Anderson no tuvo un país que protestara por su crimen: relato de unas horas agónicas

FECHA:

*Por: José Guarnizo
Después de la golpiza que un policía le asestó en la puerta de su propia casa, Anderson Arboleda se recostó en la cama. Y lloró. Decía que le dolía la cabeza. Su abuela, doña Socorro, fue hasta la cocina a tibiar agua con vinagre para ponerle unas compresas en la frente. Anderson se levantó, intentó sentarse, se tomó una pastilla, volvió a la cama, se durmió hasta el otro día. Y no se despertó nunca más.

—Estaba como tieso, llamé a mi hermana para que lo lleváramos a urgencias. En el hospital lo atendieron y de una vez lo remitieron a Cali, a la Clínica Valle de Lili— recuerda Magaly, su tía.

Anderson, un joven negro de 19 años, -porque es relevante decirlo-, murió en el hospital. Tenía fractura craneoencefálica como consecuencia de los bolillazos que recibió de dos agentes de la policía de Puerto Tejada, Cauca. La sangre había corrido internamente, lo que devino en una muerte cerebral, y horas después en el fallecimiento, dice en su historia clínica. Muerte violenta, un homicidio.

Aquel 20 de mayo, nadie -aparte de su círculo personal en Minneapolis, Minnesota, Estados Unidos-, sabía quién era George Floyd. Muchos habrán creído que fue primero el asesinato de Floyd y luego el de Anderson. Fue al revés. El crimen que despertó la solidaridad del mundo entero ocurrió el 25, fecha en la que en ese país comenzaron unas protestas sin precedentes en los últimos tiempos: la gente se llenó de rabia, y salió a gritar en contra del racismo, tan estructural, tan cotidiano, tan invisible.

El sepelio de Anderson fue mucho menos multitudinario. Aún así, sus amigos de toda la vida y familiares del barrio Santa Elena hicieron carteleras en cartulina, estamparon camisetas y pidieron al viento que se hiciera justicia. Hubo banderitas blancas y bombas como de fiesta. En un enorme bafle hicieron sonar las canciones de reguetón que tanto le gustaban a Anderson. En Puerto Tejada hubo bulla y mucho llanto. El ataúd permaneció abierto varias horas en la sala de la casa. A Anderson lo vistieron de blanco. La Policía no pidió perdón. Ni se asomó por allá. Ninguna autoridad se hizo presente.

En el funeral solo estuvo un reportero cubriendo la noticia. El periodista de Noti-Puerto Tejada fue hasta esa casa, confiesa ahora, porque un amigo le dijo que si le hacía el favor de hacer el registro de una muerte para dejar constancia, para que no quedara impune.

—¿Qué mensaje le quiere mandar a la Policía?— le preguntó en cámara el periodista a María Lady Montaño, otra tía de Anderson.

Ella, con la mano derecha puesta sobre el cristal del féretro, le contestó:

—Que a los jóvenes les llamen la atención si no están en su casa, pero que no los agredan. Si les pueden hacer un comparendo, pues que se los hagan, pero que no los maten, gracias— clamó.

Que no los maten, dijo mirando el ataúd con expresión nostálgica, como si la embargara más la resignación que la rabia.

¿Qué pasó esa noche? ¿Cómo fue el ataque de los policías?

El 19 de mayo, a eso de las 10:30 de la noche, Anderson estaba en la calle con su hermano Jáider, de 16. Se separaron y se despidieron cuando llegó una patrulla motorizada con dos agentes de la policía a bordo. Le reclamaron a Anderson estar afuera a esa hora. Él alcanzó a correr hasta la casa y tocar la puerta, gritó que le abrieran. Magaly, su tía, estaba en la cama. Doña Socorro fue la primera en intentar pararse. Su esposo, Francisco Antonio González, de 71 años, se quedó a la espera.

