Bosaso (Somalia), 28 dic – No es extraño encontrarlos en algunas carreteras del norte de Somalia: pequeños grupos, en su mayoría hombres jóvenes, con ropa polvorienta y piel agrietada por el sol abrasador, que recorren una de las rutas migratorias más concurridas del mundo, donde se acaban convirtiendo en mercancías.
«Vine aquí con la esperanza de cambiar mi vida pero, tras llegar, me di cuenta de que sólo sobrevivir ya era un desafío», relata a EFE el migrante etíope Junedi Husen, sentado en el catre que ocupa en una casa de acogida de la ciudad somalí de Bosaso, en la región norteña de Puntland.
Esta urbe costera que acoge uno de los principales puertos de Somalia y ha sido históricamente escenario del comercio y la migración con Oriente a través del océano Índico, es desde hace años uno de los puntos de salida de cientos de miles de personas que emprenden la conocida como ruta migratoria del Este.
En 2022, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) registró 441.000 movimientos migratorios en esa ruta, un aumento de un 64 % respecto al año anterior, cuando fueron 269.000, tras la reducción que provocaron las restricciones de la covid-19 en 2020.
No todos ellos logran alcanzar su objetivo, Arabia Saudí, tras abandonar Etiopía y atravesar Somalia o Yibuti para después cruzar el golfo de Adén hasta Yemen.
Desafíos naturales
Una puerta metálica pintada de azul eléctrico da paso al recinto, donde se erige una casa de dos pisos, con una fachada blanca impecable. La paz que reina en el patio de azulejos del albergue contrasta con las memorias que guarda Husen, de 35 años, del camino que lo trajo hasta aquí.
«(En un punto) nos perdimos entre el fuerte polvo y el viento. El calor sofocante nos obligó a avanzar tanto de día como de noche», explica este padre de tres niños que solía trabajar como peluquero en su pueblo de la región etíope de Oromía, en la zona de Arsi (centro).
Según la OIM, más del 90 % de los 73.000 migrantes del Cuerno de África que entraron en Yemen en 2022 eran de Etiopía, país del que se registraron ese mismo año 256.288 salidas, la inmensa mayoría de ellas por motivos económicos, aunque factores como el conflicto o las duras consecuencias de la crisis climática en esa región han ganado importancia en los últimos años.
Así, aunque Husen afirma que su destino final era Puntland, cientos de miles abandonan cada año sus hogares soñando con encontrar en Arabia Saudí una prosperidad que tiene un alto precio: cientos de kilómetros bajo temperaturas de hasta 50 grados y el peligroso cruce del golfo de Adén en precarias embarcaciones que a menudo naufragan.
«No es una ruta muy larga y es atractiva y accesible para los migrantes porque es menos cara que la que se dirige hacia África meridional», explica a EFE Masood Ahmadi, director del Programa de Protección y Asistencia de la OIM en Somalia.
Sin embargo, «es muy complicada y atraviesa terrenos muy duros. La gente camina largas distancias a pie sin protección, incluso te encuentras a migrantes sin zapatos. A veces, terminan durmiendo en el desierto», añade el experto.
La OIM ha contabilizado desde 2014 cerca de 1.100 muertes en esta ruta, sobre todo por ahogamiento pero también por deshidratación o agotamiento a causa de las duras condiciones, un cómputo que probablemente se encuentra muy por debajo de la cifra real, por las dificultades para acceder a algunas zonas y la falta de recursos.
Como mercancías
«Cerca de la frontera con Somalilandia (región secesionista autoproclamada independiente en el norte de Somalia y vecina de Puntland), unos hombres nos asaltaron y nos amenazaron con cuchillos. Les dimos todo lo que teníamos», recuerda Husen, que también sufrió una paliza.
A lo largo del camino, los migrantes se enfrentan a todo tipo de violencias y abusos cuyos perpetradores son, principalmente, los propios traficantes que organizan la travesía.
«Estos migrantes son vistos como una mercancía más que como un ser humano, son vendidos de unas manos a otras, golpeados y abusados física y sexualmente», además de sufrir secuestros por los que sus familias tienen que pagar rescates cuando no pueden cubrir el coste total del viaje, que suele rondar los 3.000 dólares, alerta Ahmadi.
La ruta, gestionada por una sólida red de contrabandistas locales, se caracteriza por un nivel de brutalidad, explotación y extorsión «excepcionalmente» alto, según un estudio publicado el pasado marzo por el centro de investigación británico Ravenstone Consult.
Ese informe pone cifras al sufrimiento de los migrantes: con una media de 8.300 personas usando esa ruta de manera irregular cada mes (según una estimación basada en varios años que excluye la etapa de la covid-19), el negocio de la extorsión movería entre 108 y 156 millones de dólares al año.
Tras cinco meses de su llegada a esta casa de acogida gestionada por la OIM y un año después de dejar su hogar siguiendo promesas de empleo que no se han cumplido, Junedi Husen aconseja a todos los etíopes quedarse en su tierra donde, sin embargo, persisten la pobreza y los fenómenos climáticos que lo empujaron a partir.
Lucía Blanco Gracia
EFE