Chata: el ascenso de un criminal con protección oficial

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E.U. anunció que recibirá la información sobre “Tom”, con absoluta reserva, en el correo electrónico DEA-Bogota-Tips@usdoj.gov. También en los teléfonos 300 683 2586 y 300 685 1375. Imagen tomada de Revelaciones del bajo mundo.

Redacción Análisis Urbano

Para hablar del ascenso vertiginoso que ha tenido en el bajo mundo, el criminal, Juan Carlos Mesa Vallejo, alias Carlos Chata o Tom, actual jefe militar del llamado Pacto del Fusil —realizado entre las estructuras paramafiosas de los Urabeños y la Oficina del Valle del Aburrá el 13 de julio de 2013—; se hace necesario conocer algo de la historia de la banda Los Chata, ubicada en el municipio de Bello, Antioquia, liderada además por quienes podrían ser el relevo de este personaje si llegara a faltar ya sea por caer asesinado, capturado o si se finiquitara el acuerdo que al parecer viene realizando con los Estados Unidos para su entrega —su nombre aparece en la Lista Clinton—. Quienes irían tras su legado son Elkin Alonso Mesa Vallejo, alias Elkin Chata y Geovanny Buriticá, alias Camilo Chata o el Viejo.

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Imagen de la cúpula de ‘Los Chata’ tomada de http://www.ecbloguer.com/revelacionesdelbajomundo

Se trata de una historia criminal que no ha tenido doliente que la controle desde la institucionalidad. Es una banda que delinque desde hace más de dos décadas en el Valle del Aburrá —durante buen tiempo solo lo hacían en Bello—; pero a raíz de las continuas guerras ente las bandas de la Oficina —en la que están incluidas las del citado municipio—, que llevan a que se den reacomodos permanentes, Los Chata fueron adquiriendo más poder, situación que la llevó a iniciar el proceso de expansión, primero dentro de Bello, iniciando en el barrio Cabañas y posteriormente consolidándose en sectores controlados por otras bandas como las que operan en La Meseta, Playa Rica, el Carmelo, Mesa, Salento, Cabañitas, el barrio Prado —Niquía—, La Maruchenga y El Tapón, este último es un territorio donde las plazas de vicio pululan bajo el mando de alias Caníbal, Morfeo o el Feo y sus allegados, y en las narices de la estación de la Policía y de la Alcaldía de Bello. También tienen control en la zona rural del municipio: corregimiento de San Félix, Tierradentro y su presencia en el municipio de San Pedro de los Milagros, se da debido a que es la base paramilitar de los Urabeños.

Allí tienen laboratorios para el procesamiento de cocaína e incluso son una de las bandas privilegiadas que tienen la franquicia del poder real de la mafia para recibir más de cuarenta mil libras de marihuana mensual procedente del departamento del Cauca y así distribuirla en los municipios del norte del Valle del Aburrá, siendo la segunda organización criminal que más recibe hierba en esta área. El primer lugar lo ocupa Medellín, con más de sesenta mil libras de marihuana mensual para el consumo interno.

La expansión de Los Chata continuó hacía los municipios del norte, los cuales incluye Copacabana, Girardota y actualmente patrocina a alias Monín de Barbosa o Mono Picacho en la lucha por el control del municipio de Barbosa.

Posteriormente, la banda puso sus ojos en Medellín y el sur del Valle del Aburrá. Su crecimiento ha sido exitoso por el apoyo decidido de Los Urabeños, quienes no solo le giran 1.200 millones de pesos mensuales, sino que han puesto a su servicio la logística necesaria para la consolidación de la hegemonía urabeña, además le han otorgado rutas para el narcotráfico y han venido calmando las angustias de otros jefes gatilleros de la Oficina que ven con preocupación dicha expansión.

La realidad muestra que Los Chata, y su jefe Carlos Chata, ha tenido todas las oportunidades para consolidar el poderío criminal que en la actualidad ostenta, ha podido matar funcionarios públicos de la Fiscalía, la Policía, detractores y enemigos, incluso se ha dado el lujo de comprar o amenazar periodistas de la región de Antioquia.

Esta solo es la introducción de un tema que desafortunadamente ha mostrado que personajes como Carlos Chata y su banda pueden ascender protegidos por una institucionalidad que no solo come callada, sino que come billete, o que al parecer no sabe cómo enfrentar a estos criminales. ¿Omisión o alcahuetería?

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