Entrevista con Monseñor Rubén Darío Jaramillo Montoya sobre su trabajo en Buenaventura.
Por: María Isabel Moreno Muñoz
30 de marzo 2021.- A San Francisco de Asís, el patrono universal de la ecología, solo le faltó una mochila para que lo llamaran “el cura mochilero”, como nombran al obispo de Buenaventura. Dicen que monseñor Jaramillo conoce cada uno de los ríos del municipio, porque para él, el agua es vitalidad. Aunque en esta ciudad, habitada por 450.000 personas aproximadamente, el agua potable apenas llega cada dos días.
Nacido en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, Rubén Darío Jaramillo es el tercero de cuatro hermanos. Cursó estudios filosóficos y teológicos en el Seminario Mayor María Inmaculada de Pereira y en 1992 fue ordenado sacerdote. Ha ocupado numerosos cargos pastorales desde entonces, hasta ser nombrado por el Papa Francisco como obispo de Buenaventura en el 2017.
Creció en una familia conservadora. Su madre, quien fue presidenta de la Legión de María –un grupo de la Iglesia que tiene como modelo a la Virgen María–, lo educó en el camino neocatecumenal –un movimiento eclesial con una fuerte espiritualidad en la palabra y algunas prácticas que no son habituales en toda la Iglesia católica–. Rubén Darío Jaramillo es el único sacerdote de su familia y, desde que murieron sus padres, el centro de atención de esta.
La Diócesis de Buenaventura ha sido un lugar de denuncia para los sacerdotes que se han atrevido a escudriñar en la guerra que vive la región. Desde los años 50 monseñor Gerardo Valencia Cano fue conocido en su época como el “obispo rojo”, por inclinarse en defensa de los pobres y de la comunidad afrodescendiente de Buenaventura y del Pacífico colombiano. O monseñor Héctor Epalza Quintero, antecesor del actual obispo, quien fue un reconocido líder del Comité del Paro Cívico en Buenaventura del 2017.
El año pasado monseñor Rubén Darío Jaramillo recibió la primera amenaza de muerte. Una persona se acercó a un padre a decirle que unos hombres estaban ofreciendo una gran suma de dinero por asesinar al obispo de Buenaventura. Además, unas publicaciones en redes sociales hablaban de ponerle una bomba al obispo.
A partir de estos hechos, los obispos del Pacífico y el Suroccidente colombiano viajaron hasta Buenaventura y públicamente expresaron su preocupación por “la pobreza, el dolor, la muerte y desesperanza generadas por la confluencia de situaciones que, (…) denunciamos cada vez más crecientes como el narcotráfico, el incremento de grupos armados, la corrupción, la extorsión, la ineficiencia de amplios sectores públicos y privados”.
Buenaventura es un territorio “riquísimo”, como él lo describe. Pero donde afirma que el narcotráfico produce el dinero que se va para otras ciudades y con el que se desarrollan actividades económicas aparentemente bajo la legalidad.
«… los bandidos lo que quieren es matar al pueblo callándolo.
Que nadie diga nada, que nadie denuncie porque en el silencio
es donde ellos actúan, en la oscuridad.»
Usted tiene junto a su cama a San Francisco de Asís ¿Por qué admira tanto a este personaje?
[Risas] Tengo a San Francisco de Asís porque es un modelo para mí de un hombre que se entregó a los pobres y es que los pobres son los que nos van a salvar, nos van a llevar al cielo. Mirar a los pobres, compartir con ellos, es la mayor obra que podemos hacer en esta tierra. A los ricos les ayuda la plata, el poder y sus amigos, a los pobres nadie les ayuda porque no son interesantes para nadie.¿Quién fue la persona que más influyó en usted para que tomara el camino del sacerdocio?
Yo creo que mi mamá. Sus oraciones, su devoción a la eucaristía, su fe inquebrantable. Ella fue un modelo de fe cristiana y en la vida en general.Pero su madre decía que usted era el primero de los hermanos que se iba a casar ¿Qué pasó?
[Risas] Lo que pasa es que Dios escoge a lo más terrible del mundo para hacer en esas personas cosas grandes. Yo desde niño había pensado en hacer otras cosas y cuando llegué al bachillerato pensé en la posibilidad de ser sacerdote. Yo había sido acólito en mi parroquia, había ayudado a varios sacerdotes, había visto modelos de sacerdotes y precisamente cuando yo veía un padre, decía: “Yo quiero ser sacerdote para no ser como ellos”, y eso me llevó a ser sacerdote.Su hermana dice que “entre más alto se sufre más”, refiriéndose a las jerarquías en la Iglesia. ¿Eso es cierto?
