La gestión de la emergencia sanitaria del covid-19 en Colombia va camino de parecerse a una montaña rusa. Y si bien aún no lo es desde el punto de vista estadístico, la incertidumbre arroja un panorama todavía desconocido al que las autoridades tratan de adaptarse sobre la marcha. El país fue uno de los primeros de la región, en la segunda quincena de marzo, en cerrar sus fronteras y en declarar estrictas medidas de confinamiento. Los contagios crecieron a un ritmo paulatino, aunque superan ya los 90.000, y, con algo más de 3.100 fallecimientos, la tasa de mortalidad se ha mantenido por debajo de la de los países vecinos. En mayo se instaló un debate sobre la reactivación económica, protagonizado por el Gobierno de Iván Duque y las autoridades locales, con la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, a la cabeza. Reabrieron algunos sectores hasta que el pasado fin de semana la declaración de una jornada sin IVA provocó decenas de aglomeraciones en establecimientos comerciales. El presidente mantiene que no existe un dilema entre salud y economía, al considerarlas interdependientes, pero el propio Ejecutivo se vio obligado a lanzar una advertencia: no hay que bajar la guardia ante un repunte. Mientras tanto, la regidora de la capital ha solicitado volver a una cuarentena estricta. Colombia se asoma a un abismo.
Fue a las dos o tres semanas de la primera muerte que las trayectorias de los países empezaron a diferenciarse en Latinoamérica. Brasil sobre todo, pero también Ecuador, México y Perú emprendieron curvas de alta aceleración hacia las que se miraba con alivio desde Argentina, Bolivia, Chile o Colombia. Sin embargo, el virus ha demostrado una persistencia sorprendente en casi todos los países. En Colombia se observa cómo una cuarentena temprana, que probablemente sirvió para reducir el contagio a ritmos manejables, no fue suficiente para suprimir la transmisión comunitaria. Brotes localizados (en la amazónica Leticia primero, en una cárcel de Villavicencio a la vez, y ahora en áreas metropolitanas de la costa Caribe) se unen a una difusión constante en Bogotá y Cali (también en Medellín, aunque en menor medida) para pintar una curva de muertes acumuladas que ha adquirido una cierta velocidad en las últimas semanas, movido sobre todo por los números en las áreas metropolitanas de Barranquilla, Cartagena de Indias y la propia capital.
Es este crecimiento sin pausa lo que mantiene en vilo a Colombia. El pasado jueves 25 la publicación de unos datos oficiales proporcionaba un espejismo de alivio: la estadística de muertes en el país hasta mayo de 2020, comparada con años anteriores. Este exceso de mortalidad agregada ha servido en otros países para detectar brotes que pasaban desapercibidos a la escasa capacidad de ejecución de pruebas diagnósticas (por ejemplo, Ecuador en marzo y abril, o en Perú). Pero esta imagen positiva que ofrece la cifra adelantada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) es solo una foto del pasado, y es desde junio que la epidemia parece ganar ritmo. Justo cuando, tras un largo encierro, las expectativas de muchos colombianos son las de un relajamiento de las restricciones como ha sucedido en las últimas semanas en Europa, donde el virus comenzó a propagarse con fuerza antes que en América Latina.
Es, además, una foto imperfecta, que puede empeorar si cambiamos el punto de comparación: para los tres primeros meses de 2020, el exceso llegaba a 989 según el propio DANE. Juan Daniel Oviedo, director de la entidad, avisó de que los registros de mortalidad tendían a variar al alza a medida que se añadían nuevos casos y se completaban los procesos de calidad propios de una estadística tan compleja (ofreció la cifra de referencia del 8% basada en experiencias pasadas).
Aún más llamativa y preocupante es la tendencia que ofrecía la gráfica que el propio funcionario mostró en su presentación, y que incluía los datos de mortalidad no sólo para mayo sino también hasta la primera semana de junio. En ese punto, el avance de la cifra se volvía brusco, sobrepasando todos los valores para la misma semana en años anteriores. Esta advertencia se recogía en un informe con fecha de 23 de junio publicado por el propio Ministerio de Salud. En dicho texto figura también una ilustración de potencial de casos sospechosos, no confirmados, de covid-19 en el país: la gráfica, sin aportar datos específicos, sugiere un volumen considerable de sub-registro desde mediados de abril, momento en que la capacidad diagnóstica del país sufrió más ante la falla de una de las máquinas que automatizaban el proceso y el crecimiento de focos específicos en el sureste amazónico. Todo ello aconseja atención y análisis detenido porque los datos de exceso de mortalidad rara vez hablan por sí mismos.
