Nueva guerra entre Disidencias de las Farc y el ELN por el control de la coca en el cañón del Micay

FECHA:

El recién creado Comando Coordinador de Occidente, que agrupa a tres columnas móviles y tres frentes de disidencias de las Farc, se enfrenta a fuego y sangre con el ELN por el control de la coca en el cañón del Micay.

Mientras Colombia experimenta un periodo de aislamiento social histórico, en las montañas del Cauca el ruido de los fusiles volvió a ser protagonista: dos columnas móviles y un frente de disidencias de las Farc pelean a muerte con la estructura José María Becerra del ELN por el control de rutas del narcotráfico en el sur del país. 

La disputa se centra en el cañón del Micay, una subregión del sur del departamento que comprende las áreas rurales de los municipios Argelia y El Tambo, ruta clave de salida terrestre hacia Guapi, Timbiquí y demás zonas del Pacífico caucano.

Allí, desde 2015, opera el ELN, tras la salida de la columna Jacobo Arenas de las Farc. Pero en los últimos meses arribó el frente disidente Carlos Patiño, ahora apoyado por las columnas móviles Dagoberto Ramos y Jaime Martínez, del norte del Cauca. A esta última la encabeza Jhoany Noscué, alias Mayimbú, sindicado de la masacre en que murieron la candidata liberal Karina García y seis personas más en Suárez.

Estas disidencias se unieron en un plan de unificación de las antiguas estructuras de las Farc en el Cauca bajo el recién creado Comando Coordinador de Occidente. Lo componen tres estructuras móviles: Jaime Martínez, Dagoberto Ramos y Franco Benavides, y tres frentes: Carlos Patiño, Ismael Ruiz y Rafael Aguilera.

Esa estructura criminal ya controla el comercio ilegal en Caloto, Miranda, Santander de Quilichao, Toribío y Corinto con la presencia de la columna Dagoberto Ramos, y del otro lado, Suárez, Buenos Aires, Timba, así como el área rural alta de Jamundí, Valle, con la Jaime Martínez.

En estos municipios siembran y producen marihuana tipo creepy que sacan al Pacífico por el Naya, una región del noroccidente del Cauca con caminos estrechos y difíciles de transitar. Por eso cobra importancia el cañón del Micay, que facilita el traslado de estupefacientes al mar, para luego comerciar con emisarios de carteles mexicanos instalados en esas zonas.

El frente Carlos Patiño viene desde el sur. Su operación –según inteligencia militar– estaba limitada hasta hace unos meses en la subregión nariñense de La Cordillera, que agrupa a los municipios Policarpa, Cumbitara, El Rosario, Leiva y Taminango. Entraron al Cauca por Balboa a plantarle cara al ELN, que controla la producción y tráfico de coca. La gran alianza de disidencias quiere quedarse con todo el negocio en ese departamento: la marihuana del norte y la coca del sur. 

El ELN ha dado los golpes más certeros, a pesar del ‘ejército’ de guerrilleros disidentes del norte y del sur. El 15 de abril, hombres de la José María Becerra asesinaron a ocho disidentes de la Dagoberto Ramos en una emboscada en zona rural de Argelia. Habían viajado desde Toribío para engrosar las filas exfarianas en el cañón del Micay.

En el ataque cayó alias Beto, un temido guerrillero que controlaba buena parte de Toribío. Sobre él recae la responsabilidad por la masacre de la gobernadora indígena Cristina Bautista y cinco comuneros más en el corregimiento de Tacueyó en octubre de 2019.

Para enterrar a Beto los disidentes paralizaron las vías y desde las montañas dispararon a las plazas principales, donde acampan efectivos del Ejército Nacional. Luego, en el cementerio de Tacueyó, hicieron disparos al aire y mostraron parte de su poderío, así como la presencia de menores en sus filas. Todo un despliegue de horror que quedó registrado en un video al que SEMANA tuvo acceso.

Precisamente entre los muertos del ataque en Argelia había dos menores. Los familiares reconocieron a una de ellas. Tenía 14 años y la reclutaron a la fuerza días antes de la marcha hacia el sur del departamento. “Era una niña, no tenía razón o conocimiento de que empuñar un arma no era lo correcto. Sus padres son muy pobres y eso lo aprovechó este grupo armado ilegal para llevársela a la fuerza”, contó un pariente.

