Nueva Delhi, 7 de septiembre de 2021.- Poco después de entrar en Kabul, los talibanes le apuntaron con un arma. Luego llegaron los mensajes de auxilio de otros periodistas como él, a los que buscaban en sus casas, así que decidió huir en avión con su familia. Pero el caos en el aeropuerto lo empujó por tierra a Pakistán hasta llegar a España.
Todo ocurrió muy rápido, sin apenas tiempo para reaccionar. Los talibanes capturaron casi todo Afganistán en poco menos de dos semanas, y por sorpresa, el domingo 15 de agosto se situaron a las puertas de Kabul, listos para la conquista final.
Este periodista, que lleva casi siete años trabajando con Efe en Afganistán y debe mantener oculta su identidad por seguridad, reconoce que «estaba completamente seguro de que los talibanes no entrarían en la ciudad hasta que se completara una transición política de poder», como habían prometido públicamente.
«Pero al salir de la oficina por la tarde me encontré con un primer combatiente talibán en la carretera cerca de mi casa. Me apuntó directamente con su arma desde unos 70 metros. En ese momento pensé que todo había terminado», relata, pero en vez de girarse y tratar de huir, decidió seguir de frente, sin aparentar miedo.
Entonces se dio cuenta de que el combatiente le estaba examinando con la mirilla del arma para saber quién era, y al ver que no suponía una amenaza, le dejó marchar.
«Al llegar a casa, recibí el mensaje de un amigo en WhatsApp, donde escuché los gritos de una amiga periodista que gritaba desesperadamente pidiendo ayuda y decía: ‘¡Los talibanes están llamando a la puerta de casa y la buscan!'».
Poco después, añade, los mensajes como ese de otros periodistas se multiplicaron, con los insurgentes allanando sus casas, arrestándolos y golpeándolos si los localizaban.
Cada vez «sentía más miedo (…) Como periodista había escrito cientos de historias en los últimos diez años, y la mayoría podrían ser vistas como propaganda por los talibanes (…) Me convertía en un objetivo potencial para ellos (…) Temía que los talibanes pudieran llamar a mi puerta», recuerda.
A la mañana siguiente, se llenó de valor, y condujo por una ciudad que de un día para otro había cambiado. En lugar de la policía, ahora patrullaban Kabul «talibanes barbudos armados de pelo largo», la mayoría de las tiendas permanecían cerradas y apenas había mujeres en las calles.
Los talibanes habían prometido una «amnistía general», asegurando que perdonaban a todos aquellos que habían estado relacionados con el Gobierno afgano o los extranjeros tras la caída del régimen talibán en 2001, pero a medida que pasaban los días se multiplicaban las denuncias de ataques, arrestos y ejecuciones.
Aunque la mayoría de los abusos venían supuestamente de combatientes a los que sus superiores no habían podido controlar, no podía creer las promesas de los talibanes.
«Todas estas inquietudes y angustia (…) me convencieron de que debía abandonar mi país», así que como corresponsal de EFE en Afganistán, la agencia de noticias coordinó a contra reloj su salida con las autoridades españolas para que su nombre, el de su mujer y sus dos hijos aparecieran en el listado de los vuelos de evacuación.
CAOS EN EL AEROPUERTO
Todo el mundo había sido testigo del caos en el aeropuerto de Kabul poco después de conocerse la llegada de los talibanes a la capital, con cientos de personas desesperadas tomando la pista y corriendo al lado de un avión que despegaba. Algunos incluso se aferraron a la aeronave y morirían poco después al caer al vacío.
Pero no se esperaba que después de que los talibanes tomaran el control de la zona civil del aeropuerto y los estadounidenses del área militar en un aparente pacto de no agresión, para continuar los países extranjeros sus vuelos de evacuación hasta la fecha límite fijada del 31 de agosto, el caos continuaría.
El personal de la embajada española en Kabul le citó por primera vez en el aeropuerto para abandonar el país en uno de los vuelos de evacuación un miércoles a primera hora de la mañana. Debía llevar algún distintivo rojo o amarillo, pero una multitud les cerraba el paso hasta las puertas, incapaces de avanzar durante horas.
«Era un caos total, con estampidas, la violencia de los guardias afganos y extranjeros en el aeropuerto, que utilizaban gases lacrimógenos, bombas de sonido y disparos al aire para dispersar a la gente», recuerda el periodista, que lo volvió a intentar días después por otra puerta, esta vez por la tarde, pero sin éxito.
La gente caía inconsciente por el calor o las estampidas, siendo golpeadas en el suelo, mientras muchos empujaban y sus familiares entre gritos de auxilio trataban de socorrer a los suyos. Uno de sus hijos empezó a vomitar, así que abandonó el lugar.
Los documentos no parecían importar, y muchos de los que estaban allí sin pases legales de evacuación se negaban a abandonar las cercanías del aeropuerto, seguros de que de un modo u otro, si conseguían superar una de las puertas, podrían abandonar Afganistán.
PAKISTAN
Había perdido toda esperanza de abandonar Afganistán por aire y ahora, como única alternativa viable, quedaba cruzar la frontera con Pakistán. Otros periodistas le habían dicho que en uno de los puntos fronterizos del sur podría tener más posibilidades de éxito al haber menos controles, pero también suponía recorrer las zonas más peligrosas, donde los talibanes tienen más presencia.
Fue entonces cuando el esfuerzo de las embajadas de España en Kabul, Islamabad y Nueva Delhi, más la coordinación del periodista paquistaní de Efe con las autoridades de Pakistán, lograron un pase relámpago para el periodista y su familia, que no tenían pasaportes.
Con la documentación en regla, el nuevo punto de salida era el paso fronterizo de Torkham, un trayecto mucho más corto: «Aunque tenía mucho miedo, porque sabía que los talibanes podrían sacarme del autobús (en cualquier momento), decidí salir de Kabul».
«Pero gracias a Dios, a lo largo de los más de 250 kilómetros de recorrido, atravesé una decena de puestos de control de los talibanes sin problema y llegué a Pakistán», celebra, aunque en la frontera aún tendrían que pasar horas y continuas llamadas a las autoridades paquistaníes para lograr el permiso final de entrada.
En Pakistán, al fin a salvo, la embajada española en Islamabad se ocupó de localizar un vuelo de evacuación de la Unión Europea, acompañarles hasta el aeropuerto y, ya allí, subirles a ese avión que les llevaba, después de una larga odisea, rumbo a España.