Ottawa, 29 de abril de 2025.- El líder del Partido Liberal Mark Carney, ganador de las elecciones legislativas del lunes con 168 escaños para su partido, solo cuatro por debajo de la mayoría absoluta, ya ha prometido no arredrarse ante el presidente estadounidense, Donald Trump, pero la tarea que tiene por delante se antoja difícil.
En su primera comparecencia al conocerse los resultados, ya en la madrugada del martes, Carney no se anduvo con circunloquios: «Estados Unidos quiere nuestra tierra, nuestros recursos, nuestra agua, nuestro país, y no son amenazas gratuitas. El presidente Trump quiere quebrarnos para poseernos. Y eso no pasará, nunca jamás pasará», proclamó.
Aun así, anunció que se sentará a negociar con el presidente Trump como lo hacen «dos naciones soberanas».
El Gobierno del presidente Trump no se ha pronunciado hasta el momento sobre la victoria de Carney, pero ayer, en plena jornada electoral y en un ejercicio inédito de intromisión política, Trump posteó de nuevo que Canadá debe convertirse en el estado 51 de los Estados Unidos «terminando con esa frontera artificial de hace muchos años».
Se permitió el lujo de aconsejar a los canadienses «elegir al hombre que tiene la fuerza y sabiduría», en alusión a su propia persona, palabras que fueron rechazadas de inmediato por todos los líderes políticos, incluido el conservador Pierre Poilievre, considerado el más ‘trumpista’ del abanico político canadiense.
Una enorme embajada sin jefe
En estos momentos, la relación bilateral entre los vecinos que comparten la frontera terrestre más larga del mundo (8.891 kilómetros) está en sus horas más bajas tras las amenazas de Trump de absorber Canadá y las medidas -estas más reales y dolorosas- de nuevos aranceles sobre los productos canadienses, que afectan a sectores vitales de su economía.
En Ottawa se espera con incertidumbre la llegada del nuevo embajador estadounidense nombrado por Trump, Pete Hoekstra, antiguo congresista por Míchigan y que fue confirmado por el Senado estadounidense hace solo 20 días.
El día de su confirmación, Hoekstra declaró por escrito que Canadá era «el más valioso socio comercial de EE.UU.», y prometió que trabajaría «con el Gobierno canadiense para revisar y fortalecer nuestra potente asociación comercial, asegurar las fronteras, encarar la amenaza mortal del fentanilo y construir a una cooperación por nuestra seguridad nacional». No está claro si Trump le ordenará cambiar de relato.
La embajada que espera a Hoekstra es una enorme mole que ocupa dos cuadras en pleno centro de Ottawa, estratégicamente situada al lado de tres centros de gran poder simbólico nacional: el Parlamento canadiense, la catedral de Notre Dame (el mayor templo de la ciudad) y la Galería Nacional de arte. Ninguna otra embajada tiene ese privilegio en la capital del país.
Las «muchas, muchas opciones» de Canadá fuera de EE.UU.
En esa primera comparecencia de Carney, el primer ministro ‘in pectore’ recordó que su país no tiene por qué resignarse a una dependencia existencial de su único vecino terrestre, pues proclamó que tiene «muchas, muchas opciones» ante sí fuera de Estados Unidos.
Fuentes diplomáticas en Ottawa consideran que esas «muchas opciones» pasan en primer lugar por la Unión Europea, un continente con el que Canadá comparte un modelo de sociedad que lo asemeja más a los países europeos que a Estados Unidos, y con el que además tiene firmado desde 2017 un tratado de libre comercio que da a Canadá un acceso privilegiado al tercer mercado mundial.
Sin embargo, el politólogo canadiense Dónal Gill considera en declaraciones a EFE que deshacer la imbricada relación económica (y cultural) existente entre EE.UU. y Canadá no será fácil y que el discurso de buscar nuevos socios para reducir esa dependencia no ha pasado de ahí con otros gobiernos.
Recuerda que antes incluso de pensar en otros socios, Canadá tiene la asignatura pendiente de integrar a sus propias provincias, cuya relación es más fluida con sus vecinos estadounidenses en cada caso que entre ellas mismas.
Un ejemplo elocuente es el caso del petróleo que las provincias del oeste producen y se exporta en un 99 % a Estados Unidos. No existen oleoductos disponibles para llegar hasta la costa atlántica, entre otras cosas porque el soberanismo dominante en la provincia de Quebec (que ocupa el grueso de esa costa atlántica) se ha negado a su construcción por motivos supuestamente ecológicos.
Y al petróleo podríamos añadir el caso de la automoción: deshacer lo que hoy es una intrincada tela de araña entre México, EE.UU. y Canadá es más fácil de prometer que de cumplir.
Los retos de Carney se antojan descomunales.
Javier Otazu
EFE