Bogotá, 13 ago – Expresidentes, guerrilleros, personas migrantes y mujeres trans asesinadas llenan el apartamento con aires de museo de Edgar Humberto Álvarez en Bogotá. El artista colombiano los esculpe en muñecos de plastilina, que en el mundo digital respiran y sacuden conciencias.
«Lo que quiero es que generen diálogo», expresa a EFE Álvarez, desde su urbanización de clase media, bautizada en honor a la primera visita del Papa Pablo VI a América Latina a finales de los años sesenta.
Luce el pelo largo y despeinado, barba y cejas frondosas, salpicadas de canas que cuentan sus 49 años. En apenas unos minutos, el vaivén preciso de sus dedos pequeños da forma a rostros que gritan como la obra de Munch y animales tan vivos que parecen escapados de una película de Disney.
Lo que empezó como un juego de niño, moldeando la masa de las arepas de su abuela y la arcilla de su abuelo albañil, se convirtió en un arte sobre actualidad y memoria que hoy arrasa en redes y del que incluso se hace eco el presidente colombiano, Gustavo Petro.
¿Cómo diablos vivir de la plastilina?
Con casi un millón de seguidores en Facebook y más de 180.000 en Instagram, Álvarez usa su página ‘Se lo explico con plastilina’ como escaparate digital. Allí proyecta al mundo las fotografías y los cortometrajes animados de sus muñecos de plastilina.
En el salón de su hogar, estanterías y armarios con etiquetas escritas a mano ordenan sus universos: ‘cabezas de policías y militares’, ‘políticos’, ‘historia’. En las paredes, cuadros de sus obras custodian el espacio.
Desde niño, Álvarez supo que sería artista, pero nunca imaginó que la plastilina sería su materia prima. Nació en Facatativá, un pueblo cercano a Bogotá, pero creció en la capital, donde de adolescente tuvo su primer contacto con la animación, mientras trabajaba como mensajero para una productora de comerciales.
Más tarde, cuando estudiaba artes plásticas, escuchó una advertencia que se repetiría: «¿Cómo diablos vas a vivir de la plastilina? Eso es para niños y profesoras de jardín infantil», le decían sus maestros.
Álvarez sonríe al recordarlo: «Resulta que no, que desde hace tiempo vivo de hacer muñequitos en plastilina y me la gozo».
Su gran impulso llegó en Los Ángeles (EE.UU.), donde emigró y vivió ocho años. Allí, el contacto con personas sin hogar inspiró ‘Los invisibles’, un cortometraje que marcó un antes y un después en su carrera. También en esa ciudad, hace 13 años, nació ‘Se lo explico con plastilina’.
Lejos de su país, dice que se volvió «más colombiano que nunca».
Unir, más que dividir
Uno de los primeros trabajos en plastilina que Álvarez recuerda fue para la campaña presidencial de 2010 del exalcalde de Bogotá Antanas Mockus. «Muchos afiches eran míos, en plastilina. Era increíble ver un político representado como un muñeco de plastilina», recuerda.

Después hizo caricatura política, pero hoy evita pronunciarse sobre figuras o coyunturas polémicas: en su página no hay menciones a la guerra en Gaza ni al llamado ‘juicio del siglo’ en Colombia, que recientemente condenó al expresidente Álvaro Uribe.
«No me gusta hablar de políticos (…) Hay temas con los que he tenido muchas amenazas» y «más que dividir, me interesa unir», afirma el artista, quien confiesa que solo profesa admiración por el fallecido expresidente uruguayo José ‘Pepe’ Mujica.
Pero esta semana rompió esa regla suya no escrita al publicar el muñeco de plastilina del senador de derecha y aspirante presidencial Miguel Uribe Turbay, asesinado en un atentado que estremeció a Colombia y despertó una condena unánime. Lo retrató con su tez clara, sus inconfundibles gafas y cabello oscuro peinado hacia un lado.
Sus temas más recurrentes incluyen las desapariciones forzadas, el campesinado, la migración y el conflicto armado. Hace poco publicó una serie que denunciaba el uso de animales bomba en el conflicto armado colombiano: un burro cargado con 60 kilos de dinamita, un perro con un collar de explosivos y caimanes alimentados por paramilitares con restos humanos.
Este año también creó una obra sobre el caso de Sara Millerey, una joven trans asesinada en Medellín, a la que le rompieron los brazos y las piernas antes de arrojarla a un río. La publicación fue compartida por el presidente Petro al repudiar «este crimen brutal».
En todas estas temáticas, explica Álvarez, «hay algo de política», pero el fin último, asegura, es tender lazos donde otros levantan muros y conmover a un mundo cada vez más inmune al dolor ajeno.
«Siempre es la empatía, cómo lograr que la gente se ponga en el pellejo del otro», resume.
Plastilina como puente
Si hay un proyecto del que se siente especialmente orgulloso, es un cortometraje en el que lleva trabajando más de dos años sobre el Darién, ese tramo de selva espesa que une Colombia y Panamá y que en los últimos años se ha convertido en unas de las rutas de migración irregular más peligrosas del mundo.
El trabajo, que se estrenará en noviembre, lo llevó en varios viajes al corazón del Darién. La humedad extrema complicaba moldear la plastilina, pero él la volvió una aliada: hacía pequeñas figuras de las personas en tránsito que entrevistaba, y ese gesto rompía el hielo y abría la charla.
«La plastilina sirve como puente», asevera el artista, convencido del poder que tiene este medio para acercar realidades serias y complejas a todo tipo de públicos.
«La gente normalmente llega primero como, ‘Ay, tan bonito el muñequito’, es una primera conexión», relata Álvarez, y añade: «Y después es como, Uy, hijo de madre, pero están hablando del Darién y de los peligros del Darién'».
Carla Samon Ros
EFE