El alivio de identificar a los soldados caídos en las Malvinas

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Buenos Aires, 29 de marzo de 2022.- Sergio Aguirre sostiene el retrato de su padre, Miguel, uno de los 649 argentinos que murieron en la guerra de Malvinas. Recuerda el carácter «estricto» y los «profundos valores» de su progenitor, quien no dudó un segundo en alistarse como voluntario y contribuir a la recuperación del archipiélago en abril de 1982.

«El lunes nos enteramos y él termina viajando el martes 13 de abril a la madrugada», cuenta en una conversación con Efe. «Yo estaba en el colegio, así que me enteré recién cuando volví a las seis de la tarde. Tuve la suerte de poder ver a mi padre por última vez esas pocas horas».

Sergio Aguirre, hijo de un soldado argentino, señala una tumba en una fotografía durante una entrevista con Efe el 26 de marzo de 2022, en Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni

Sergio y su madre tardaron más de treinta años en reencontrarse con Miguel, enterrado junto a más de cien compatriotas en sepulturas con el único título de “soldado argentino sólo conocido por Dios”.

Esto fue posible gracias a un proyecto humanitario, impulsado por el Comité Internacional de la Cruz Roja en colaboración con Argentina y Reino Unido, que hasta ahora ha identificado a 119 soldados argentinos inhumados de forma anónima en el cementerio malvinense de Darwin.

UN BUQUE HUNDIDO

Marino mercante de profesión, Miguel se desempeñó como jefe de máquinas del Isla de los Estados, buque que pertenecía a la Armada argentina y que proporcionó apoyo logístico durante los primeros compases de la guerra.

Sin embargo, en la noche del 10 de mayo de 1982, cuando navegaba por el estrecho de San Carlos, el Isla de los Estados fue atacado por la fragata británica Alacrity: una ráfaga de quince cañonazos impactó en las cargas de munición y combustible, hundiendo el navío argentino en cuestión de minutos. De sus 25 tripulantes, 23 fallecieron; entre ellos, Miguel.

Sergio Aguirre, hijo de un soldado argentino, señala una tumba en una fotografía durante una entrevista con Efe el 26 de marzo de 2022, en Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni

Casi cuarenta años después de aquel día, Sergio recuerda la sensación de “incertidumbre” absoluta que sobrevino tras la partida de su padre: sin certezas sobre qué ocurrió, dice. “Uno se aferraba a cualquier final distinto al de la muerte”.

“Recuerdo que se hablaba de que había submarinos rusos por la zona, entonces decía, bueno, capaz lo rescataron y ahora está viviendo en Rusia, formó otra familia y decidió no tener más contacto con nosotros. Son medidas que uno tiene en la cabeza para tratar de negar lo que te dice la razón”, relata Sergio.

EL REENCUENTRO

Esa desazón era compartida por centenares de familias, muchas de las cuales ni siquiera tenían la posibilidad de llorar ante la tumba de su ser querido.

Conscientes de la existencia de más de cien sepulturas anónimas, y tras años de preparativos, en junio de 2017 un equipo de forenses viajó al cementerio de Darwin, exhumó los cuerpos sin identificar y comparó su material genético con el de los familiares.

“Cada persona que dio su muestra tuvo un informe con resultados. Fueron días de muchísimo trabajo y emoción, intentando llegar lo más rápido posible a dar los resultados a los familiares”, dice a Efe Virginia Urquizu, coordinadora de la Unidad de Casos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).

Al conocer este proyecto, Sergio se mostró escéptico: ¿por qué participar, si él ya sabía que los restos de su padre descansaban en el fondo del mar?

Tras esas primeras dudas, su madre y él optaron por dar su muestra de sangre, por lo que su sorpresa fue mayúscula cuando, el 6 de diciembre de 2017, se enteraron de que Miguel estaba enterrado en Darwin: unos marinos británicos rescataron su cuerpo unos meses después del conflicto y lo llevaron al cementerio.

«Cuando recibí el informe lo tomé como un mensaje de él, en donde me decía que estaba allá en Malvinas, así que no lo siga esperando, que él realmente descansaba allá con sus compañeros», recuerda Sergio con emoción.

En marzo de 2018, madre e hijo tomaron un vuelo en compañía del resto de familias rumbo a Malvinas: fue la primera vez en que vieron el nombre de “Miguel Aguirre” plasmado en una lápida.

“Al principio (la sensación) es de dolor, pero después pasó algo maravilloso, que de a poco ese dolor se fue transformando en paz, y hasta en alegría… Creo que nos trajo mucha paz. Eso es lo que más escuché en el viaje de vuelta, que nos trajo paz», asevera Sergio.

SIETE SOLDADOS POR IDENTIFICAR

Todavía quedan siete combatientes por identificar en el cementerio de Darwin, un «compromiso» ratificado por la directora ejecutiva del EAAF, Natalia Federman, quien recuerda la existencia de otra tumba colectiva que podría albergar restos de soldados anónimos.

En cualquier caso, esa localización depende en última instancia de la voluntad de los familiares, una decisión que Sergio pide “respetar a rajatabla”.

“Hay muchas familias que no quisieron dar la muestra porque no quieren que le confirmen que su héroe está allá, porque prefieren seguir esperándolo. Es respetable. Esto es un acto de amor, no de forzar a las personas”, concluye el hijo de Miguel Aguirre, considerado un «héroe nacional» por su desempeño en Malvinas.

Javier Castro Bugarín

EFE

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