Cuando acabó la Guerra de Secesión en 1865, en Estados Unidos fueron puestos en libertad, aproximadamente, cuatro millones de esclavos. Las historias de varios miles de ellos pasaron a las generaciones futuras a través del boca a boca, de los diarios personales, de las cartas enviadas a sus familiares o de las transcripciones de entrevistas realizadas a algunos de ellos. De hecho, en el último año se han descubierto las identidades de las que tres afroamericanas que más años vivieron tras llegar cautivas desde África a la ciudad de Mobile, en Alabama, a bordo del infame Clotilda del Clotilda, el último barco de esclavos conocido.
El barco llegó al puerto americano en julio de 1860, tan solo tres años antes de que la esclavitud fuera abolida con la Proclamación de Emancipación del presidente Abraham Lincoln. Sus nombres eran Redoshi, Sally Smith y Matilda McCrear. La identidad de esta última, fallecida en 1940 a los 82 años, la hemos conocido estos días a través de una investigación llevada a cabo por «National Geographic», que entrevistó a algunos descendientes todavía vivos de la antigua esclava, que le contaron los recuerdos que tenían de ella. Fue, hasta donde se conoce, la última superviviente del último barco de esclavos que llegó a Estados Unidos.
Más allá de estos datos, lo que resulta prácticamente imposible es encontrar testimonios de los antiguos esclavos contando las terribles condiciones de vida que soportaban o el trato que recibían de sus dueños. Las razones son obvias: en Estados Unidos, los linchamientos públicos a negros fue una práctica común desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado el XX. Los periódicos, incluso, citaban a sus lectores para que fuesen con sus familias a presenciar este inhumano espectáculo como si de teatro se tratara. El 23 de abril de 1899, por ejemplo, más de dos mil personas se reunieron en Newman, muchas llegadas desde Atlanta en un tren especial, para asistir a la ejecución pública e ilegal de Sam Hose, un negro de Georgia.
Solo 26 entrevistas a esclavos
Por eso razón, el documento que le mostramos a continuación, transcrito de un archivo sonoro de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, tiene un valor especial. No se había traducido nunca al español. Y hay que tener en cuenta que solo se han encontrado 26 entrevistas a antiguos esclavos grabadas en audio en la primera mitad del siglo XX, 23 de las cuales pertenecen a las colecciones del Centro de Vida Tradicional Americana de la mencionada biblioteca. La que transcribimos ahora en ABC fue realizada a Fountain Hughes en junio 1949, cuando tenía 101 años.
En la grabación recuerda su infancia como esclavo, la Guerra Civil americana y la vida en los Estados Unidos como afroamericano entre las décadas de 1860 y 1940. «En aquellos días, para algunos eras menos que un perro. No se te trataba tan bien como tratan a los perros hoy en día. Pero no me gustaría hablar de eso. Porque hace que la gente… hace que la gente se sienta mal, ¿sabes?. Uh, yo, yo podría decir un montón de cosas que no me gusta decir», comenta este hombre que nacido esclavo en 1848 en Charlottesville, Virginia. Fue liberado en 1865 y, en 1881, se mudó a Baltimore (Maryland). Sus abuelos y su madre fueron propiedad del presidente Thomas Jefferson hasta el momento de su muerte.
La entrevista se realizó como parte del Proyecto Federal de Escritores, que comienza con la pertinente presentación: «Mi nombre es Fountain Hughes, nací en Charlottesville. Mis abuelos pertenecieron a Thomas Jefferson. Mi abuelo tenía 115 años cuando murió. Ahora yo tengo 101 años». Hasta donde han podido averiguar algunos investigadores, sus respuestas solo se han publicado en un periódico estadounidense cinco años antes de su muerte.
La entrevista
¿Para quién trabajó Fountain cuando…?
¿Para quién trabajé?
Sí.
¿Quieres decir cuando era esclavo?
Sí, cuando era esclavo. ¿Para quién trabajaba?
