Crímenes en la Sierra: el paraíso perdido en el que manda el grupo paramilitar Los Pachencas

FECHA:

El 28 de diciembre, muy cerca del cementerio de Buritaca, en el Magdalena, apareció un cadáver con un pedazo de cartón encima que decía. “No alcahuetearemos más cosas mal hechas en la región, el que venga a dañar la tranquilidad será dado de baja (sic)”.

El cuerpo abaleado y el letrero parecían el símbolo de una vendetta propia de la mafia de los narcos. El mensaje venía de Los Pachencas, una organización neoparamilitar que se hace llamar Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada de Santa Marta y que controla el narcotráfico en la región, las vacunas al comercio e incluso algunos negocios con fachada lícita. En las estribaciones de la Sierra dicen que no se mueve la hoja de un árbol sin que ellos lo autoricen.

Esa escena que invadió de terror a los habitantes del pequeño poblado a orillas de la Troncal del Caribe tuvo lugar a tan solo unos minutos de la vereda Perico Aguao, el paraje donde días atrás habían hallado los cuerpos de los esposos y ambientalistas Nathalia Jiménez y Rodrigo Monsalve.

Después se sabría que ambos casos estaban relacionados. El cadáver de Buritaca tenía dos disparos en la cabeza. El muerto era Freddy José García Ortega, un muchacho de 20 años nacido en Venezuela, que se dedicaba a la albañilería y que no tenía líos con nadie, según relatan. El día que lo mataron, había madrugado a trabajar abriendo un hueco en la tierra con una pica. Ahí mismo quedó tirado. Una niña y una mujer se acercaron para llorarlo mientras los vecinos del barrio miraban pasmados desde las puertas de las casas.

Freddy había llegado a Colombia en busca de un mejor futuro. Dicen que Los Pachencas lo mataron para enviarle un mensaje a un hermano suyo al que señalan de haber participado en el crimen de Nathalia y Rodrigo. La policía lo está buscando por cielo y tierra. Y dicen que los paras también. Ahora no se sabe de su paradero.

Han pasado dos semanas desde que el país conoció el destino trágico que tuvieron Nathalia y Rodrigo, esos dos profesionales preocupados por el medioambiente y los animales, que habían hecho una vida juntos en Santa Marta y sus alrededores. Eran muy conocidos allí. Sus cuerpos fueron encontrados con bolsas en la cabeza, tiros de gracia y las manos atadas. Y las preguntas rondan todavía: ¿por qué los mataron? ¿Qué tienen que ver Los Pachencas en todo esto? ¿Es el hermano de Freddy José uno de los autores del doble asesinato? ¿Qué interés tiene ese grupo paramilitar para no querer que lo relacionen con el crimen de la pareja?

Ni en Buritaca ni en Perico Aguao se habla en voz alta de estos asesinatos. El silencio parece ser un seguro de vida. Y aunque no se proclame a los cuatro vientos, el rumor de la presencia de Los Pachencas se mueve en panfletos o en mensajes que mandan por cadenas de WhatsApp.

Una vez se supo del asesinato de los ambientalistas, este grupo armado hizo circular un comunicado. En el papel daban muestras sin tapujos de sus actividades en la Sierra Nevada: “Somos una organización reestructurada con una misión definida: velar por la seguridad de la región y mantener al margen grupos que intenten generar conflictos”.

Frente al crimen de Nathalia y Rodrigo dijeron: “No apoyamos ni participamos en esos hechos. Por lo tanto, hemos desplegado un operativo en la región para dar con el paradero de los responsables de este crimen y entregarlos ante las autoridades competentes”, decían.

Las entrelíneas del panfleto eran lo más preocupante. Primero: la organización se estaba zafando de la responsabilidad del asesinato de Nathalia y Rodrigo. Segundo: estaban mostrando los dientes sobre su hegemonía en el control del territorio. Y tercero: estaban dejando constancia de que poseían capacidad militar para ajustar sus propias cuentas.

Con ese mensaje de una falsa seguridad, Los Pachencas también querían bajarle el tono a lo que había ocurrido con los ambientalistas de cara a la temporada de turismo más alta del año. Sin embargo, lograron todo lo contrario. Los reflectores ya estaban puestos sobre ellos.