De hecho, y como apunte paradójico, vale la pena reseñar que la temprana cuarentena en Colombia no solo parece haber salvado vidas por el virus, sino también por otras causas externas: “violentas” en la terminología del DANE, pero incluyen desde accidentes hasta homicidios, hasta 2.300 menos en los cinco primeros meses del año que en los dos anteriores.
Ese es un dato de por sí significativo en un país que acaba de salir de un conflicto armado y acostumbrado a convivir con la violencia. El Gobierno asegura que si no se produce una inversión de tendencia, este año Colombia registrará la tasa de homicidios más baja desde 1974. Sin embargo, todos los esfuerzos están concentrados en contener, a mediano plazo, el exceso de muertes por coronavirus. Y de ahí la zozobra de las autoridades en los protocolos de reactivación y confinamiento, que líderes de la oposición como Claudia López piden revisar. No sucede solo en Colombia, aunque la carga de incógnitas de la pandemia requiere dirigir mensajes claros a la población, sobre todo cuando la subsistencia de millones de personas depende de la economía Bl, estrictamente vinculada a la reapertura. El Ministerio de Salud tuvo que advertir este domingo a través de las redes sociales de que “abrir establecimientos comerciales y recuperar vida productiva no significa que el coronavirus ya no sea una amenaza para la salud”. “¡Esto no es así! El virus sigue circulando y por eso hay que extremar las medidas de prevención para evitar la covid-19.
Capacidades nuevas, pero desiguales
En cualquier caso, una explicación parcial al aumento de casos en las últimas semanas tiene que ver con la mejora en la capacidad de testeo del país. Colombia ya es el tercero de la región (contando solo aquellos para los que disponemos de datos fiables) en pruebas diagnósticas per capita, y su progresión estos tres meses ha sido nítidamente positiva. Como resultado, es muy probable que el país vea ahora una porción mayor de la epidemia de la que observaba al principio.
Lo reconoció el propio Duque hace semanas en conversación con el diario El País de España: “En la medida que se hace más pruebas siempre van a aparecer más casos, pero lo que es interesante es la positividad”. Y es que la epidemia real crece independientemente de la mejora en la calidad de los datos. Además, en tanto que su avance es regionalmente desigual, la capacidad asimétrica en diagnóstico impide una visión pareja. La estrategia seguida por el Instituto Nacional de Salud de aplicar tests allá donde se detectan núcleos o “conglomerados” de contagio alivia un poco la enorme desigualdad territorial que aqueja al sistema de salud colombiano, pero no lo elimina.
El mayor riesgo de la epidemia en Colombia siempre ha sido su impacto sobre un sistema de cobertura sanitaria enormemente desigual, que en el fondo es uno de los reflejos de la histórica brecha entre campo y ciudad. Los brotes localizados, particularmente en el sur amazónico o de la costa del Pacífico, así lo han atestiguado desde un primer momento. Primero fue el Amazonas, que como en Colombia también en los territorios de Brasil o Perú es una región especialmente vulnerable. Las comunidades indígenas lanzaron ya a finales de abril su grito de auxilio ante la indefensión que sentían por el avance del virus. Y ahora, mientras el Gobierno se prepara para reabrir las playas, aun estableciendo aforo limitado, la ciudad de Barranquilla, la cuarta urbe más poblada del país, se ha perfilado en las últimas semanas como uno de los nuevos focos de contagio. En esa región las autoridades ya han intervenido en decenas de ocasiones para disolver aglomeraciones y fiestas que multiplicaban el riesgo de propagación.
Recientemente, el Ministerio de Salud comenzó a ofrecer datos de la cantidad y grado de ocupación de camas de cuidados intensivos en cada región administrativa o departamento de Colombia. La epidemióloga Silvana Bedoya Zapata ha estado recogiendo cada actualización oficial tanto del número de plazas como del porcentaje de ocupación, lo que nos permite dibujar un mapa tanto de la situación a día de hoy como de su evolución en la última semana y media.
Las cifras para Putumayo, con todas sus (apenas diez) UCI ocupadas, y para Bolívar, cuya capital es la turística (pero también símbolo de desigualdad) Cartagena de Indias, destacan como particularmente preocupantes. Ello a pesar de la ampliación de capacidad en este último departamento, ampliación que probablemente ha contribuido a descender los niveles en otros lugares.