Hubo una discusión. Magaly dice que Anderson no se quedó callado. Y que intentó entrar cuando el forcejeo se tornó agresivo. Cuando ella se asomó por la ventana vio el momento en que uno de los policías le lanzó dos bolillazos en la cabeza a su sobrino. La abuela abrió la puerta e intentó interponerse para que no lo golpearan más. Magaly dice haber visto cuando el segundo patrullero le lanzó a Anderson un bolillazo aún más fuerte en la cabeza.

—Desde la ventana yo metí la mano, luego vi que echaron gas pimienta. Anderson se puso a llorar en el piso, ‘¡mis ojos, mami, mis ojos!’, gritaba—.

Los policías se fueron. Se los tragó la noche como en un patrullaje de rutina.

Anderson se paró luego por sus propios medios y corrió para la sala, llorando. Francisco, que sufre de presión alta, se mareó, experimentó dolor de cabeza y vomitó por los gases que flotaban por toda la casa.

—Quedamos muy afectados por el gas, yo no podía ni hablar— continúa Magaly.

Eran como las 11:00 de la noche cuando Claudia Jimena Arboleda llegó corriendo a la casa y vio a su hijo Anderson quejándose.

Ella y Magaly se fueron para la estación de policía a hacer el reclamo.

Según el testimonio de Claudia Jimena, el comandante encargado dijo no poder hacer salir en ese momento a los dos agentes involucrados porque, argumentó, sería para problemas, se generarían confrontaciones. Las dos mujeres tuvieron que devolverse para la casa sin nada más que la frustración a cuestas.

Néstor Fabio Viáfara es un líder y defensor de derechos humanos en Puerto Tejada y vecino de la familia de Anderson. Dice que no es la primera vez que la policía de ese municipio agrede a jóvenes del barrio. “Ha pasado muchas veces, es una constante. Lo hemos denunciado. Yo conocía a Anderson, era un muchacho sano, se lo pasaba en la calle, le gustaba cantar su salsa y su reguetón, pero no era un muchacho malo, aquí todos lo conocíamos”.

Uno de esos hechos de los que habla Viáfara ocurrió el 20 de abril de este año a la 1:00 de la mañana. Ese día Fanner García Palomino, de 22 años, fue asesinado de dos disparos que, según su familia, provinieron de la pistola de un policía. El testimonio se lo contó a Vorágine María Joveisa García Palomino, la mamá del joven.

Fanner vivía con su mujer en el barrio La Cabaña, no muy lejos de donde queda la casa de Anderson. Afuera había un enfrentamiento entre pandillas. Según María Joveisa, la cuadra se llenó de gases lacrimógenos que entraron hasta las viviendas. Fanner se levantó y salió a la calle. Estaba sin camisa, en pantaloneta. Al momento se escucharon dos disparos. Fanner cayó de bruces. Murió en el instante.

María Joveisa puso la denuncia en la Fiscalía. Aunque ya la han citado dos veces, han cancelado las diligencias, por lo que no ha podido ampliar su testimonio. Fanner, que había cumplido años el 7 de abril pasado, entrenaba fútbol en Cali. Era arquero de Ideas Fútbol Club. El balón era su oficio, su pasión, su esperanza de triunfar, de salir de Puerto Tejada.

En Colombia no hubo revuelo por ninguna de esas dos muertes. Las dos historias en las que estuvieron involucrados policías no trascendieron al mundo. La vida siguió, como si nada.

A Claudia Jimena le indigna que ninguna autoridad, salvo el personero Leandro Franco, se haya acercado para ponerse a disposición. El alcalde Dagoberto Domínguez le mandó razón para que fuera al despacho.

—No vamos a ir allá ni a ningún lado. Sentimos que nos dejaron solas en esto—, dice Magaly.

El 2 de junio, el departamento de Policía del Cauca emitió un comunicado en el que explican cómo se enteraron de la muerte de Anderson: “Por medios de comunicación y redes sociales circula información, según la cual, presuntamente un joven habría perdido la vida tras ser agredido por integrantes de la institución en el municipio de Puerto Tejada”.

