Londres, 17 octubre.– «Si hace un año me hubieran dicho que en año olímpico estaría repartiendo paquetes de Amazon te diría que eso es una locura». Toma la palabra Daniel Bramble, un saltador de longitud británico al que la pandemia y la falta de financiación por parte del Reino Unido obligaron a pasar diez horas diarias como repartidor.
La historia de este saltador, campeón británico de la disciplina, arranca, como tantas otras, al principio de la pandemia de la covid-19, cuando tras participar en la primera ronda de los Campeonatos de atletismo británicos su preparación para los Juegos Olímpicos se vio cercenada de raíz.
«Volví a Londres porque no tenía sentido estar cerca de mi centro de entrenamiento si no podíamos entrenar», explica, en una entrevista con Efe, Bramble, quien se quedó a un centímetro de ir a Río de Janeiro en 2016.
«Cuando llevábamos un mes de confinamiento decidí buscar un trabajo. Habían surgido algunas oportunidades, pero ninguna me atrajo del todo porque no eran cosas que quisiera hacer, como presentarse voluntario para la vacuna del virus. Entonces le eché un vistazo a los trabajos de repartidor», añade.
Bramble cuenta que durante el confinamiento apenas tenía nada que hacer, puesto que estaba encerrado en Londres, donde no podía entrenar. «Necesitaba un trabajo porque me pasaba el día jugando a la Play Station y durmiendo. Tenía que salir de casa y estar activo».
Ojeó las ofertas de repartidor y encontró una en Amazon. Con condiciones bastante duras, pero que le ayudarían a paliar el mazazo económico del parón competitivo.
Y es que Bramble estaba a meses de poder ir a Tokio sin una sola ayuda. Ni del Gobierno ni de patrocinadores. En 2017, cuando sus resultados se resintieron por una lesión, el Gobierno le retiró las becas. En 2018 fue Nike quien cortó el grifo tras más de dos años patrocinándole.
Para intentar llegar a los Juegos, un año antes de la cita olímpica, abrió una campaña de micromecenazgo en GoFundMe, pero sin demasiado éxito, así que cuando llegó el confinamiento se puso el mono de trabajo y salió a la calle a repartir paquetes.
«La primera semana fue terrible -recuerda-. Andaba al día diez o doce kilómetros. Cargando cajas muy pesadas por todo Londres. En total repartía unos 150 paquetes diarios. Una locura. Por las noches estaba tan cansado que no hacía nada más».
«Al principio pensaba que podría compaginar el entrenamiento y el trabajo, pero llegó al punto de que empezaba a trabajar a las nueve de la mañana y acababa a las ocho de la tarde, incluidos domingos. Tuve que dejar de pensar en poder entrenar porque me pasaba el día andando y subiendo edificios de diez plantas sin ascensor. Era imposible entrenar. Al mediodía tenía un parón de diez minutos para comer y después tenía que seguir trabajando. Al llegar a casa estaba reventado», relata.
Fueron más de tres meses de trabajo intenso en los que, además, debió ver cómo otros compañeros que sí recibían ayudas pudieron evitar sacrificios similares.
«Es gracioso porque cuando acababa mis jornadas de trabajo de diez horas, a lo mejor miraba las redes sociales y deportistas del equipo británico, del mismo equipo que yo, estaban de vacaciones y disfrutando de la vida o entrenando y viviendo con relativa normalidad», añade.
«Yo no podía permitirme eso. Tuve que dar un paso atrás y adaptarme. Muchos atletas han aprovechado este año como un año extra para los Juegos, para entrenar más fuerte. Yo he tenido que dejar de entrenar completamente. Somos muchos compitiendo para el mismo país, pero hay muchas diferencias entre nosotros».
Quizás por eso decidió hace escasos días publicar lo que estaba haciendo en Twitter. «Fue una forma de expresar cómo de diferente estaba siendo mi verano. Nada más». Pero la red explotó. Miles y miles de interacciones convirtieron la historia de este atleta en un fenómeno viral.
Esto provocó que su campaña de recaudación de fondos empezara a recibir adeptos. Poco a poco esta se fue completando hasta que la cadena de ropa Gymshark aportó los 9.000 euros que faltaban para llegar al objetivo establecido.
«Me explotó la cabeza al verlo. Ha sido el mejor regalo de cumpleaños de mi vida, con permiso de los de mi madre», bromea ahora Bramble.
Pese al final feliz de la historia, el atleta, que seguirá persiguiendo el sueño olímpico de Tokio, reza por un mayor reparto de las ayudas y por que no solo se tengan en cuenta las estadísticas a la hora de adjudicarlas.
«Creo que la gente de la federación británica designa las becas en torno a datos y resultados. Cuánto saltas, cuál es tu edad… Pero no tiene en cuenta otros factores como una lesión o un problema personal que te afecte fuera de la pista. No se piensa en los factores humanos. Hay que cambiar eso», afirma.
Un mes después de haber colgado el traje de repartidor, Bramble ve el camino más plácido hacia Tokio. Por ránking, antes de la pandemia, hubiera entrado. Ahora, ha fichado a un nuevo entrenador y ultima los detalles para su debut olímpico. Ya no tendrá que subir edificios gigantescos sin ascensor. Ya se puede dedicar por completo a su sueño.
El atleta que mutó en repartidor vuelve a sentirse atleta.
Manuel Sánchez Gómez
EFE