En video | Una vida en el corredor de la muerte de Pakistán

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Mianwal (Pakistán), 6 agosto.- Condenado a la horca cuando era menor de edad, Mohamed Iqbal ha pasado más de la mitad de su vida -21 años- en el corredor de la muerte. Su ejecución se paralizó horas antes y ahora se enfrenta a un incierto futuro como un hombre libre en un mundo nuevo, en un caso que ilustra las deficiencias del sistema judicial de Pakistán.

«Di por hecho que solo saldría de prisión muerto. Mentalmente ya había muerto», cuenta a Efe en el pueblo de Mianwal Ranjha (este), en la casa familiar que vio por última vez a los 17 años en 1998, antes de que la Policía le arrestase por un asesinato que asegura que no cometió. Ahora tiene 38.

Mohamed Iqbal, junto a los campos de arroz de su familia el pasado 29 de julio. EFE/ Jaime Leon

Afirma que confesó el asesinato tras ocho días de «horribles» torturas y fue condenado a muerte en 1999 por un delito que cometió siendo menor de edad.

Pakistán aprobó una ley que prohibió la pena de muerte para menores en 2000, pero esa nueva legislación no sacó a Iqbal del corredor de la muerte a pesar de que una prueba de la edad ósea determinó que tenía menos de 18 años.

Malvivió en celdas de 2,5 por 3 metros diseñadas para un preso pero que llegaban a alojar a siete, y en la que solo podían dormir en el suelo tres personas a la vez, por turnos. La comida estaba llena de gusanos y las mantas de insectos, recuerda.

En junio de 2020, un tribunal conmutó finalmente su pena de muerte por cadena perpetua, aceptando finalmente que era menor cuando cometió el delito.

La cadena perpetua en Pakistán suponen 25 años de prisión, pero tras cumplir un mínimo de 15 los presos pueden ser liberados por buen comportamiento. El juez determinó que, tras 21 años, Iqbal ya había cumplido su pena.

Se enteró de que sería liberado por una noticia breve en un diario que le pasó un compañero de la cárcel. El 30 de junio salió de prisión tras 21 años.

«Fue el momento más feliz de mi vida. Podía andar todo lo que quisiera».

LA EJECUCIÓN

El peor fue cuando las autoridades emitieron la orden de su ejecución, en 2016.

Tras perder numerosas apelaciones, después de que los tribunales rechazasen que era menor de edad reiteradamente y la negativa del presidente del país a su petición de clemencia, Iqbal iba a ser ahorcado.

Un día antes de su ejecución se despidió de los suyos. Unos 40 familiares fueron a la prisión para el último adiós, en un encuentro de 30 minutos sin contacto físico.

«Quería morir y librar a mi familia de mí. Habían gastado muchísimo dinero en mi caso. En la cárcel no estás solo, tu familia está contigo», asegura.

Mohamed Iqbal en el patio de su casa junto con varios familiares, el pasado 29 de julio. EFE/JAIME LEÓN

Ese mismo día, pasó por el procedimiento previo a la ejecución: le pesaron y midieron, además de tomar medidas de su cuello para la soga.

«La soga depende del peso y el cuello. Si pesas poco, entonces te atan sacos de arena en los pies para aumentar el peso y que la soga te rompa el cuello al caer», cuenta Iqbal, que gesticula con las manos para explicar el procedimiento.

Pero 11 horas antes de la ejecución, el proceso se paralizó.

«Me sentí renacer. Mentalmente ya había muerto», afirma.

La interrupción de su proceso de muerte se produjo porque el Tribunal Supremo admitió estudiar una vez más si era menor de edad cuando cometió el delito. La apelación fue desestimada nuevamente, sin embargo, ganó algo de tiempo.

Entonces, la ONG Proyecto de Justicia de Pakistán (JPP) comenzó a trabajar en su caso, y presentó nuevas apelaciones, que cuatro años más tarde llevarían a su liberación.

«Su caso es un reflejo del sistema judicial del país. Pero este veredicto nos da esperanzas de que las cosas están cambiando», dijo a Efe el portavoz de JPP, Ali Haider Habib.

Al menos seis presos condenados por crímenes que cometieron siendo menores fueron ahorcados en 2015 y 2016, según datos de JPP.

Haider indicó que otros dos menores están en el corredor de la muerte en el país, donde 4.225 personas están condenadas a la pena capital, lo que convierte a Pakistán en uno de los países con el mayor número de personas sentenciadas a la horca.

LA PENA DE MUERTE

Los 21 años de Iqbal en el corredor suponen un repaso por la historia reciente de la pena de muerte en el país.

En 2008, el Gobierno impuso una moratoria sobre la pena capital, una noticia que fue recibida con alegría en las prisiones, según Iqbal.

Pero en 2014, tras un ataque talibán contra un colegio en Peshawar (noroeste) en el que 125 niños fueron asesinados, el Ejecutivo reanudó las ejecuciones, una decisión que fue «como el día del juicio final» en la cárcel de Iqbal, donde, cuenta, la enfermería se llenó de condenados a muerte con crisis nerviosas.

Pakistán comenzó a ejecutar a un rápido ritmo, con 333 ahorcamientos solo en 2015. Más tarde ralentizó las ejecuciones. Desde el levantamiento de la moratoria, 515 personas han sido ejecutadas en el país asiático, 14 de ellas en 2019.

Así, en los últimos años Pakistán se ha convertido es uno de los líderes mundiales en número de condenas a muerte, con una casi a diario, y ejecuciones.

Una de cada siete sentencias capitales del mundo se dan en un tribunal del país, y uno de cada ocho ejecutados es paquistaní, según un estudio de 2018 de JPP.

El alto número de sentencias a muerte y ejecuciones ha provocado críticas de organizaciones de derechos humanos.

Amnistía Internacional considera que Pakistán viola el derecho y las normas internacionales en su aplicación de las condenas a la horca, mientras que grupos locales critican el sistema policial y judicial paquistaní por ser poco eficaces, lo que deviene en sentencias injustas.

La ineficacia del sistema judicial paquistaní quedó de manifiesto en 2016 cuando el Tribunal Supremo absolvió a los hermanos Ghulam Qadir y Ghulam Sarwar de asesinato, para descubrir que habían sido ejecutados meses antes.

Al menos 10 amigos de Iqbal en prisión fueron ejecutados.

EL FUTURO

Iqbal aún se está acostumbrando a su nueva vida en su pueblo, que no reconoció a su regreso.

Está aprendiendo a conducir una moto y a usar un tractor. Mira el teléfono inteligente con entusiasmo: «No había teléfonos así antes», dice.

Le gustaría casarse y tener su propia familia. Quizás irse de Pakistán en busca de una vida mejor ya que los modestos campos de arroz de los que vive su familia no dan para mucho.

De momento, se concentra en disfrutar de su recién estrenada libertad.

«En la primera noche (libre) dormí en el patio y vi las estrellas por primera vez en 21 años. Pasé casi toda la noche mirando el cielo y pensando qué valiosa es la libertad», recuerda con una enorme sonrisa.

Jaime León

EFE

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