¿Quiénes están detrás de Los Pachenca?
El 17 de junio del año pasado comenzó a circular por WhastApp un mensaje en el que le notificaban a todos los habitantes de los alrededores de la Sierra Nevada, desde Santa Marta hasta Palomino, que quedaba prohibido abrir los negocios después de las 6 de la tarde como símbolo de duelo por la muerte de Jesús María Aguirre Gallego, conocido con el alias de Chucho Mercancía. Era el líder máximo de Los Pachencas.

“Después de la seis de la tarde no se conseguía una gaseosa en Palomino, los hoteles se quedaron sin hielo. Y uno preguntaba por qué no abrían algún bar, y contestaban que estaban remodelando. En el pueblo nada se comentó”, recuerda alguien que estuvo en la zona por aquellos días.

Chucho Mercancía había sido abatido por agentes antinarcóticos de la Policía en un operativo que tuvo la colaboración de un informante de la DEA. Aguirre Gallego, que tenía un expediente por narcotráfico en los Estados Unidos, había hecho carrera en el mundo de la delincuencia primero en el Clan del Golfo y luego de la mano de la familia de Hernán Giraldo Serna, alias El Patrón, el comandante del extinto grupo paramilitar Bloque Resistencia Tayorna, organización que con los años terminó conservando el dominio del territorio, pero bajo el nombre de Los Pachencas.

Un investigador consultado por la revista Semana asegura que lo que está haciendo este grupo es cuidar las posesiones y el negocio a Giraldo, quien fue extraditado y condenado en los Estados Unidos. Algunos comentan que podría salir de la cárcel en 2030. Puede que antes.

Las autoridades saben que el negocio principal de los Los Pachencas es el narcotráfico hacia Europa y Estados Unidos. Y en la Sierra Nevada, esa inexpugnable montaña que se ve desde Perico Aguao, están los laboratorios. “Ellos no quieren que aquí se generen ruidos para poder seguir con sus actividades”, dice una mujer que conoce las dinámicas que allí se mueven.

Los Pachencas no son ajenos tampoco al turismo que se mueve en Palomino. “Todos saben que aquí están, que cobran vacuna por prestar un aparato de seguridad. No se meten con los extranjeros y prohíben los robos. Si alguien se sale del redil, lo matan. Ellos aquí, por ejemplo, quieren que haya fiesta pero no mucha, no demasiada. No quieren que esto se vuelva un Taganga porque tendrían a la policía encima”, comenta el dueño de un negocio.

Tras la muerte de Chucho Mercancía no solo hubo tres días de duelo. Su entierro fue un acontecimiento multitudinario que no pasó inadvertido en Guachaca, corregimiento del que forma parte Perico Aguao. Presionaron a mucha gente de las veredas para que bajaran al pueblo y acompañaran el carro fúnebre a desfilar hasta el cementerio. Hubo mariachis, luego corridos. Y después tiros al aire.

Las autoridades creen que a partir de ese momento un sobrino de Hernán Giraldo heredó las banderas de la organización. Se trataría de Deimer Patiño Giraldo, alias 80. Él, junto con una decena de miembros del clan familiar más otros antiguos colaboradores de El Patrón, serían quienes habrían tomado las riendas de la operación.

“No es que ellos hayan regresado. Este poder bajo la sombra nunca se fue de la región. Y esto ha tenido la anuencia de poderes políticos y de otras fuerzas, de gente que dice: ‘no miro, me hago el loco’ ”, comenta una de las fuentes consultadas para este reportaje.

A raíz del asesinato de Nathalia y Rodrigo, para fin de año en Palomino no había ni la mitad de los turistas que llegaron a veranear el año anterior. Hubo gente que canceló las reservas hoteleras e incluso otros prefirieron perder la plata. El crimen de los ambientalistas había tensionado el ambiente en la región. Y eso que la pareja no había alcanzado a llegar a Palomino cuando fue abordada por los asesinos. De hecho, nunca estuvieron allí.