Líneas más adelante la Policía asegura que la familia del joven no puso la denuncia penal ni la queja disciplinaria y que, de todos modos, solicita a la Oficina de Control interno que adelante las investigaciones. El coronel Arnulfo Rosemberg Novoa, comandante de la Policía del Cauca, dijo en un video grabado el pasado 3 de junio que hasta ese momento no había uniformados identificados en la investigación formal que está llevando a cabo el CTI de la Fiscalía ni tampoco dentro de la investigación disciplinaria y la Justicia Penal Militar. “Solo hasta el día de hoy 3 de junio la familia está interponiendo la denuncia penal en la Fiscalía”.

El comunicado no tuvo en cuenta dos hechos. Uno: la queja que Magaly y Claudia Jimena elevaron en el comando de Puerto Tejada esa misma noche en que se presentaron los hechos, la misma que no fue escuchada por el comandante de turno. Y dos: según el personero, en el momento del fallecimiento de Anderson la policía judicial llevó a cabo los actos urgentes y levantamiento del cadáver en la Clínica Valle de Lili, instante en el cual se iniciaron de oficio las actuaciones, como ocurre en cualquier muerte violenta.

Y no es que la familia no haya dicho nada o que hubiera cambiado su versión. Ellos no sabían cómo proceder, que es diferente. Las autoridades están también en la obligación de adelantar investigaciones de oficio. En los videos grabados por Noti-Puerto Tejada el mismo día del sepelio de Anderson quedaron registrados los testimonios de los familiares y allegados a la víctima señalando a los patrulleros de la golpiza. En las imágenes, se ve a varios de ellos detallando lo sucedido. Ese día pidieron justicia. Uno de los asistentes al funeral dijo en el noticiero: “Estamos conmovidos con lo que le sucedió al joven Anderson. Nosotros queremos como comunidad, como vecinos, hacer un llamado a las autoridades locales, departamentales y nacionales, para que casos como el suyo no queden impunes. Era un muchacho lleno de vida. Acabaron con sus sueños y con los sueños de una familia. Yo puedo dar fe de que era un muchacho de bien, no era un muchacho agresivo. Con esto queremos levantar una voz de protesta ante todo el pueblo colombiano”. Detrás se ve a una romería de vecinos con banderas blancas.

Claudia Jimena ha lidiado sola en la vida como madre cabeza de hogar. El papá de Anderson y Jáider fue asesinado hace diez años en Nariño. Se llamaba Davinson Hurtado. Desde entonces ella se ganó la vida limpiando casas en Puerto Tejada. Años más tarde se casó de nuevo y tuvo tres hijos más: Jordan Alexis, ahora de 18 años; John Stiven, de 13; y Elier Jesús, de 12. El papá de Anderson y Jáider no alcanzó a registrarlos. Por eso tienen los apellidos de la madre.

Anderson estaba prestando servicio en la Policía Militar. Con 19 años aún no había pensado bien a qué se quería dedicar. A algunos amigos les alcanzó a decir que a lo mejor le hubiera gustado entrar a la carrera de suboficial en el Ejército, luego de terminar sus estudios. Santa Elena en Puerto Tejada es un barrio duro: allí las pandillas hacen que crecer a veces sea un milagro.

Y aún así, este chico no se salió del camino: no tenía ningún antecedente penal. Sus amigos le decían Kiki. Ellos han rotado varios videos en los que se le ve cantar y reírse a carcajadas. Era de labios gruesos, cuerpo atlético, pelo ensortijado, ojos que se alargaban más de lo normal cuando sonreía. Una vez se quitaba el uniforme del Ejército se ponía dos enormes aretes plateados. Cuando cantaba se le salía por los poros esa raza negra que se lleva con tanto orgullo en Puerto Tejada.

Varios días después de la muerte de su sobrino, Magaly fijó como foto de perfil en su WhatsApp una imagen en la que están los rostros de su sobrino Anderson y de George Floyd. Al lado hay un letrero que dice: “Aquí las vidas negras también importan, aquí también debemos exigir justicia por Anderson”.

Tomado de Vorágine
https://voragine.co/asesinato-de-anderson-arboleda/

Imagen: Morphart

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