El antiguo barrio quiteño La Mariscal atesora la memoria de un crisol cultural

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Quito, 21 octubre.- Hasta finales del siglo XIX tierra de cultivo y pastoreo, el quiteño barrio de «La Mariscal» se convirtió rápidamente en centro aristocrático de la capital ecuatoriana, cuyos palacetes y casas ajardinadas albergaron un crisol de culturas.

Conocido desde en las últimas décadas por ser uno de los principales focos de atracción turística y ocio nocturno, con hoteles, restaurantes, galerías, e incluso un mercado artesanal, este barrio de Quito trata de recuperar su historia patrimonial con recorridos diurnos sobre sus aspectos menos conocidos o anecdóticos.

«La Mariscal es el barrio de las primicias modernas, donde se construyó el primer tranvía eléctrico del país», explicó a Efe Fabián Amores, director del colectivo Mediarte, que en colaboración con el Municipio y otras instituciones organiza paseos históricos.

Rescata las intrahistorias de los principales monumentos, que en su día fueron hogar de familias acaudaladas locales, antes de la llegada de italianos y alemanes a principios del siglo XX, de migrantes judíos europeos con el Holocausto, y hasta soviéticos y estadounidenses en plena Guerra Fría.

ENSANCHE DE QUITO

El ensanchamiento de Quito se inicia a finales del siglo XIX desde el casco histórico colonial hacia el norte de una urbe que comienza a extenderse en la planicie de Iñaquito.

Los primeros pobladores de «La Mariscal» fueron familias pudientes que buscaban asentarse en un barrio con casas-jardín, que les ofrecía mejores condiciones de vida.

La piedra fundacional fue el Palacio de la Circasiana, hoy sede nacional del Instituto de Patrimonio Cultural del Ecuador, una mansión del tipo villa palladiana.

Perteneció a la familia Jijón-Caamaño, que hacia 1890 había comprado una parcela a la antigua comuna indígena para construir una edificación, en principio, de fin de semana.

Su más ilustre habitante fue Jacinto Jijón y Caamaño, hijo de los primeros habitantes, que expande el edificio y lo convierte en su residencia permanente.

Se trata, apunta Amores, de una figura tal vez olvidada por la historiografía más reciente de tinte revolucionaria, puesto que representaba el conservadurismo y la aristocracia de inicios del siglo pasado.

Jijón-Caamaño dinamizó la cultura de la época por su vocación de investigador, político y fundador de la Academia Nacional de Historia, además de ser el primer alcalde electo de Quito por votación popular en 1945.

Y su palacete fue reflejo de la modernidad de la ciudad.

«La Circasiana fue la primera residencia con piscina, refrigeradora, luz eléctrica o radio de onda corta», subraya.

En 1918 el Municipio promociona la venta de terrenos, después de que un consorcio para la construcción del tranvía tuviese por misión establecer una estación en el lugar, lo que da pie a que las primeras familias con altas posibilidades se radiquen en la zona.

El vecino Palacio de Najas, sede de la Cancillería y estilo ecléctico, además de otra casona de arquitectura neocolonial a pocos metros de La Circasiana, que sirvió de hotel y casino, dan muestra de la proliferación de residencias al estilo aristocrático europeo.

El promotor cultural menciona que en los últimos años se han registrado unos 200 edificios patrimoniales en el barrio, con gran variedad de estilos como el neocolonial, neogótico, neobarroco y neomudéjar.

MARISCAL SUCRE

El nombre de «La Mariscal» deviene del homenaje que le hicieron en 1922 al mariscal Antonio José de Sucre -cuyos restos descansan en la Catedral Metropolitana de Quito-, con motivo del centenario de la Batalla de Pichincha.

Popularmente se mencionaba al mariscal de Ayacucho por su rango con el que comandó las tropas en la batalla, lo que perduró hasta el día de hoy.

Entre 1890 y 1935 las primeras familias que habitaron el barrio eran quiteñas y de otras provincias del país, hasta que a mediados de los años 30 del siglo pasado la Segunda Guerra Mundial genera una migración de alrededor de 3.000 judíos alemanes y checos, especialmente, y muchos pudieron acceder a viviendas en el sector gracias a créditos del Gobierno.

«Al estar alejados del centro histórico, donde están todas las iglesias y la población ultraconservadora, les permitió seguir con mayor libertad su cultura», refirió Amores.

Muchos de los checos eran arquitectos, que además tuvieron un impacto decisivo a la hora de impulsar una nueva modernidad en el Quito de los años 40 y 50.

Curiosamente, en el barrio también se establecieron familias alemanas y se fundó el primer colegio alemán, que fue clausurado por el Gobierno al ser acusado su rector de nazi.

En la segunda mitad del siglo XX tanto la URSS como EE.UU. establecieron sus embajadas en la zona, añadiendo nuevos pobladores internacionales al barrio.

En su corazón, el parque Julio Andrade rinde tributo a los próceres de la revolución liberal, paradójicamente en un barrio que en su origen fue conservador, y donde hoy conviven quiteños de toda la vida con migrantes venezolanos informales, que sin saberlo, continúan esa tradición multicultural.

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