Giovanny Ortiz Calderón es el hombre que con toda la frialdad del mundo dijo haberlos matado. Su entrega a las autoridades no dejó de sonar extraña. En Santa Marta se dice que Los Pachencas lo buscaron y lo mandaron a que se presentara ante la policía. Era eso o la pena de muerte. Y la Fiscalía le dio credibilidad al testimonio. Giovanny implicó a cuatro personas más: el primero es Jáider Lozano Jaramillo, conocido como El Negro; otro es un joven al que le decían El Veneco, hermano del chico al que mataron y cuyo cadáver apareció en Buritaca con un letrero encima. También mencionó a Luis Rodríguez Tovar, alias Lucho, y a Andrés Felipe García Socarrás, apodado Pipe Bareta. Estos últimos, excepto El Veneco, fueron capturados tras la delación de Giovanny.

Por los registros de cámaras de seguridad en la Troncal del Caribe se sabe que el 20 de diciembre Nathalia y Rodrigo hicieron este recorrido:

4:15 p. m.: La pareja comió empanadas en el restaurante Los Cocos, en la entrada del parque Tayrona.

4:50 p. m.: Las cámaras de seguridad registraron el paso del vehículo que se dirigía hacia Buritaca. Nathalia y Rodrigo iban solos.

5:00 p. m.: Quitaron la energía en Palomino, por lo que se perdió la pista del paso del carro.

5:28 p. m.: Nathalia habló con su familia. Se alcanzó a escuchar que uno de los asesinos decía que si gritaban, los mataban.

El fiscal Cavif Manuel Lizarazo dio a conocer en audiencia la secuencia de los hechos como Giovanny Calderón dijo que sucedieron.

“La idea era robar un carro y venderlo en La Guajira. Allá nos daban 5 millones de pesos. El Negro tenía un contacto. Lucho se encargaría de conseguir el arma, un revólver. Dijo que lo realizáramos (el robo) el 20 de diciembre, y Pipe nos dijo: ‘ah, bueno, valecita, nos vemos el viernes’ ”.

A eso de las 3 de la tarde del viernes se reunieron Giovanni, El Negro, Lucho y Pipe Bareta. Se encontraron en un sitio llamado Manglar, en Buritaca, donde solían agruparse para consumir marihuana.

“Pipe sacó un revólver y me lo dio a mí, yo se lo di al Negro. Y Pipe dijo: ‘ojo, que solo hay cuatro pastillas’ ”. Se refería al número de cartuchos en la recámara del arma. Según el relato del fiscal, El Negro le habría dicho a Giovanni que irían primero a Buritaca a buscar a El Veneco (hermano de Freddy José, el albañil), quien los acompañaría en el atraco. Pipe Bareta y Lucho se quedaron en Buritaca.

El lugar que según Giovanny eligieron para cometer el atraco es un mirador a quince minutos de allí, al que suelen llegar carros con turistas. Es solitario, despoblado, ubicado en la cima de un cerro. Desde allí es fácil ver la majestuosidad del mar al atardecer. Casi siempre los visitantes permanecen pocos minutos. Se toman selfies y se van.

“Nos bajamos de la moto y nos metimos a mano derecha y nos escondimos ahí al lado derecho del monte. El Negro llamó a El Veneco y le dijo que lo iban a recoger; luego llamó a un mototaxista para que lo llevara al mirador”.

Eran las 4:00 de la tarde cuando El Negro sacó el arma y se la entregó a Giovanny. Esperaron a que llegara El Veneco. Los tres se escondieron en unos matorrales, según esta versión, a esperar a que llegara alguna víctima. Primero arribó un carro con cuatro personas, pero las dejaron ir esperando un vehículo con menos ocupantes.

A eso de las 5:00 p. m. llegó la camioneta Ford EcoSport negra, de placas DAI-160, con Rodrigo y Nathalia a bordo. Se bajaron.

“El Negro dijo: ‘ahí fue. Usted los coge rapidito y yo me meto al carro’. La pareja estaba tomándose fotos con la espalda hacia la carretera y mirando el mar. Yo saco el revólver, les apunto y les digo: ‘quietos, no se muevan, móntense al carro’. El muchacho intenta correr y El Negro lo agarró por el cuello y lo montó al carro”, le dijo Giovanni a la Fiscalía.

