Por Luis Fernando Quijano Moreno
En el año 2000 tuve la oportunidad de conocer a Judith Adriana Vergara, una mujer admirable y dedicada al trabajo social. Recuerdo que muchas veces hablé sobre diferentes temas con ella, el más espinoso: la llegada del paramilitarismo a la comuna 13 y, por ende, al barrio El Pesebre, desde donde se organizó una de las puntas de lanza del Proyecto Orión, que no fue otra cosa que sembrar de paramilitares a Medellín y el resto del Valle de Aburrá.
Judith Adriana al principio no lo creyó, al igual que muchas organizaciones y liderazgos de la ciudad; tampoco lo creyeron las milicias y la guerrilla urbana; posteriormente, cuando se desató el pandemónium de la Operación Orión, que era parte del Proyecto Orión, todos, incluyendo la compañera y lideresa social, se dieron cuenta de que el monstruo paramilitar urbano ya hacía presencia entre ellos, en el barrio y en sectores donde la gordita Judith ejercía su trabajo social. Llegaron primero como Autodefensas del Magdalena Medio y luego como Bloque Cacique Nutibara —de allí surgieron los actuales Pesebreros—.
Vino después el anuncio de la desmovilización paramilitar urbana a finales de 2003, parecía cierto que el Bloque Cacique Nutibara se desmovilizaría, todos sintieron alivio, incluso Judith; según ella se acabarían los tiempos aciagos del control paramilitar.
No fue así, el surgimiento del Presupuesto Participativo y la presentación en sociedad de no menos de 350 corporaciones del paramilitarismo urbano que se empezaba a desmovilizar parcialmente cambiarían la vida de muchas comunas y corregimientos y, por consiguiente, la vida de los líderes sociales, comunales y defensores de derechos humanos. La de Judith también empezaría a cambiar.
En 2005 primero vino la falacia de la supuesta desmovilización de la Oficina a través del Bloque Héroes de Granada y, posteriormente, la presión paramilitar a los líderes y las organizaciones sociales de quienes posaban de día como luchadores por la paz y en la noche disparaban y asesinaban inmisericordemente.
Ellos, los paramilitares urbanos ahora desmovilizados parcialmente, cogobernaban a sus anchas en Medellín, ofrecían dinero y cargos a los liderazgos en los barrios buscando legitimar a la Corporación Democracia y sus apéndices. Según la Fiscalía General de la Nación, dicha corporación era el brazo político de la Oficina del Valle de Aburrá, u Oficina de Envigado, que ya estaba bajo control paramilitar; cuando no conseguían que se sumaran los lideres a la propuesta de control social, los amenazaban, golpeaban, desaparecían, desplazaban o mataban, nadie se les podía oponer.
Aproximadamente ocho días antes de su asesinato, Judith Adriana Vergara se sentía nerviosa, preocupada y ya había rumores esparcidos por los paramilitares del barrio El Pesebre y líderes sociales cooptados que la cuestionaban y ponían en entredicho su nombre y trabajo social, todo eso paso porque ella fue de las pocas que no se dejó controlar.
Los paramilitares al mando de Carlos Pesebre la asediaron, también a su familia, en todas las formas, incluso emocional. En la reunión donde se dio luz verde para su asesinato los coordinadores paramilitares y al parecer miembros del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) le mostraron a Carlos Pesebre que ella era un peligro, según ellos, ella tenía relación con las FARC-EP y era la que le entregaba la información a Corpades sobre las actividades criminales de estos, afirmación que es falsa.
Judith creyó que no la matarían, ¿cómo matar una lideresa querida por la comunidad? Era improbable que sucediera.
El 23 de abril, en horas de la mañana, cuando se dirigía a la sede de Corpades, ubicada en Prado Centro, en inmediaciones de la Cuarta Brigada fue asesinada Judith Adriana Vergara. Hoy, diez años después, sigue la impunidad alrededor de su asesinato.
Los paramilitares urbanos, por orden de Carlos Pesebre, quien tenía membresía del B2 del Ejército Nacional o presuntamente por órdenes de un sector de la inteligencia militar, mataron a la defensora de derechos humanos, líder social y política, Judith Adriana Vergara, madre de cuatro hijos y compañera nuestra, miembro del Polo Democrático Alternativo y de Redepaz Antioquia.
Sus autores materiales e intelectuales siguen sin ser vinculados al proceso penal. Diez años lleva Corpades denunciando que el grupo paramilitar Los Pesebreros, dirigidos por Freyner Alfonso Ramírez García, alias Carlos Pesebre, y adscritos a la Oficina del Valle de Aburrá, fueron los autores de su muerte.
Siguen pasando los años y la impunidad se mantiene a pesar de los compromisos adquiridos por esclarecer su asesinato de la administración municipal de Medellín, en cabeza del entonces alcalde, Sergio Fajardo Valderrama, el vicepresidente de la República, Francisco Santos, y el Fiscal General de la Nación.
Apunte Urbano
Bueno sería escuchar al alcalde de Medellín y al fiscal General de la Nación pronunciarse sobre este asesinato sucedido hace diez años; bueno sería que se reconocieran los líderes y los defensores de derechos humanos; bueno sería que se hiciera en estos tiempos donde matar defensores de derechos humanos hace parte de un juego de ajedrez en el que participan los beneficiarios de la guerra; bueno sería, pero parece que no va a suceder. ¿A quién le importará una defensora de derechos humanos asesinada hace diez años? Parece que a casi nadie.
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