Málaga (España), 9 de diciembre de 2021.- El recientemente fallecido Stephen Sondheim, creador del musical «Company», se formó como matemático, algo que quizás se observa en el engranaje de piezas que forman un espectáculo aparentemente simple en el que una compleja tecnología está al servicio de la magia que el público siente en cada función.
El actor Antonio Banderas, director y protagonista de la versión estrenada el pasado 17 de noviembre en su natal Málaga (sureste de España), desveló este jueves sobre el propio escenario, en una charla junto al diseñador de videoescena Joan Rodón, algunos de los avances tecnológicos que permiten que el espectador imagine cada noche estar en la Nueva York de los años 70.
«Sondheim no te permitía repetir ninguna versión anterior del musical. Cuando le compramos los derechos, quería que lo versionáramos. Él te daba los materiales, sin darte los planos de cómo construirlo», explicó Banderas, quien reveló que esa mente matemática del dramaturgo también creó durante años los crucigramas en el periódico «The New York Times».
Destacó la dificultad del sonido «en riguroso directo» al coordinar «a cuarenta personas en el escenario, catorce actores y veintiséis músicos», mientras que la luz «viene a apoyar y a ofrecer un estado de ánimo».
Bajo la dirección de escenografía de Alejandro Andújar, se ha creado «un espacio inmersivo, casi museístico», rodeado de los edificios de Nueva York, «como colmenas en las que vive la gente», en el que la luz es distinta durante las veinticuatro horas del día y donde llueve, nieva, se aprecia el resplandor de un coche de la Policía o transita el metro en el subsuelo.
A ello se une un suelo rotatorio construido en Alemania, con tres anillos concéntricos que giran en ambas direcciones y que crean «unos efectos muy cinematográficos», según Banderas, como la posibilidad de caminar con Nueva York de fondo.
«Todo está al servicio de la narración. El problema del uso de la tecnología es que a veces puede terminar comiéndose la narrativa. Es una cuestión de equilibrio y de balances», insiste el actor y director.
Precisa que buscaban «una realidad semianalógica y semidigital, para no perder el tacto a ese mundo setentero», con el objetivo de «hacer un espectáculo muy simple, como un teatro de niños, pero que engancha muy bien con la sofisticación que hay alrededor».
Sobre la presencia de los músicos en el escenario, Banderas admite que inicialmente tenían el «miedo» de que «distrajeran la atención del público», ubicados en distintos niveles en unas estructuras que recuerdan a las escaleras de incendios de los edificios, pero «cuando se empezaron a encender los atriles de los músicos, parecía que les daban vida a los apartamentos de Nueva York donde vive la gente».
«La tecnología es increíblemente tóxica porque puedes abandonar la esencia pura. Una canción buena suena con una guitarra y un tío cantando en la playa. En este espectáculo hemos sido conscientes de eso, y no queríamos alucinar al público con un aparato tecnológico porque habríamos perdido la esencia», reitera Banderas.
Por su parte, Joan Rodón coincide con Banderas en que «el reto era no comernos con los efectos lo que ocurriera aquí, sino apoyarlo desde abajo».
«Tuvimos la tentación al principio de llenar la pantalla de efectos y pasarnos de vueltas», admite Rodón, que recuerda que la historia sucede en los años 70, «una época completamente analógica», y finalmente optaron por fotografías reales de edificios neoyorquinos, impresas en telas en alta resolución, sobre las que se proyectan esas transformaciones.
Para Rodón, Nueva York «es el personaje número quince de la función y responde emocionalmente al estado de ánimo de Bobby», el protagonista al que interpreta Banderas.
Asegura que este espectáculo «no se podría haber hecho así hace cuatro o cinco años», al contar con dos proyectores principales de 30.000 lúmenes cada uno que «llenan 150 metros cuadrados de pantalla», y apunta que han invertido «mucho tiempo y mucha energía para que el resultado sea mágico».
Por José Luis Picón
EFE