Bueno, yo pertenecía a Burness [el nombre no suena muy claro en la grabación]. Mi madre pertenecía también a Burness. Mis hermanos y yo éramos todos niños esclavos. Pertenecíamos a diferentes personas [dice otros nombres que no se entienden], pero cuando descubrimos que éramos libres, huimos. No quisimos quedarnos más con ellos. Simplemente nos fuimos y nos quedamos donde pudimos. No acostábamos por la noche en cualquier lugar…. No teníamos hogar, ya sabes. No acababan de convertir en un un montón de ganado. Después de la libertad, las personas de color no teníamos nada. Aunque tampoco teníamos camas cuando éramos esclavos, siempre dormíamos en el suelo, como la gente salvaje. Tampoco sabíamos nada, ya que nuestros dueños no nos permitían leer ningún libro. Es cierto que había algunas personas de color que habían nacido libres y que tenían un poco de educación, pero había muy pocos de ellos donde yo vivía. Y la mayoría de ellos, además, estaban en la cárcel con alguna sentencia. Si aún fuera esclavo, no podría ir desde aquí al otro lado de la calle o pasar por la casa de nadie sin tener una nota o permiso de mi dueño. Y si tuviera ese pase, solo podría ir a donde me enviara. Y tendría que volver en seguida… ya sabes. Cuando alguien me enviaba a algo, en el destino me daban otro pase que yo tenía que traer de vuelta para mostrar cuánto tiempo había estado fuera. No podíamos salir y quedarnos una o dos horas por ahí. No podía alejarme como hace la gente ahora. Éramos esclavos y pertenecíamos a otras personas. Nos vendían como venden caballos, vacas, cerdos y todo eso. Te ponían en un banco de subastas y ofertaban como a ganado.
¿Fue en Charlotte donde fue esclavo?
Fue en Charlottesville, sí. Allí vendían mujeres y hombres. Si alguien poseía a alguno malo y no quería golpearlo, lo vendía a los que llamaban comerciantes negros. Estos se iban al sur con él y lo vendían allí también. Si eras bueno, no te vendían. Había una venta todos los meses, ya sabes, en el juzgado. allí te vendían y obtenían 100, 200 o 500 dólares.
¿Alguna vez le vendieron a otra persona?
No, nunca me vendieron.
¿Siempre se quedó con el mismo dueño?
Yo era demasiado joven como para que me vendieran [cuando se abolió la esclavitud tenía 15 años].
¡Oh, ya veo!
Mira, no fui lo suficientemente mayor cuando comenzó la Guerra de Secesión [en 1861] como para que me vendieran al Ejército y luchar. Mi padre, en cambio, fue asesinado en el Ejército, ya sabe. Así que nos dejó solos siendo muy niños para vivir de lo que la gente nos diera. Yo trabajaba [como trabajador en condiciones de servidumbre] por un dólar al mes y mi madre cogía todo ese dinero. Los niños no podíamos gastar dinero y los hombres jóvenes, tampoco, hasta que no tenían 21 años. No podía gastar ni 10 centavos si alguien me los daba, porque dirían: “Los habrá robado”. Cuando cumplías 21, ya sí que podías. No podías hacer algo, alejarte y luego decir: “No lo hice”. Tenías que rendir cuentas por todo. Cuando nos liberaron y nos convirtieron en ganado, no teníamos a dónde ir y no sabíamos nada de la vida. No había escuelas para nosotros. Mi padre estaba muerto y mi madre vivía, pero tenía otros cuatro niños pequeños. Tuvo que ponerlos a trabajar a todos. Estamos peor de lo que los perros están ahora. Los perros viven ahora mejor de lo que vivíamos nosotros entonces. Recuerdo una noche en la que estaba con mi hermano por la noche y no sabíamos qué hacer. Nos habíamos alejado mucho de dónde pertenecíamos y teníamos miedo de andar por ahí a esas horas o regresar, así que nos metimos debajo de un coche que estaba en un establo a dormir hasta la mañana siguiente. Y, antes de que la gente se levantara, regresamos. Cuando éramos esclavos no podíamos hacer eso. Y cuando nos liberaron, no sabíamos qué hacer con nuestras vidas y con ese dólar que cobrábamos. Los hombres solían trabajar por 10 dólares al mes, unos 120 dólares al año. Hoy en día, ningún hombre trabaja ni por 50 dólares al mes.
Ahora es más como 150 dólares a la semana.
¡Exacto! Nosotros no teníamos casa ni propiedad alguna. No teníamos nada de nada. Éramos ganado. Mi familia ha sido esclava toda la vida. Mi madre, mi padre, mi hermana… todos. Si te digo la verdad, no sé cómo estoy vivo. Nadie de la gente que he conocido en mi vida viva todavía. Estoy agradecido al Señor. Cuando no era más que un perro… bueno, no me gusta hablar de eso, porque la gente se sienta mal, ya sabes. Podría decir mucho, pero no quiero. No diré nada más […]. ¡Oh, lo pasamos muy mal! Las personas de color que hoy son libres deberían estar muy agradecidas. Parece que algunos de ellos preferirían ser esclavos.
¿Qué preferiría ser usted?
¿Yo? ¿Que qué preferiría ser? ¿Sabes lo que preferiría hacer? Alguna vez he pensado que volvería a ser esclavo y que, si eso pasaba, ¡cogería un arma y terminaría de inmediato con todo! Porque como esclavo no eres más que un perro. La noche nunca llegaba sin que tuvieras nada que hacer. Si querían que cortases o colgases tabaco toda la noche, lo cortabas y los colgabas. No importaba tu cansancio.
Tomado de ABC España