“El Veneco y yo agarramos a la muchacha y la montamos. Ellos (las víctimas) iban en el asiento de atrás, en la mitad. Yo, al lado de la ventana. El Negro prendió el carro y cogimos hacia Buritaca. El Veneco sacó de su bolsillo una cabuya amarilla; entre los dos les amarramos las manos”, continuó Giovanny.

“Después de unos 15 o 20 minutos, nos metimos por una trocha que va hacia Perico Aguao, hacia la playa; bajamos a la pareja y las echamos para el monte. Unos 50 metros. Los empujé y ellos quedaron en el piso. Les dije: ‘quietecitos’. Que no se movieran. Ahí nos apartamos diez metros y El Negro dice que la cuestión es matarlos. Y El Veneco dice también que hay que hacerlo porque ya nos vieron el rostro”.

Fue en ese momento que Giovanny dijo que se acercó a la pareja, desenfundó el revólver y le disparó a Rodrigo a sangre fría.

“La muchacha pega un grito y no recuerdo la verdad qué dijo, me fui adonde estaban El Veneco y El Negro. En ese momento El Veneco dice: ‘venga’. Me fui donde estaba parqueado el carro. Al instante escucho un tiro y vienen corriendo El Negro y El Veneco. Observo que el revólver viene en la mano de El Veneco. Nos montamos al carro y cogimos hacia Riohacha”.

Los cabos sueltos
La teoría del robo ha dado para muchas preguntas. Primero porque no es usual que delincuentes se lleven carros para venderlos en Venezuela. Allá no hay quien pague por un vehículo colombiano. También resulta sospechoso que unos gatilleros se atrevan a cometer un hurto y un asesinato en tierra de Los Pachencas sin una autorización.

Según dijo Giovanny en el interrogatorio, por el carro de Nathalia y Rodrigo les dieron en Maicao un avance de 1.600.000 pesos, dinero que supuestamente se repartieron así: 400.000 para El Negro; 300.000 para El Veneco; 300.000 para Giovanny; 300.000 para Pipe Bareta y otros 300.000 para Lucho.

En las casas de Pipe Bareta y Lucho, que no estuvieron en la escena del crimen, la Policía encontró algunas pertenencias de las víctimas: dos cámaras, un maletín y ropa. Giovanny aseguró haber ido a Uribia, en La Guajira, para reclamar supuestamente el resto del dinero que les debían por el vehículo, pero dijo que se encontró con una turba que quería lincharlo. Para ese momento la noticias del crimen de los ambientalistas ya le había dado la vuelta al mundo. Por esa razón —continuó su versión— se vio presionado a entregarse a las autoridades.

La semana pasada se llevaron a cabo en Santa Marta las audiencias de legalización de captura, imputación de cargos y medida de aseguramiento de los implicados. Todos fueron enviados a la cárcel. Los alrededores del Palacio de Justicia, en el centro de la ciudad, estaban atestados de policías. Cuando se terminaron las diligencias, esposados desfilaron los cuatro sujetos. Andrés Felipe García Socarrás, a quien conocen como Pipe Bareta, dijo que era inocente: “¡Investiguen bien este caso!”, gritó antes de que lo montaran en un carro del Inpec.

El crimen de Nathalia y Rodrigo lo que hizo fue prender los focos sobre una realidad que ya se venía presentando. En todo el departamento del Magdalena se cometieron 221 homicidios el año pasado, según Medicina Legal. “Lo que da temor es que ya se está hablando de que se viene una ‘limpieza’ en la zona”, dice otro de los consultados.

Otra persona que ha vivido en la Sierra Nevada de Santa Marta toda su vida y cuyo nombre la revista Semana no publicó para no comprometer su seguridad confirma que el control del territorio que ejercen Los Pachencas es de vieja data. “Hay un sometimiento de la sociedad a estos grupos. No es un asunto marginal. Ellos tienen una capacidad enorme de corromper distintas instancias. No solo es el narcotráfico, son también las vacunas. Ellos cobran impuesto por cada cerveza o botella de agua que circula en la región”, dice.

