El arte: una ventana de la identidad y de la mujer indígena Harakbut

FECHA:

Puerto Maldonado (Perú), 8 de octubre de 2021.- A través de sus pinturas, la artista peruana Yesica Patiachi lucha por mantener viva la cosmovisión de la etnia indígena Harakbut y destacar el rol de la mujer en este pueblo, que en plena fiebre del caucho, a principios del siglo XX, estuvo a punto de desaparecer.

Ataviada con la típica corona que lucen las mujeres Harakbut, hecha de plumas de guacamayo, paujil y loros, Patiachi afirmó a Efe que «solo pequeños grupos» han «sobrevivido a esta masacre».

«Somos supervivientes del boom del caucho (…). Venimos siendo prácticamente acorralados y si no hacemos nada podemos ser uno de los pueblos que desaparezcamos», alertó.

Convencida de la necesidad de conservar y fortalecer la riqueza oral de sus ancestros, esta profesora de secundaria, de 35 años, se aferró al arte para visibilizar, mediante pinturas acrílicas y de tintes naturales, la cosmovisión Harakbut, muy arraigada con la naturaleza, rescatando así algo intrínseco de su etnia.

«Mi pueblo siempre ha utilizado como vestimenta la pintura corporal para ingresar al bosque, porque es sinónimo de respeto. Está en sus genes», explicó antes de definir su arte como una «forma de protesta», crucial ante la falta de una «ventana o de alguien» que los escuche.

Fotografía de varias mujeres Kandozi de la comunidad Musa Karusha, el 8 de septiembre de 2021, en la provincia del Datem del Marañón, departamento de Loreto (Perú). EFE/ Paolo Aguilar

UN PUEBLO DIEZMADO

Hoy, los Harakbut habitan principalmente en los departamentos sureños de Madre de Dios y Cusco y, según el Ministerio de Cultura, solo alrededor de 1.740 personas conforman este pueblo originario, que resistió a los abusos y actos de barbarie de los caucheros y permaneció prácticamente aislado hasta fines de la década de los 50, cuando llegaron los dominicos para evangelizarlos.

La llamada era del caucho en Perú (1885-1915) fue impulsada por la alta demanda en la industria europea para la fabricación de llantas, mangueras y calzado, entre otros, y tuvo su episodio más oscuro sobre la población indígena amazónica, que fue arrastrada a la extracción del látex en condiciones que lindaban con la esclavitud y que llevaron a la muerte de miles de comuneros.

Algunas investigaciones estiman que, en esa época, habría fallecido el 90 % de la población Harakbut, a causa también de los asesinatos cometidos y las enfermedades transmitidas.

LA MUJER HARAKBUT

Las pinturas de Patiachi se mostraron por primera vez al público en 2017, en la exposición «Soy mujer Harakbut», que presentó en la ciudad de Puerto Maldonado, la capital de su región natal de Madre de Dios.

Con su trabajo artístico, la joven se esfuerza en «resaltar, rescatar y valorar» el rol históricamente invisibilizado de la mujer indígena Harakbut como parte del equilibrio armonioso con la naturaleza y su papel en los mitos y leyendas de su pueblo.

En uno de sus cuadros, por ejemplo, Patiachi ilustró el relato tradicional del árbol del caucho, que es considerado sagrado para su pueblo «no por su resina, si no por sus frutos».

En esta obra, la artista puso al centro la figura de la mujer que, según cuenta la leyenda, se enamoró del árbol del caucho y fruto de ese amor nació Robusto, el niño que «vendría a ser luego el héroe cultural del pueblo Harakbut».

DISCURSO AL PAPA

Este pequeño pueblo originario se exhibió ante los ojos del mundo en enero de 2018, cuando el papa Francisco viajó a Puerto Maldonado en un encuentro histórico con las comunidades nativas de esta región selvática peruana.

Fue justamente Patiachi la encargada de entonar un estremecedor discurso ante el sumo pontífice, a quien relató las «crueldades e injusticias» que afrontan los pueblos indígenas amazónicos y los incalculables daños que ocasionan a los bosques tropicales los «foráneos» que invaden sus territorios para explotar los recursos naturales que atesoran.

«Hoy en día no están los caucheros, pero sí están las empresas extractivas, los mineros que trabajan en las zonas donde nosotros vivimos», se lamentó la mujer, en alusión a la intensa actividad minera aurífera ilegal que azota a Madre de Dios, donde todos los años se pierden 20.000 hectáreas de selva, que es hogar de una decena de pueblos indígenas.

Carla Samon Ros

EFE

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