41 detonaciones de proyectiles nueve milímetros fueron necesarias para que cuatro policías del Bronx reprimieran la imaginaria amenaza que representaba el inerme joven inmigrante y afrodescendiente Amadou Diallo, al que, “por fortuna” solo impactaron 19 balazos que le provocaron el sueño eterno de manera inmediata y lo despertaron estrepitosamente del sueño americano.
Aquel muchacho era oriundo de Guinea en el continente africano, con el sacrificio de su madre, logró llegar a los EE. UU. para laborar y estudiar sistemas en la Universidad, se le reconoció como una persona amable, trabajadora y con un deseo insuperable de crecimiento.
Los hechos que rodearon esta lamentable muerte el día 4 de febrero de 1999 son un referente mundial de segregación racial y brutalidad policíaca, pues el color de piel de Amadou generó el absurdo temor de sus agresores y la desproporcionada reacción de los agentes vestidos de civil que hacían parte de la unidad de crímenes callejeros de Nueva York.
El juicio en contra de los gendarmes fue toda una bomba mediática que despertó sentimientos de solidaridad por la familia en luto, pero también por los acusados a quienes muchos increíblemente justificaron. La amplia difusión del caso motivó un cambio de radicación del juzgamiento, para evitar la influencia indebida de los jurados por el criterio de las masas. De la corte del Bronx pasó a la de Albany.
Dos cargos, elevó la Fiscalía, asesinato en segundo grado y conducta temeraria, los imputados subieron al estrado y explicaron su versión con lágrimas, lo creyeron armado, estaba oscuro, él metió la mano en la chaqueta, en fin, convencieron a tal punto que el jurado, contra todo pronóstico, los absolvió el 25 de febrero de 2000.
Posteriormente los familiares del exánime demandaron civilmente a la ciudad y aceptaron un acuerdo de 3 millones de dólares, que se usaron para campañas antidiscriminación, estimular y patrocinar el estudio de las clases desfavorecidas.
Conocí de esta triste historia gracias a un documental de Netflix, “los juicios mediáticos”, fue impactante. Desde mi área de formación entiendo esa absolución, pero no la comparto, me pareció un despropósito, no veo justificación alguna a la prevención racista y mucho menos a una fuerza tan inmensamente exagerada. Resultó culpable la víctima, absurdamente, por su raza. Hoy en día aún persisten segregacionista a quienes, como dijo Michelle Obama, les tocó lidiar años después con el hecho de que una familia negra se hospedara en la casa blanca.
Paradójicamente recuperan vigencia las palabras de Luther King, ultimado por parecidas razones muchos años antes -1968-: “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes” aquel ilustre luchador también gritaba a boca llena: “No soy negro, soy hombre”.
Por Enrique del Río González
Tomado de El Universal