En la Sierra pasan hechos graves de los que luego poco se habla. En Perico Aguao, la vereda en la que dejaron tirados los cuerpos sin vida de los ambientalistas, es la misma en la que hace un año tuvo lugar otro crimen que quedó en la impunidad. El de Wilton Fauder Orrego León, un guardabosques al que le dieron cinco tiros. Tiempo después fue amenazado de muerte Tito Rodríguez, director del Parque Nacional Sierra Nevada.

La policía reporta de cuando en cuando incautaciones de cocaína. Tres días antes del asesinato de Nathalia y Rodrigo, el Ejército le cayó a un bote en aguas del corregimiento de Camarones, el cual llevaba 203 kilos de cocaína avaluados en 4 mil millones de pesos. La producción, sin embargo, es mucho más grande. Entre el Clan del Golfo y Los Pachencas se reparten el envío de droga en los 586.000 kilómetros que tiene el mar Caribe. Se cree que solo el 20 por ciento de lo que sacan es interceptado por las autoridades. La Fuerza de Tarea contra el Narcotráfico Neptuno, de la Armada Nacional, reportó el año pasado la incautación de 87 toneladas de cocaína: 62 fueron encontradas en aguas del exterior y el resto en el Caribe colombiano.

El recién posesionado gobernador del Magdalena, Carlos Caicedo, conoce del poder que tienen Los Pachencas en la región. “Vemos una estrategia de control territorial por parte de grupos armados ilegales y antiguos paramilitares que operaban en esta zona, cuyos jefes fueron extraditados y varios de ellos están regresando”, dijo. Caicedo propone una acción integral coordinada con inteligencia para establecer quiénes están al mando de estos grupos y “evitar hechos del pasado cuando los actores ilegales tenían vínculos políticos y económicos que les facilitaban la presencia en el territorio”.

El panorama, sin embargo, pareciera ser más complejo. “Si uno va y denuncia una vacuna, a los pocos minutos esos grupos ya saben quién está dando información y proceden a matarlo. Uno no puede hablar de estos temas con nadie en la calle porque podría estar conversando con uno de ellos”, continúa otra de las fuentes consultadas por revista Semana.

Todo lo que sucede a lo largo de la Troncal del Caribe y en las estribaciones de la Sierra Nevada contrasta con la exuberancia y la riqueza natural del paisaje, y con lo que significan para el país las tradiciones de los pobladores ancestrales que han resistido a todas las guerras: en las alturas conviven arhuacos, wiwas, koguis y kankuamos. Ellos han intentado durante años mantenerse al margen del asedio del conflicto. Y no ha sido fácil que respeten sus territorios.

Es imposible no dejarse abrumar por la majestuosidad de este rincón del mundo: desde la cumbre de la montaña —que está a 5.000 metros—, pasando por la densa selva tropical, hasta llegar a la sabana, los bosques brumosos, las llanuras, la costa y el mar de los infinitos colores. Es la paradoja que ha perseguido a Colombia en un siglo: las balas suelen merodear en medio de parajes biodiversos abandonados por el Estado.

El crimen de Nathalia y Rodrigo prendió reflectores sobre una realidad que ya se presentaba. En el Magdalena se cometieron 221 homicidios durante 2019. Foto: Esteban Vega La-Rotta.

Nathalia y Rodrigo amaban esa tierra y conocían su riqueza. Tal vez por ello pensaron en quedarse a vivir allá. Ambos también eran conscientes de las dificultades sociales que hervían alrededor. A los dos les dolían las injusticias. Nathalia, además, era defensora de los animales: se la pasaba rescatando perros y gatos en estado de abandono. Recién ocurrió el crimen, Ximena Cáceres, su mamá, dijo esto a varios medios de comunicación: “Todas las cosas que eran malas, a ella le fastidiaban (…) Por eso los mataron (…) La mataron por ser una líder social que no hacía nada más que defender a los campesinos”.

Quienes conocieron a Nathalia y a Rodrigo saben que a ellos les preocupaba el mundo que los rodeaba, nunca fueron indiferentes. Pero sus vidas no valieron nada para los asesinos. A la pareja se la tragó esa violencia de la que muy pocos en la Sierra se atreven a hablar.

Tomado de Revista Semana

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