Colombia: un monumento para sanar la violencia en una comunidad indígena

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Bogotá, 7 agosto de 2021.- El resguardo indígena de Guambía de Silvia, en el suroeste de Colombia, lleva sangrando desde que mataron hace más de 30 años al taita (líder) Juan Tunubalá, cuando se impregnó de tristeza la memoria de esta comunidad misak que hoy, con la inauguración de una estatua, trata de sanar.

Al taita de este resguardo indígena del Cauca le asesinaron en 1988, después de emprender una lucha en defensa de su territorio y contra los colonos que se lo apropiaron para la ganadería.

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Un año antes había sido elegido vicegobernador del resguardo y se comprometió a ampliar las tierras ancestrales del territorio que les habían arrebatado.

«El taita Juan Tunubalá fue asesinado por encauzar y enarbolar su legado, su causa, hacia ese mandato de la recuperación de tierras», explica a Efe mama Tatiana Bachiller, una de las lideresas misak que ha iniciado este proceso de recuperación de memoria que culmina este sábado.

CUANDO ASESINAN A UN LÍDER

Este taita, como se denomina a esa figura de padre o de alguien que requiere respeto, fue uno más de los que murieron en esa lucha histórica que aun hoy ha acabado con la vida de 32 líderes indígenas en lo que va de año, según el recuento de la ONG Indepaz.

ACOMPAÑA CRÓNICA: COLOMBIA CONFLICTO. AME7264. SILVIA (COLOMBIA), 07/08/2021.- Fotografía cedida por el Centro Nacional de Memoria Histórica que muestra el monumento del taita Juan Tunubalá, líder asesinado de la comunidad misak, en Silvia (Colombia). El resguardo indígena de Guambía de Silvia, en el suroeste de Colombia, lleva sangrando desde que mataron hace más de 30 años al taita (líder) Juan Tunubalá, cuando se impregnó de tristeza la memoria de esta comunidad misak que hoy, con la inauguración de una estatua, trata de sanar. EFE/ Centro Nacional de Memoria Histórica / SOLO USO EDITORIAL/ SOLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA (CRÉDITO OBLIGATORIO)

Pero su muerte fue especialmente dolorosa para la comunidad. «Hubo muchos más, pero por cómo fue su muerte, que tenía muchos signos de tortura en su cuerpo, que lo sacaron de su casa y duró desaparecido mucho tiempo, fue especialmente duro», narra Bachiller.

Ese dolor quedó impregnado ya no solo en la familia, sino en el territorio y la comunidad.

La memoria para las comunidades indígenas funciona diferente. «Ellos hablan del dolor no solamente del cuerpo o de la familia sino el dolor del espíritu, el dolor del alma y el dolor de la tierra», explica Jenny Lopera, directora técnica para la Construcción de Memoria Histórica del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), que está acompañando este proceso.

Los misak conciben el «concepto de sanación como un asunto en el que frente a la pérdida violenta de sus líderes, también se pierde un relacionamiento con los elementos de la naturaleza, de la tierra, de la realidad».

Además, al perder un líder pierden una transmisión de cultura y legado.

UN ACTO DE SANACIÓN

El año pasado, mama Tatiana y el taita Pedro Velasco emprendieron con el CNMH una iniciativa para encontrar la forma de recuperar esa memoria de su antepasado y darle paz al territorio.

La comunidad, junto a las 174 autoridades del resguardo de Guambía, comenzó un proceso para «para poder limpiar esas memorias de sangre que pasaron aquí en este territorio, esas memorias de tristeza», revela Bachiller.

Fotografía cedida este sábado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en la que se registró un detalle del monumento del taita Juan Tunubalá, líder asesinado de la comunidad misak, en Silvia (Colombia). EFE/Centro Nacional de Memoria Histórica

El proceso comenzó frente al fuego. Con consultas al «nachak» (fuego, en guapi) de los médicos tradicionales y con diálogos con los mayores que vivieron esa época violenta y el magnicidio del taita, y también con la familia para conocerle en su faceta más personal.

«En la perspectiva del pueblo misak que a uno le maten por la lucha tiene muchísimo más peso porque no moriste por una causa tuya, sino por una causa colectiva, por todos», dice la líder indígena.

Y de ahí decidieron erigirle una estatua, elaborada en fibra de vidrio y resinas por el artista caleño Harvy Oviedo, «que fuera fiel a lo que era, a mostrar que no era un hombre fuerte, que era un hombre tranquilo, muy sereno».

Ahora yace en la casa de las autoridades, donde debió estar mucho más tiempo si no le hubieran asesinado y desde donde puede, de nuevo, volver a acompañar su territorio.

Irene Escudero

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