales con los miembros de la Curia.
Para mantener la cercanía con los católicos, este miércoles convocó a todos los fieles del mundo para que rezasen la oración del padre nuestro al mediodía, un gesto con el que quiere universalizar la oración para luchar contra la pandemia del coronavirus.
Además, el viernes 27 de marzo se volverá a producir otra imagen surrealista cuando a las 18.00 hora local el papa baje a la plaza de San Pedro para un momento de oración ante el vacío total y dará la bendición Urbi et Orbi en un auténtico desierto.
Así se prevé que será la Semana Santa vaticana, con el papa Francisco que oficia los ritos sin la presencia de fieles y sin el tradicional Vía Crucis del Coliseo.
De nuevo las tecnologías ayudarán a que el Papa llegue a todos los católicos.
EFE