Solo algo más allá de nuestro entendimiento podría explicar qué conjunción estelar, qué golpe de dados permitió que en 1967 se unieran, por primera vez y hasta el final de sus días, el 22 de abril de 2020, Marcos Mundstock y sus singulares compañeros, bajo la dirección del inquieto Gerardo Masana, para conformar una de las agrupaciones más entrañables y originales del humorismo universal: Les Luthiers.
Hoy, con la partida de este eterno frontman, el flemático locutor que se echaba a cuestas las introducciones de las desopilantes obras musicales que venían a continuación, la agrupación argentina sufre otro cimbronazo capital, apenas comparable al golpe de platillos final en su Concierto de Mkpstroff. Y ni qué decir de sus adoradores a lo largo y ancho del globo terráqueo, que han sentido como suya, como nuestra, la pérdida.
Si bien la muerte temprana del creador del grupo en 1973 (cuando apenas habían regresado de su primera gira al exterior, en Venezuela), el retiro de su excelso y bufonesco pianista Carlos Núñez Cortés y el fallecimiento en 2015 del más visible de sus histriones, el siempre eterno Daniel Ravinovich, parecieron dejar bien lesionada la estructura, hoy, pensar en un futuro resulta dificultoso, a un mes del anuncio del estreno de su espectáculo número 38, “Más tropiezos de Mastropiero”, que si lo permite el coronavirus tendría que haber visto la luz en mayo próximo, en el porteño Teatro Coliseo.
Por eso, en lugar de ampararnos en la tristeza y el vacío que nos deja la partida del hombre de la carpeta roja y la voz de barítono profundo, preferimos hacer acopio de la resolución misma que los restantes integrantes del grupo dieron a conocer en el comunicado con el que anunciaron al mundo la muerte de su compañero y hermano Marcos Mundstock, a consecuencia de un tumor cerebral que le fue detectado hace alrededor de un año: “De ahora en más, cada uno de nosotros deberá empezar a transitar el doloroso camino de aprender a convivir con su ausencia. Pero no hoy. Pensar hoy en partidas o ausencias nos resulta demasiado triste. Hoy preferimos evocar todo lo que Marcos nos brindó y conservaremos con nosotros para siempre”.
Al igual que sus compañeros Gerardo Masana, Jorge Maronna y Daniel Rabinovich, Marcos Mundstock fue miembro fundador de Les Luthiers tras la escisión del colectivo I Musicisti. Un tiempo después entrarían al grupo disidente otros inolvidables integrantes: Carlos Núñez Cortés, a quien convencieron de abandonar el barco de lo que quedaba de I Musicisti; Carlos López Puccio, que llegó primero como un músico contratado para terminar siendo miembro oficial; y Ernesto Acher, quien salió del colectivo por acuerdo general en 1986.
Si bien el debut oficial del grupo fue el 2 de octubre de 1967, Mundstock, santafecino hijo de inmigrantes gallegos, llevaba un buen trecho divirtiendo a sus amigos y familia con sus humoradas y los matices de su voz de locutor. De hecho en 1961, con la biografía ficticia de un músico que hizo doblar de la risa a los suyos, Marcos Mundstock estaba siendo responsable, sin saberlo, del natalicio de un personaje que Les Luthiers ha hecho inmortal: el “célebre” compositor Johann Sebastian Mastropiero.
De ahí en más, el papel de Mundstock en el grupo estuvo más que claro: tenía que ser el presentador de cada obra, tanto en la escena como en los discos. Su presencia flemática, su tono solemne y su proclividad absoluta por romper la llamada cuarta pared, aquella que separa al artista y al público en plena escena, lo convirtieron en una leyenda. La sola mención suya a Mastropiero, o las tradicionales palabras “fuera de programa” al final de la pieza extra a petición del público, le eran retribuidas con aplausos y gritos a rabiar. Una vez concluida la rutina de la carpeta roja, podía competir en histrionismo con los propios Rabinovich y Núñez, dotados los tres de una chispa inenarrable.
Se sabía el menos músico del conjunto musical, y por eso se hacía notar en los textos introductorios, que él mismo escribía, y en los papeles más desmesurados. Marcos Mundstock fue villano deforme de “Kathy, la reina del salón”, detective en “Quién mató a Tom McCoffee”, veterano actor en “La hora de la nostalgia”, asesino sanguinario en “La hija de Escipión”, vampiro en “La redención del vampiro”, Aníbal el Insatisfecho en “Las majas del bergantín”, sabueso en busca de un compositor fugado en “El poeta y el eco”, predicador en “El sendero de Warren Sánchez”, contertulio de “Radio Tertulia” bajo el alter ego de Murena, y el tío Oblongo en “Cartas de color”, personaje que, encarnado por él, tan rubio y tan de ojos azules, hacía desternillar a la audiencia con la primera línea de la obra: “yo nací en el África, por eso mi piel es negra”.
Pero ojo: ¡Marcos Mundstock además fue Dios! Papel más que apropiado para su tono de voz patriarcal, en la ópera “Daniel y el Señor”. En ella, un atribulado Rabinovich, comandante en guerra, le pedía al Altísimo torcerse hacia su lado de su tropa. Poniendo en duda su ubicuidad, el militar blasfemaba: “Estás en todos lados… / ¿Y por qué en esta batalla / no estuviste con mis soldados?”, para recibir por respuesta: “Bueno… ¡no puedo estar en todos lados!”
Quienes le agradecemos el habernos hecho más felices en la vida –yo mismo tuve la oportunidad de decírselo a quemarropa en 2007, recibiendo de su parte, como buen neurasténico que era, un lacónico “gracias” – podríamos seguir levantando los brazos al cielo y clamar: “señor, por qué te lo llevaste”. Seguramente recibiríamos el eco de Marcos Mundstock en su papel de Dios, recordándonos: “Menos pregunto yo, y perdono”.
Texto de: Jaime Andrés Monsalve para Radio Nacional
Tomado de Radio Nacional
