Bélgica desconfina sus flores de sangre azul

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Bruselas, 1 may – Tras un año escondidas por culpa de la pandemia, las flores y plantas más esplendorosas de Bélgica, los naranjos, camelias o palmeras que desde el siglo XIX se extienden por los invernaderos y jardines del palacio del rey de los belgas, recuperan su tradicional cita anual con la plebe.

El Castillo Real de Laeken, residencia oficial del rey Felipe de los belgas y lugar donde el monarca oficia los banquetes de Estado, ya ha abierto a la prensa las puertas de sus invernaderos y ultima los preparativos para que los ciudadanos de a pie puedan disfrutar, entre el próximo 13 de mayo y el 6 de junio, y a razón de 2,5 euros por persona, de un patrimonio botánico y arquitectónico sin igual.

«Los invernaderos se construyeron porque lo quiso el rey Leopoldo II (1835-1909) y tenían un doble objetivo: recibir a los invitados y albergar su colección de plantas», explica a Efe el administrador de la propiedad, Michel Dekens, desde la pieza central de una joya botánica y arquitectónica erigida entre 1873 y 1894 por Alphonse Balat, maestro del celebre Victor Horta, uno de los fundadores del movimiento Art Nouveau.

Mientras Deckens, enmascarado y manteniendo la distancia de seguridad, explica a la prensa que Leopoldo II apreciaba especialmente las camelias y que llegó a tener más de un millar, la esquiva luz solar de Bruselas penetra por una cúpula de hierro y cristal e ilumina un espectacular mosaico de piedra orillado por enormes palmeras en el Gran Invernadero, el único abierto al público en 2021.

Otros 500 metros de galerías con naturaleza ornamental permanecerán clausuradas este año, pues resultan demasiado angostas para poder respetar las reglas de seguridad sanitaria. Y no es el único ajuste que han tenido que acometer los Invernaderos Reales, en los que se desempeñan 28 jardineros durante las cuatro estaciones del año, para recuperar su relación con los ciudadanos.

La cita en este segundo curso de coronavirus no tendrá lugar en abril, cuando el período de floración primaveral se encuentra en su máximo apogeo, y ha sido postergada al mes de mayo porque las autoridades federales y regionales han fijado el día 9 de ese mes como inicio del gran desconfinamiento nacional.

Con todo, el espectáculo visual continúa siendo majestuoso, como sugiere el hecho de que el Gran Invernadero, al que sí se puede acceder, sea el lugar donde habitualmente el rey sirve el postre y el café a sus invitados en visita de Estado.

«Aquí encontramos una gran variedad de plantas, principalmente subtropicales. Hay palmeras, plátanos, higueras… y al lado tenemos plantas de naranjal, que pasan el invierno en el invernadero y que salen al exterior en verano: naranjos, limoneros, olivos, laureles…», explica el administrador de la finca.

Para compensar las limitaciones de esta edición, la visita propone recorrer 2 kilómetros de jardines y estanques salpicados por cerezos, robles, hayas, una torre japonesa o una casita que sirvió de estudio de escultura a la reina consorte Isabel Gabriela de Baviera (1986-1965) y esposa de Alberto I de Bélgica (1875-1934), nieto del primer rey de Bélgica, Leopoldo I (1790-1856).

Un paseo excepcional y un desafío poco habitual para los agentes de policía y de una empresa privada de seguridad que velan por el bienestar del rey Felipe, explican a Efe fuentes de Palacio, pues en ediciones normales el público sólo tiene acceso a una hectárea y media de invernaderos, situados sobre un terreno urbano de 186 hectáreas que equivale a más de 200 campos de fútbol.

BASURA ECOLÓGICA

La gran novedad de esta edición, sin embargo, es mucho más discreta que las limitaciones sanitarias que condicionan la visita y consisten en 2.000 metros de canalización subterránea por los que discurren 4.500 metros de tuberías que conectan el palacio con una incineradora regional de residuos.

De esa forma, el calor residual de la quema de deshechos de la zona sirve para generar las tibias temperaturas que precisan las plantas en invierno y para cubrir el 90 % de las necesidades térmicas del conjunto de la propiedad, un proyecto que ha costado 237.000 euros y que evitará que se liberen anualmente 2.500 toneladas de CO2.

Javier Albisu

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