Apunte Urbano
El 7 de mayo del 2016 la Revista Semana anunció que se ha iniciado el juicio contra Fanny Grueso Bonilla, alias la Chilly, considerada la líder las casas de Pique en Buenaventura.
El caso de la Chilly ha permitido desvelar uno de los secretos a voces que la institucionalidad ha tratado de ocultar: la existencia de las casas de pique y las casas de tortura —esta última fue denominada así por la ONG Corpades y Análisis Urbano—.
Casas de pique hay en Buenaventura, Barranquilla y Cali, entre otras ciudades, su denominación es correcta ya que allí se realiza el descuartizamiento de personas, práctica cotidiana donde ningún cuerpo sale entero. Diferente a la situación del Medellín metropolitano, donde es erróneo plantear la existencia de las casas de pique, toda vez que en este conglomerado urbano se utilizan no solo casas, sino apartamentos, bodegas, establos, ladrilleras, donde siempre se tortura pero no todas las veces se descuartiza.
En estos lugares, que no son pocos, se tortura psicológica y físicamente a las víctimas, pero a la hora de matar, unas veces hay desmembramiento, otras asfixia mecánica con cuerda o bolsa plástica, otras con arma contundente, arma de fuego, arma blanca o se incinera el cadáver.
Una de parte de las víctimas que sucumben en las casas de tortura son arrojadas al río Medellín —vertedero de restos humanos preferido por las bandas paramilitarizadas al servicio de las estructuras paramafiosas de los Urabeños y la Oficina del Valle del Aburrá—. Otra parte de los cadáveres termina en costales, bolsas e incluso envueltos en colchones. Otros terminan en fosas comunes o en cenizas.
Será hora de reconocer que la práctica criminal de torturar, picar, embolsar e incinerar se hace cotidianamente en ciudades y campos, y que para hacerlo se acondicionan sitios donde la música trata de ocultar el dolor de los torturados.
¿Cuándo se reconocerá su existencia?
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