El Gobierno asegura que Colombia uno de los países en América Latina con más UCI por cada 100.000 habitantes y minimiza el impacto en las regiones más vulnerables. Hasta mediados de junio se repartieron en el territorio 92 respiradores entre Leticia, capital del Amazonas, Tumaco, en Nariño, en el litoral del Pacífico, en Buenaventura, o en el Chocó. En Cartagena se instalaron 29 y en Barranquilla ha comenzado la instalación de otros 49. Sin embargo, la alcaldesa de Bogotá le reclama a día de hoy al Ministerio 300 ventiladores que le fueron prometidos a la ciudad, aunque afirma en un trino del pasado 27 de junio que “no es por falta de voluntad sino por dificultades internacionales que no han podido cumplir”. Proyecciones epidemiológicas desde organismos oficiales encontraron al inicio de la epidemia que para enfrentar una ola de contagio incontrolado la ampliación necesaria de cuidados intensivos adquiriría volúmenes inalcanzables en la práctica, además del coste humano que ello implicaría aún con toda la capacidad instalada. Es por ello que preocupa particularmente un escenario de retorno a la rutina.
“Claramente estamos en una parte ascendente de la curva, no solo por aumento del número de casos sino también de muertes. La ocupación de hospitalización y UCI aumenta también. Es necesario evaluar en qué departamentos o regiones hay potencial riesgo de colapso del sistema hospitalario”, evalúa la epidemióloga Zulma Cucunubá. “Allí, es urgente tomar medidas más efectivas y muy especialmente incrementar las medidas de protección al personal en salud”. La investigadora del Centro para el Análisis Global de las Enfermedades Infecciosas en el Imperial College de Londres añade: “Más allá de lo urgente, hay que evaluar si la estrategia actual de mitigación es la más adecuada para el resto del año o si hay que cambiar”.
¿Vuelta a la normalidad?
Bogotá fue la primera ciudad del país en confinarse, a través de un simulacro preventivo, y ahora ya ha ensayado un regreso a una nueva suerte de normalidad, pero a ese intento se sumó el llamado día sin IVA impulsado por el Gobierno, lo que derivó en un caótico fin de semana, que además coincidía con la celebración del Día del Padre. Los incentivos al consumo rompieron, en ocasiones, los protocolos de distanciamiento y seguridad. El plan de Duque consiste en fomentar la productividad sin que eso afecte especialmente a la vida social. Sin embargo, esos equilibrios no solo son inexplorados, sino que la vuelta a la normalidad lleva más tiempo de lo que sugiere el ritmo de las medidas. En particular, la cantidad de gente que ha ido regresando a sus lugares de trabajo no ha parado de crecer desde que encontró su mínimo a finales de marzo, según los datos que recoge Google semana a semana.
Es precisamente la motivación laboral la que está moviendo a más gente fuera de sus casas, hasta el punto de que ya solo un tercio de los viajes que se hacían antes de la pandemia por motivos de trabajo se están dejando de hacer. Con esta movilidad de dos tercios, vale la pena preguntarse si hay algún factor que determina quién vuelve a las calles o, como es el caso de una ciudad tan extensa como la capital colombiana, al transporte público. Transmilenio es el sistema de autobús con plataforma reservada que en tiempos normales moviliza a millones de personas en Bogotá, que no tiene una red de subterráneo. En esta época de pandemia, según datos de la propia empresa gestora compilados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), son las personas de menos recursos las que están volviendo a utilizar Transmilenio con mayor frecuencia. Esto es, normalmente las que se mueven del sur al norte de la capital para acudir a sus lugares de trabajo. Si para aquellos que acceden al sistema con la tarifa normal los viajes agregados a mediados de junio aún eran un 75% menos que antes de la pandemia, para quienes compran billete con descuento por pertenecer al Sistema Nacional de ayudas y beneficios para los hogares de bajos ingresos (Sisbén) la cifra apenas llega al 60%.
Con estas premisas, la única certeza hoy en Colombia es que el pico de la pandemia aún no ha llegado al igual que en el resto de América Latina, y que -si el Gobierno y las autoridades locales no toman las medidas oportunas- coincidirá con una mayor exposición de amplios sectores de la población al virus justo en el momento de máxima expansión. Ese escenario no deja de ser paradójico, ya que el país andino fue uno de los que más apostó por la protección preventiva cuando la covid-19 estaba desbocada en Europa, sobre todo en Italia y en España, y su propagación aún no era tan preocupante al otro lado del Atlántico. El Gobierno ha evitado establecer comparaciones con otros países de la región para no convertir la respuesta ante la pandemia en una competencia. Sin embargo, siempre ha exhibido los logros y los esfuerzos realizados y el propio presidente ha conducido un programa de televisión, cada tarde desde finales de marzo, para comunicar los últimos datos y explicar las medidas adoptadas. Él mismo siempre ha admitido que nadie sabe cuándo remitirá. El horizonte es, cuando según el cálculo de la Universidad Johns Hopkins el mundo ha alcanzado los 10 millones de contagios impulsados en la última etapa por las curvas de Estados Unidos y Brasil, un abismo desconocido.
Tomado de El País de España