Tiene toda la razón, porque es mayor responsabilidad. Y uno como obispo tiene que responder por sus sacerdotes, los religiosos, los laicos, la parte social. Cuando yo era sacerdote solamente me entendía con una comunidad de una parroquia, ahora me tocan muchas parroquias, muchos sacerdotes. Eso no es fácil porque uno deja de ser uno para pertenecer a los demás.¿Entre más alto también se tiene más autoridad?
Depende para qué se use la autoridad. Hay gente que usa la autoridad para tener poder sobre los demás y dominar, mandar o gritar. A mí no me gusta esa parte. Me gusta tener autoridad para servir más, para influir en ayudarle a los demás y tener amigos en el poder para que ayuden a los más necesitados.Me dijeron que al principio no le fue muy bien en Buenaventura, ¿qué sucedió?
A nadie le va bien al principio, porque no lo conocen a uno. A mí me decían que yo era un obispo como de derecha y yo siempre callado, esperando el momento oportuno. Mucha gente quiere que uno llegue y comience a hacer cosas y no, primero tenemos que llegar a un sitio, respetarlo, conocer, visitar, escuchar a la gente para poder entender la cultura. Al principio me demoré, pero no era por otra cosa sino por respeto de una cultura distinta que yo no conocía.
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«... se cogen cabecillas, delincuentes reconocidos,
pero detrás hay miles esperando tomar las armas
y seguir con esa delincuencia.«
Pero su madre lo educó en el camino neocatecumenal, que es de sacerdotes muy conservadores, más a fin a las instituciones, al Gobierno, a la ley. Entonces ¿usted por qué cree que ese carácter denunciante se da ahora?
Porque el ser humano es un ser integral. El camino neocatecumenal es un camino de fe, es para coger una fe más fuerte, para que todo lo que hagamos sea llenos de Dios, sin tratar de llevarnos el protagonismo, siendo honestos. Yo valoro todo lo que he recibido del camino, que es donde me han formado a mí como sacerdote, como persona. Y ese sacerdote ahora ve una necesidad de una comunidad que está sufriendo y por eso tiene que hablar.¿Qué ha sido lo más difícil de su labor en Buenaventura?
Lo más difícil es ver la impotencia que tiene el Estado para controlar esta región. Ver que no aparece el Estado, no aparecen las autoridades, no aparece la gobernanza. Uno quisiera ver al alcalde dominando, tomando decisiones y uno los ve como tan amarrados, tan secuestrados por las bandas delincuenciales. Ellos como que quisieran hacer cosas, pero como que no pueden porque esas otras fuerzas oscuras no los dejan. Eso me duele mucho, ver que el Estado no sea Estado.Usted ha dicho en medios que el acompañamiento que hace la Fuerza Pública en Buenaventura no es suficiente, que las cosas se calman un poco, pero luego surge la violencia de nuevo. Y que se necesitan soluciones estructurales…
La Policía ha llegado y han doblado el número de policías y Ejército. Hay mucha bota militar en el distrito. Pero siguen matando y siguen robando. La estructura general del problema, que es el dinero fácil, el narcotráfico, sigue vivo. Porque se cogen cabecillas, delincuentes reconocidos, pero detrás hay miles esperando tomar las armas y seguir con esa delincuencia. El narcotráfico está en todo el país. Si la plata que el narcotráfico produce se quedara en Buenaventura seríamos más ricos que los alemanes.¿Cuál es su misión en Buenaventura?
Yo quisiera ser un puente para unir muchos extremos. El Gobierno nacional es de una línea ideológica, el Gobierno distrital es de otra y ese diálogo no fluye. Quisiera ser un puente entre la riqueza y la pobreza. Los empresarios de los puertos son multimillonarios, pero al lado hay quinientos mil habitantes en la pobreza. Quisiera ser un puente entre las bandas criminales y la legalidad. Que ellos puedan entregar las armas, reconciliarse, pedir perdón y que la ciudad recupere la normalidad.¿Por qué “quedarse callado también es morirse”?
Porque los bandidos lo que quieren es matar al pueblo callándolo. Que nadie diga nada, que nadie denuncie porque en el silencio es donde ellos actúan, en la oscuridad. Y uno de los problemas que tenemos es que las autoridades van a actuar, pero nadie quiere denunciar. Cogen un bandido y nadie lo denuncia por miedo. Entonces el que denuncia es condenado a muerte, lo matan. La coraza que tienen los bandidos es que nadie denuncia. Por eso denunciar es prácticamente como una lápida, es morir.
Tomado de El Periódico El Tiempo