Madrid, 15 feb – La contaminación, la actividad pesquera, los choques producidos por el aumento del tráfico marítimo y los riesgos derivados del cambio climático son las principales causas que afectan a la conservación de los cetáceos, destacaron a EFE varios especialistas con motivo del Día Mundial de las Ballenas.
Esta jornada se celebra el tercer domingo de febrero desde 1980, a instancias del activista hawaiano Greg Kauffman, creador de la fundación ‘Pacific Whale’ con el objetivo de proteger de la extinción a las ballenas jorobadas de Maui en Hawái (EE. UU.), aunque después se amplió al resto de cetáceos.
En 1986, la Comisión Ballenera Internacional prohibió la caza comercial de las ballenas a nivel global pero, a día de hoy, «varios países continúan con esta práctica como Japón, Rusia, Noruega o Islandia», además de los habitantes de las islas Feroe (Dinamarca), donde «matan a cuchillo cientos de cetáceos» durante la tradicional jornada anual de Grindadrap, de origen medieval, explica el observador científico, Gorka Ocio.
Aparte de la caza directa, las ballenas enfrentan otras circunstancias como «el cambio climático, que afecta a la distribución de las especies marinas», de modo que los ejemplares que «se dirigen hacia zonas de alimentación históricas pueden encontrarse con que sus presas ya no están allí» y deben buscar nuevas áreas para alimentarse, precisa la doctora en Biología por la Universidad española de La Laguna, Natacha Aguilar.
Tráfico marítimo
De acuerdo con Aguilar, las ballenas son verdaderos «ingenieros ecosistémicos» que ayudan a «mantener el equilibrio del medio marino» pero esta labor se ve amenazada entre otros factores por el incremento del tráfico marino mundial, tanto en frecuencia como en velocidad, que genera cada vez más colisiones.
El hábitat de las ballenas coincide en el 92 % con la rutas de ese tráfico, pero «menos de un 7 % de las zonas de alto riesgo de colisión cuenta con medidas estratégicas para proteger a estos animales», según certifica un estudio publicado en la revista Science.
Además, el ruido de las embarcaciones «aumenta la contaminación acústica» y «puede causar estrés», entre otras cosas, por «enmascarar las señales de comunicación o alimentación» de ballenas y delfines, unas funciones biológicas vitales para ellos.
Estos cetáceos pasan «tan solo el 20 % de su tiempo en la superficie y la mayoría de ese tiempo no se les ve», por lo que una posible solución sería «tener observadores profesionales a bordo de los barcos que informen en tiempo real» de su posición para «alimentar un sistema ‘online’ de aviso», según el presidente del centro de Conservación, información y estudio sobre cetáceos, Renaud de Stephanis.
Para Gorka Ocio, el remedio más eficaz sería reducir la velocidad y modificar las rutas, sobre todo de los ferris rápidos.
Otros peligros
El plástico «también mata», añade el director del Instituto Universitario de Sanidad Animal y Seguridad Alimentaria de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (España), Antonio Fernández, ya que «el 2 % de las muertes en los cetáceos varados analizados en los últimos 25 años en Canarias han sido causadas por este material», que los animales ingieren pensando que es alimento corriente.
Este material «les provoca perforaciones gastrointestinales y obstrucciones en el estómago» y además genera «efectos sobre el sistema inmunitario y la salud general del animal».
No obstante, para Fernández la interacción con la actividad pesquera es «la mayor causa de muertes de cetáceos en el mundo» por los residuos derivados del ejercicio de la pesca y, en concreto, las redes a la deriva, que «terminan enredándose en las ballenas, que tardan meses en morir».
Patrimonio colectivo
Para solucionar los riesgos que afrontan las ballenas, Fernández identifica tres conceptos clave: diagnosticar bien las causas de muerte, tratar el problema de acuerdo con la causa y sobre todo prevenirlo.
«La sostenibilidad de nuestras actividades evitará que nos quedemos sin la riqueza de la fauna marina» si «todos los actores implicados (científicos, políticos, proveedores de servicios, ciudadanía) asumen su responsabilidad» ante un patrimonio faunístico colectivo.
«Solo hay una forma de entender la salud humana, animal y del ecosistema: como una única salud», concluye.
EFE