El río Atrato, que fue una vía para el comercio y el progreso del Pacífico colombiano hasta que se convirtió en escenario del conflicto armado, enciende de nuevo una luz de esperanza para los habitantes de esta zona con la puesta en marcha de la Agrotienda Fluvial Interétnica.
Esta iniciativa, apoyada por la FAO y la gubernamental Agencia de Renovación del Territorio (ART), es resultado del trabajo conjunto entre comunidades afectadas, entidades oficiales y organismos internacionales para que el Atrato, el río más caudaloso de Colombia, vuelva a ser una autopista fluvial y no el cementerio flotante que arrastra los cadáveres de víctimas del conflicto.
La región del Pacífico es en su mayor parte una selva húmeda tropical de enorme biodiversidad a la que por su complicada geografía solo se puede llegar por vía aérea o en lancha por numerosos ríos y caños, factores que dificultan la comunicación terrestre con el resto del país pero que no han sido obstáculo para los grupos armados ilegales.
ENTRE GUERRILLA Y PARAMILITARES
Primero llegaron las guerrillas de las FARC -hoy convertida en partido político- y del Ejército de Liberación Nacional (ELN), pero a finales de los años 90 hicieron su aparición las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) para disputarles el territorio del departamento del Chocó, que abarca gran parte de la región pacífica.
Según la gubernamental Unidad para las Víctimas, entre 1996 y 2005 un total de 261.258 civiles, en su mayoría de comunidades negras e indígenas, sufrieron el desplazamiento forzado de tierras colectivas que eran apetecidas por las AUC.
La crudeza del conflicto hizo que las comunidades que vivían a lo largo del Atrato quedaran atrapadas en sus caseríos lo que afectó de manera grave el comercio, sus costumbres y forma de vida porque los grupos armados ilegales instalaron puntos de control desde Quibdó, capital del Chocó, hasta su desembocadura en el golfo de Urabá, en el mar Caribe.
Con eso los paramilitares restringieron la circulación de personas, alimentos, medicinas y mercancías en general, una actividad que los lugareños esperan recuperar con la Agrotienda Fluvial Interétnica.
RECUPERACIÓN DEL RÍO
En 2003 las comunidades afectadas se organizaron y con el apoyo de la Diócesis de Quibdó, la ONU, la Defensoría del Pueblo y otras agencias promovieron en noviembre de ese año una movilización para devolverle la vida al río a la que denominaron «Atratiando: por un buen trato en el Atrato».
Hoy, 16 años después, el río ha recuperado parte de su dinamismo gracias también en parte al accidentado proceso de paz con las FARC, y mucha gente volvió a sus tierras donde se organizaron en asociaciones que velan por los derechos y una mejor calidad de vida.
El proceso de la Agrotienda Fluvial Interétnica comienza con la capacitación técnica a los campesinos de 35 comunidades para mejorar sus prácticas de cultivo de manera que puedan obtener productos de mejor calidad y luego se les ayuda a comercializarlos en el barco que recorre el Atrato.
«El consejo comunitario se encargó de construir la embarcación y después de varios meses de pruebas logró los permisos de las autoridades para navegar» explicó a Efe la gerente en el Chocó del Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), Betty Eugenia Moreno.
MERCADO FLOTANTE
La Agrotienda Fluvial es una embarcación con capacidad para transportar entre 20 y 30 toneladas de alimentos que son comprados y vendidos entre las distintas comunidades negras e indígenas a lo largo del Atrato.
El barco zarpó por primera vez el pasado 30 de octubre de Quibdó con una tripulación de cinco personas y un cargamento de quesos, huevos, menudencias, jabón para la ropa, papel higiénico y otros artículos de higiene y limpieza.
Los tripulantes, miembros del Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato (Cocomacia) y de la Asociación de Productores del Medio Atrato (Asproderma), hacían las veces de marineros, comerciantes y guías para responder las preguntas de quienes se acercaban en cada puerto improvisado a comprar alimentos y para saber más del programa.
La Agrotienda se detuvo en la comunidad de Palo Blanco, que con asombro observó el barco de color verde y donde indígenas emberás compraron un galón de aceite, carne y otras provisiones y luego se alejaron silenciosamente en su canoa.
UNA ESPERANZA EN BOJAYÁ
El recorrido río abajo desde Quibdó terminó en Bellavista, un pueblo al que fue trasladada la administración de la vecina Bojayá, que quedó inscrita en la memoria colectiva de los colombianos por ser escenario de una de las peores matanzas de civiles del conflicto armado.
La matanza de Bojayá ocurrió el 2 de mayo de 2002 cuando una bomba lanzada por guerrilleros de las FARC durante un enfrentamiento con paramilitares cayó en la iglesia del pueblo, donde se habían refugiado unas 400 personas, dejando al menos 74 muertos, según datos oficiales, y 119 según otras fuentes.
Justamente este lunes Bojayá recibirá los restos de las víctimas de aquella masacre que fueron exhumados de fosas comunes y llevados a Medellín para su identificación y ahora retornan al pueblo, como regresa la esperanza de las comunidades del Atrato de volver a navegar por su río en paz.
EFE