Desde aquel 15 de abril, los enfrentamientos en Argelia y El Tambo no han cesado un solo día. La Defensoría del Pueblo cree que hay más muertos, pero en muchos casos sus propios compañeros entierran los cadáveres.

El territorio en el cañón de Micay ya está repartido: las disidencias tomaron posesión de los corregimientos Betania, Honduras y otras veredas de El Tambo. El ELN resiste en parte de San Juan del Micay y Argelia, último municipio del macizo antes de encontrarse con el Pacífico.

Jonathan Patiño, alcalde de Argelia, dice que los enfrentamientos se iniciaron a principios de marzo. En aquella ocasión llegaron 700 personas desplazadas al casco urbano. Con la amenaza del coronavirus hubo días de tregua, pero desde el asesinato de los ocho disidentes el número de desterrados volvió a crecer y muchos temen que haya comunidades enteras confinadas en zonas rurales apartadas. 

La comunidad ha quedado en medio de las balas. El 18 de abril, disidentes de la columna Carlos Patiño anunciaron una redada para atentar contra diez líderes sociales de consejos comunitarios y organizaciones campesinas del cañón del Micay.

Ese día en la tarde asesinaron en Betania a Teodomiro Sotelo, un reconocido dirigente campesino de la organización Afro Renacer y líder de procesos de sustitución de cultivos ilícitos. Lo mataron en la sala de su casa. Minutos más tarde asesinaron al comerciante Andrés Caicimance. Pistoleros registraron la vivienda en busca de su esposa, también líder social, y al no encontrarla lo balearon en el patio.

En la noche llegaron a los corregimientos de Honduras y San Juan del Micay para asesinar a los ocho líderes restantes, pero estos lograron escapar hacia la cima de un espeso bosque del cañón del Micay. Allí pasaron dos días hasta que la Defensoría gestionó con el Ejército una misión humanitaria para sacarlos en helicóptero. No pudieron hacerlo por tierra, porque la Carlos Patiño tenía bloqueados todos los pasos. 

El 22 de abril, líderes de la Guardia Cimarrona se reunieron en San Juan del Micay para analizar esta situación de violencia. Pero disidentes suspendieron el encuentro. Llegaron, intimidaron a los asistentes y asesinaron a Jesús Albeiro Riascos y a Andrés Sabino.

Culparon a los líderes asesinados del ataque del 15 abril. Para las disidencias, ellos entregaron información al ELN que terminó en la muerte de siete guerrilleros y del temido alias Beto. La orden es clara en El Tambo: nadie puede salir de su casa sin permiso de la columna Carlos Patiño. También advirtieron que sus tropas podrían utilizar ganado, fincas y otros cultivos como insumos para encarar la guerra con el ELN.

“En el cañón del Micay hay grandes cultivos de coca y por eso es un territorio estratégico y atractivo para estas estructuras criminales”, dice Jair Muñoz, defensor del Pueblo regional Cauca. “Pedimos una intervención militar y social urgente”, agrega. 

El Comando Coordinador de Occidente surgió a partir de la columna Jacobo Arenas de las Farc, una de las más reacias al proceso de paz de La Habana, Cuba. Incluso ninguno de los cabecillas de estas organizaciones participó en las negociaciones. 

Desde 2013 partieron cobijas y a partir de 2016 se reorganizaron en pequeñas estructuras. Primero tuvieron una disputa interna. Hasta el año pasado disidentes de las Farc combatieron entre sí para hacerse con territorios cocaleros. A principios de 2020 firmaron un pacto y crearon el Comando Coordinador de Occidente para recrear una línea de mando similar al secretariado de la otrora guerrilla.

El Comando de Occidente no comparte ideales con la autodenominada Organización Segunda Marquetalia, comandada por Iván Márquez, Jesús Santrich y alias el Paisa, a quienes consideran traidores.

Una fuente perteneciente a este naciente bloque guerrillero le contó a SEMANA que, una vez tomen por completo el Cauca, buscarán trasladar su operación a Putumayo y Guaviare para derrocar a Gentil Duarte y abrirse paso como el grupo criminal más grande y poderoso de Colombia. El conflicto y las tensiones aumentan.

Tomado de Revista Semana

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